domingo, 13 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 43

Cuando Pedro abandonó los labios de la muchacha para atormentar entonces su cuello, ella logró gemir:

— No creo que ni siquiera me gustes, Pedro Alfonso. —Sin embargo, sus palabras perdieron todo el sentido cuando lo rodeó con sus brazos y lo atrajo hacia sí con pasión.

Ella lo oyó soltar un gemido de descreimiento y no se sorprendió al escuchar que le decía:

— Mentirosa... —con su tono suave y tierno.

—Es verdad —protestó débilmente, temblando cuando su mano se posó en su seno—. Sólo un hipócrita y falso político podría comportarse de esta manera.

El cuerpo de él permaneció tieso durante unos segundos y luego, un extraño y peligroso brillo se encendió en sus ojos.

—Con cuidado, mi amor —dijo él, en suave advertencia, aunque sus manos continuaban su minuciosa investigación—. Ya me has herido lo suficiente y si haces que me enoje, convertirás lo que yo planeo como una tierna seducción en algo igualmente placentero pero mucho más salvaje.

Ella protestó, tratando de que sus lamentos tuvieran algo de fuerza.

—No tienes tiempo para seducirme, Pedro—dijo ella, molesta al descubrir que sus palabras sonaban más como las de una niñita haciendo pucheros que como las de una mujer adulta—. Alguien vendrá a buscarnos muy pronto y, aquí no hay ni sábanas limpias ni cama firme, ¿recuerdas?

La mirada de Pedro le expresó que ya había llegado demasiado lejos. Luego, utilizando las dos manos, atrajo la boca de Paula hacia la suya.

— ¿Te hace sentir esto como que me he acobardado y tengo el rabo entre las piernas? —le preguntó iracundo. Le soltó los labios para tomarla por el brazo con más violencia y luego la llevó hasta el frente de la casa abruptamente—. Obviamente, Paula, te gusta vivir corriendo peligro —le dijo él con un tono que la alarmó—. Creo que será mejor que te demuestre lo peligroso que puedo llegar a ser.

Ella se tropezó con un obstáculo que había en el suelo. Sin interesarse en el pequeño incidente, Pedro la empujó hacia su Jeep.

— Pedro, detente —protestó ella, sintiéndose atemorizada por las emociones que había producido en él—. No necesitas demostrarme absolutamente nada —dijo ella al ver que él no tenía ninguna intención de escuchar sus protestas—. Aún no soy tu esposa, ¿recuerdas?

Pedro guardó silencio pero continuaba arrastrándola y Paula sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella. Dejando de lado lo mucho que lo deseaba, no quería comenzar su historia de amor con enfado.

—Pedro, escucha, lo siento. —Estaba decidida a tratar por otros medios, con la esperanza de que diera buenos resultados.— No debí haber dicho eso acerca de los políticos y tampoco fue mi intención hacerte enojar con la espera. Es sólo que necesito tiempo para hacerme a la idea, de... de...

En ese momento, ya habían llegado hasta donde estaba el Jeep y como si Paula no hubiera pronunciado ni media palabra, Pedro la condujo hacia el interior y se sentó al volante. Un segundo después, encendió el motor y los neumáticos levantaron una enorme nube de polvo cuando velozmente, encaminó el vehículo hacia la carretera.

Serio, silencioso y viéndose cual si fuese un hombre primitivo de la prehistoria, Pedro conducía su Jeep en completa concentración. Paula estaba acurrucada en su asiento, echando ansiosas miradas a Pedro cuando apartaba la vista de la carretera. Sentía que por momentos, su corazón se detenía.

— Pedro... —había intentado hablarle por última vez, cuando se dio cuenta de que él no estaba escuchándola.

En muy poco tiempo, llegaron hasta la casa de Pedro. La hizo bajar del Jeep con violencia y del mismo modo, la condujo hasta la puerta. Cuando la empujó hacia el interior, trató de protestar nuevamente, pero debió cerrar la boca: Pedro estaba besándola con tanta pasión que hizo arder sus labios y morir sus palabras. Luego, la tomó entre sus brazos y comenzó a subir las escaleras. Paula sabía que estaba perdida: a menos que sucediera un milagro, en poco minutos estaría sometida ante él, haciendo el amor bajo pésimas circunstancias.

Sólo quedaba una cosa por hacer. Si lo que estaba por ocurrir era inevitable, tal como se lo estaba advirtiendo la mirada de Pedro, lo menos que podía hacer la muchacha era tomar la iniciativa para que aquella seducción fuera todo lo dulce y tierna que él le había prometido al principio.

— Pedro... querido, por favor. —hundió los labios en su cuello, siendo su voz una suave súplica, sus labios cálidos contra las agitadas pulsaciones de él que latían salvajemente.

Pedro se detuvo durante una décima de segundo, cuando Paula ya había perdido toda esperanza de conquistarlo. La miró con ternura en sus ojos:

—No te preocupes, cariño —susurró él contra la mejilla de la joven—. No te haré daño. Está muy lejos de mi intención... —Sus palabras sonaban como las más dulces del mundo, transmitiendo el deseo que sentía hasta las venas de Paula.

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