domingo, 13 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 47

— Lo sé, Pedro—dijo tratando de calmarlo—. Lo sé.

Y sus palabras eran sinceras, aunque al conocer la verdad ella ya no sufría ni sentía celos. Sólo sentía pena por la mujer que había fallecido y que había tenido la dicha de recibir el amor de Pedro y también por él, que había perdido aquel amor.

— En cuanto ella murió, ya nada me importó —continuó—. Mi ambición había terminado con la vida de mi esposa y con la de mi hijo y me importaba un rábano lo que la gente pensara. Si mi vida hubiera dependido de mi carrera política, tampoco habría podido seguirla, porque ya no me interesaba vivir o morir, me daba igual. Por eso fue que vine hasta aquí a enterrarme solo y en vida.

En ese instante, Paula guardó silencio y recordó la forma salvaje con la cual la había recibido la primera vez que llegó hasta la puerta de su casa en busca de ayuda. Se dio cuenta entonces de que Pedro habría recibido así a cualquier persona que se atreviera a molestarlo en su retiro espiritual. Expresando sus pensamientos, murmuró:

— Ahora entiendo por qué te molestaste cuando me viste en la puerta de tu casa. ¿Pensaste que era una reportera?

Él vaciló y luego con un tono de voz que era alentador por primera vez en esa conversación, dijo:

— No. Creí que eras una fanática perseguidora política.

Ella frunció el ceño, totalmente sorprendida, luego elevó la cabeza para mirarlo.

—¿Una qué...? —preguntó asombrada.

Se sintió aliviada cuando él la abrazó con firmeza.

— Hay mujeres que idolatran a una figura política del mismo modo que las hay quienes persiguen a las estrellas de rock o de cine, Paula. Parece ser que por una u otra razón, yo les atraigo —dijo él con gran modestia y ella no podía creer que Pedro ignorase lo atractivo que era.

—Yo solía tratarlas muy tolerantemente —continuó—. Sólo me reía de ellas y Lila hacía lo mismo. Pero una de ellas se apareció después de seis meses de haber muerto Laura —siguió lánguidamente— y yo ya no estaba con ánimos de espantarlas con una sonrisa. ¡La mandé al diablo!

Con la esperanza de devolverle su buen humor y hacerle olvidar su pesar, ella dijo simpáticamente.

— Bueno, si tenemos que decir la verdad, también me mandaste al diablo a mí, Pedro Alfonso. Pensé que te habías escapado del manicomio.

Para el alivio de ella, Pedro rió pálidamente pero luego se tornó sombrío nuevamente al recordar.

— Sí, quería desembarazarme de tí, de acuerdo... aunque...

—¿Aunque...? —lo presionó ella.

—Aunque hubo algo de ti que me llegó al corazón aún en ese duro momento. Te veías como una pobre andrajosa sucia y por eso quise protegerte, pero todo lo que logré fue enfadarme aun más. He estado enfadado durante mucho, muchísimo tiempo, Paula —dijo tranquila y nostálgicamente .

Ella se aventuró a territorios más peligrosos.

—No puedo entender eso, Pedro. Pero luego de nuestro primer encuentro ya no te veías enfadado, es más: no pareciste haber montado en cólera desde ese entonces hasta hoy... al principio...

La referencia de ella a su humor antes y durante el trayecto hasta su casa, hizo que él frunciera el ceño, como si tratara de imponerse a sí mismo un duro castigo.

— Lo sé, cariño. En realidad, no estaba enojado contigo. Desde la primera vez que te vi, de pie en la puerta de mi casa, pareciste aliviar mi dolor. Yo ya estaba en camino de reponerme, hasta que llegaste tú y fuiste una especie de catalizador. Pero esta noche... cuando dijiste lo que dijiste sobre los políticos... y me bromeaste por el tiempo que estaba esperando, cuando lo que estaba haciendo era luchar con uñas y dientes para hacerlo sólo por tu propia seguridad... —él meneó la cabeza y soltó un prolongado suspiro.— Supongo que todo el enojo que he estado acumulando durante estos últimos tiempos se desató de golpe, de una vez. Claro que me habría gustado no explotar en esta oportunidad. Siempre lamentaré que en lugar de hacerte sentir totalmente satisfecha la primera vez, te he intimado, apresurado tanto, que quizás hasta te haya hecho atemorizar.

Ella se apresuró para tratar de aquietar su disgusto consigo.

— No te culpes, Pedro. Creo que fui yo quien te hizo enojar para ganar tiempo. Pero no fue mi intención decir lo que dije acerca de los políticos. Puede que seas arrogante, pero no falto de principios.

Él soltó una risita ahogada y se acercó a ella para juguetear con uno de sus mechones de pelo.

— ¿Soy arrogante? —repitió con un tono tan seco que en realidad, no ponía en tela de juicio la aseveración de Paula—. Me pregunto si debo sentirme agradecido porque al menos me consideras un hombre de principios. Aunque no sé por qué has tenido la gentileza de atribuirme tal virtud, cuando yo, deliberadamente planeé todo lo referido a tu seducción. No comprendo por qué me he comportado de ese modo, pero tengo la sensación de que tú tienes la capacidad de hacerme tomar actitudes que ni yo mismo imaginaba que tenía.

Detrás de aquella voz suave y sugestiva, parecía ocultarse algo mucho más serio. Paula trataba de no formarse ninguna conjetura al respecto y mantener los pies sobre la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario