domingo, 6 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 24

Paula  le sacó la lengua.

— No. No es así —gruñó ella como tantas otras veces lo había hecho durante la infancia—. Y si mamá viviera aún, también se lanzaría sobre tí, una vez que yo hubiera terminado de decirte lo debido.

Toda la respuesta de Gonzalo  fue reclinarse sobre el respaldo de su silla, sacando el pecho, al modo más machista que pudo.

— Mi madre —pronunció con una maligna sonrisa y con nauseabunda seguridad— hubiera estado siempre de mi lado no importa para qué. Probablemente hayas olvidado que yo era su favorito.

Su voz sonaba tan sombría y su aspecto era tan ridículo que Paula no pudo evitar soltar una carcajada. Además, tuvo que admitir que él tenía razón.

— Sí, claro que te prefería a ti, cerdito, pero jamás pude encontrar la razón valedera para ello. Según recuerdo, papá tenía mucho más sentido común. Él siempre me prefirió a mí.

Gonzalo abandonó su estudiada pose y en su rostro se leyó una expresión nostálgica y placentera.

— Ellos fueron padres estupendos, ¿no crees? —dijo con orgullo y tristeza.

—Sí, lo fueron —respondió soberbiamente—. Sólo habría deseado que nuestros hijos... si es que alguna vez hemos de tenerlos —agregó rápidamente al ver la mirada sorprendida de John— hubieran podido conocerlos, habrían sido unos abuelos maravillosos.

La expresión de Gonzalo se tornó confidente.

— Bueno, al menos mis hijos tendrán una tía excepcional. Por supuesto, que es terrible que vivas tan lejos, ya que no podrás hacerles de niñera. Pero de todos modos, podríamos mandarlos por encomienda a la ciudad de Oklahoma todos los veranos y así permitiríamos que tú....

Hubo algo en su tono que la hizo saltar a Paula.

— ¡Gonzalo! ¿Estás queriendo decirme que...?

Gonzalo  mantuvo en alto su mano y vociferó llamando a Lola. Su esposa vino corriendo, observando alarmada a uno y a otro.

— ¿Qué sucede?

— Paula ha logrado arrancarme la verdad de los labios como siempre lo ha hecho —respondió, con un halo de mártir inocente—. Acaba de enterarse de lo del bebé.

Lola  observó a su esposo un tanto disgustada y se encogió de hombros.

— Sabía que no me dejarías decírselo, Gonzalo Chaves. Me sorprendía que no se lo hubieras dicho antes que llegase a la casa esta mañana. —Luego, ella se calmó y con una sonrisa, respondió a la expresión de placer y al cálido abrazo de Paula.

— ¿Y para cuándo? —preguntó sosteniendo a Lola  al alcance de su mano para poder observarla—. Todavía no se te nota... ¿Cuándo lo supiste? ... ¿Por qué no me avisaron antes? ... ¿Lo tenían planeado?...

—Contestaré a todas tus preguntas mientras lavamos la vajilla. Gonzalo puede ir a su estudio —contestó, mirando a su esposo exasperada—, como castigo por ser un boquiflojo mientras nosotras conversamos del tema.

Gonzalo se levantó de su silla, haciendo un movimiento un tanto brusco y se dirigió hacia la puerta.

— De acuerdo —dijo él con desdén—. Sólo por el hecho de haber plantado una semillita no tengo por qué estar sujeto a las charlatanerías femeninas referentes a los resultados de mi siembra. Ya sé que será un niño, que se parecerá a mí y que heredará mi genio. Eso es todo lo que cuenta.

Gonzalo debió escapar para esquivar la toalla de cocina mojada que su esposa le arrojara por la cabeza. Ambas mujeres lo escucharon reír durante todo el trayecto que recorrió en el vestíbulo. Luego, tomadas del brazo, siguieron riendo y comenzaron a hablar tanto como anunciara Gonzalo, disfrutando cada detalle de la conversación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario