miércoles, 2 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 11

— Cuénteme sobre usted, Paula —sugirió él, siendo su tono tan natural que la joven se relajó al menos un poco...

— ¿Por ejemplo? —dijo ella en el mismo tono, preguntándose si se había imaginado el temblor de la barba de Pedro, probablemente provocado por una sonrisa.

— ¿Cómo se gana la vida? —fue su desapasionada respuesta y ella se sintió que estaba segura.

— Soy funcionaría de personal y trabajo para el gobierno federal —replicó ella con razonable serenidad y como de acuerdo con las circunstancias, la conversación parecía muy normal, ella también dio rienda suelta a su curiosidad—. ¿Y qué puede decirme de usted? ¿Qué hace habitualmente?

En ese momento fue evidente que la barba se movió, pero... ¿se trataba de una sonrisa o de una mueca?

—No tengo empleo fijo por el momento —replicó él con un tono de voz que no invitaba a continuar interrogando

Volvió entonces a preguntarle a ella y lo hizo con tanta habilidad, que Paula se sorprendió diciéndole muchas más cosas de las que ella tenía intención de contarle.
Transcurrida una media hora de agradable intimidad, en aquella habitación iluminada sólo por las llamas de la chimenea, en sosegada conversación y con el sereno ronquido de Indio, Paulase sentía tan cómoda que podría haber pasado el resto de su vida allí, en compañía de Pedro Alfonso.

Cuando Pedro se puso de pie, empujando levemente a Indio hacia un costado, para dirigirse hacia un pequeño bar al que Paula no había descubierto antes, la joven notó que había estado viviendo en un tonto paraíso. Mientras Pedro Alfonso había estado tendido sobre el piso, con su viril atractivo parcialmente disimulado por la presencia de Indio, Paula había logrado olvidar la sexualidad que Pedro encerraba en su alta y poderosa figura.

Pero en ese momento él se aproximaba a ella con dos copas de vino y ella no lograba apartar la mirada de cada uno de sus movimientos, de aquella mirada espontánea y natural imposible de ignorar y del peligroso y oscuro encanto que estaba atrapado en su rostro... especialmente, en sus ojos. La muchacha alzó la vista para observarlo con sus ojos color negro, enmarcados por largas pestañas, revelando lo turbada que se sentía Paula estaba exactamente en el mismo lugar en el que había estado antes de escaparse hacia el cuarto de baño, aunque esa vez, el peligro era más inminente. Luego de haber bebido su copa de vino, Pedro se sentó sobre el diván... a su lado pero más cerca y no en el extremo más lejano y más seguro para ella.

Paula  bebió de un trago su vino y echó una resplandeciente sonrisa al hombre que estaba frente a ella, observando su evidente perturbación con un paciente y radiante interés.

— ¿Y qué puede decirme acerca de usted? —preguntó, tratando de encontrar un tono desinteresado—. Creo haber hablado lo suficiente acerca de mí. ¿No quiere que hablemos de usted ahora?

Ella sintió que su sonrisa comenzaba a tambalear cuando Pedro posó su mirada sobre la boca de la muchacha. Sabía perfectamente que era algo idiota, pero tenía la certeza de que aquella mirada tenía el poder de parecer tangible de algún modo u otro... como si él estuviera besándola en lugar de estar hablando con ella.

— No dude de que podrá escuchar todo lo referente a mi vida personal de boca de otros mientras permanezca aquí —dijo él, con un tono apenas distante que pronto se esfumó—. No creo que valga la pena perder nuestro tiempo hablando de algo tan aburrido como mi pasado. —Luego de una pausa, con un tono más ronco y profundo, prosiguió: —Y sobre todo, cuando el presente puede ser tan interesante.

Paula ignoró la invitación de su voz, con una leve inclinación de su cuerpo hacia adelante, tan leve como pudo hacerla, aunque casi no tenía aliento para seguir hablando.

— No creo que sea aburrido —dijo ella, tratando de mostrar una valentía muy poco convincente—, Y preferiría escuchar la historia de su pasado por boca suya y no por la de los chismosos, —Después, con una mirada confusa, comenzó a preguntarle por qué habrían de escucharse comentarios acerca de él, pero el interrogatorio cesó, cuando Pedro  se inclinó hacia adelante, acercando su boca de la de ella a unos cuantos centímetros.

Todo lo que él dijo fue:

— ¡Chist, Paula! —Pero detrás de sus palabras se ocultaba un tremendo significado y luego, hubo un mundo de sensaciones en su beso. Paula olvidó todo lo que no estuviese relacionado con los sentimientos que su respuesta le inspiraban.

Pedro  no la forzó para nada. Por el contrario, el movimiento de sus labios sobre los de ella y la cálida caricia de su barba fueron genuina seducción, en su forma más efectiva. Él era suave, paciente y eróticamente sugestivo. Más que forzarla para permitirle penetrar en ella, la lengua de Pedro invitaba a Paula para que la dejase pasar. Era tan pacientemente tentador como lo había sido antes, hasta que la joven decidió que ya no podía soportar la agonía de que él no la abrazase para estrecharla contra sí y hacerle sentir la calidez de su cuerpo.

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