viernes, 18 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 63

Uno de los hombres en especial, aparentemente muy astuto y de quien Paula instintivamente desconfiaba, no tuvo ni el más mínimo reparo en expresar sus suntuosas protestas acerca de que Pedro Alfonso era el único hombre del planeta capaz de llevar a cabo las tareas a realizar "detrás de la escena", las cuales permitirían que aquel proyecto tuviera fuerza de ley.

Paula  se preguntaba, con una extraña sensación de amargura, cómo se sentiría Federico al ver que lo estaban dejando a un lado, que lo consideraban de menor importancia que a su hermano. Pero cuando ella lo miró, se dio cuenta con gran sorpresa, de que el mismo Federico estaba tan convencido como los demás de que la contribución de Pedro sería decisiva para su propósito. Luego frunció el ceño, cuando la atrapó una duda: ¿estaba Federico en realidad condicionado para aceptar la supremacía de su hermano o su aparente desinterés era fingido? Obviamente, cualquier político siempre trata de defender su ego y ocupar el primer lugar y Federico parecía muy seguro, por lo que pensó que debía de tratarse de una cuestión de condiciones de adaptación.

Finalmente, Pedro con un dulce encanto que era casi imposible de creer, puso punto final a la sesión, diciendo que tenía que ir al hospital a ver a su padre, ya que en lo que iba de aquel día, aún no había cumplido con su turno para cuidarlo. Los acompañó hasta la puerta de salida pero era obvio que los visitantes no deseaban irse sin antes obtener una firme promesa por parte de Pedro de que haría todo lo que ellos consideraban necesario por la causa.Mientras él se despedía de los colegas de su padre, la señora Alfonso se aproximó a Paula y le susurró al oído:

—Pedro querrá que lo acompañes, Paula, pero... ¿te molestaría quedarte conmigo para que conversemos? Tengo algo que quisiera decirte y discutir contigo y estoy segura de que Pedro no tardará demasiado. Horacio se dormirá pronto y él regresará a casa entonces.

Sorprendida y un tanto confusa por la invitación, Paula  asintió justo cuando Pedro retornaba.

— ¡Ufff! —respiró con una expresión retraída y meditabunda, como si aún estuviera cavilando sobre las respuestas que tenía que darle a sus invitados—. Pensé que nunca se marcharían. —Luego se aproximó a su novia y le extendió la mano para ayudarla a ponerse de pie.— Vamos, Paula. Si nos apresuramos, tendremos tiempo de estar un poco con papá.

Paula  le permitió que la ayudase pero algo en su expresión debió de haberlo alertado, ya que él preguntó:

— ¿No quieres venir?

—Me encantaría acompañarte —dijo sinceramente—. Pero, ¿te importaría si me quedo hoy y mañana te acompaño? Estoy terriblemente cansada de haber manejado hasta aquí... —Dejó que su voz se fuera apagando sola, un tanto molesta por aquella mentira necesaria, aunque sí era verdad que estaba agotada, al ver la desazón de Pedro.

La señora Alfonso se introdujo en la conversación para salvar a Paula de tan horrible decisión, ya que no sabía si obedecer a su primitivo instinto, que era el de ir con Pedro porque no soportaba verlo molesto, o cumplir con la promesa que le había hecho a su madre de quedarse allí para conversar con ella.

—Pepe, vete solo —dijo ella con calma, pero también, firmemente decidida—. Cuando regreses, Paula estará aquí aguardándote. Puedes estar sin ella por una hora o un poco más, mientras que tu padre está ansioso por recibir tu visita.

Aún dudando, pero evidentemente convencido, Pedro se dirigió a la puerta, pero llevó a Paula consigo.

— Dame un beso de despedida —pidió él en tono bajo y persuasivo, aunque Paula nunca necesitaba que él la convenciera para besarlo.

Le obedeció, parándose en puntillas de pie y demostrándole todo su amor en aquella breve y sublime expresión de amor. Al apartarse de él, la respiración de Pedro era un tanto agitada y sus ojos resplandecían de placer.

—Mmmm —murmuró él mientras la aferraba en un fuerte abrazo—. Con el tiempo, estás mejorando mucho. Me pregunto si podré seguirte el ritmo cuando ambos cumplamos sesenta y cinco años y tengamos una multitud de nietos alrededor de nosotros.

—No te preocupes por eso —bromeó—. He depositado toda mi confianza en tí. —Le guiñó el ojo lentamente, arqueando una ceja provocativamente—. También tú mejoras.

Con una leve sonrisa él murmuró:

—Me hace felíz escuchar ese comentario. Le hace bien a mi ego.

Dándole un mordisco sobre la mejilla, Pedro abrió la puerta y se marchó. Paula se preguntaba cómo era posible que su ego sólo se alimentara con lo que ella y el resto del mundo le ofrecían. Ella regresó a la sala y observó que Federico y su esposa Karen, estaban recogiendo sus cosas para marcharse. Luego de que ellos se retiraron, la señora Alfonso ordenó chocolate caliente para que lo enviaran a la habitación de Paula. En ese recinto, ambas damas compartirían un tete—á—tete muy íntimo, que Paula  habría de recordar muy vivazmente durante los próximos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario