domingo, 6 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 26

Paula  convirtió sus palabras en acción y pasó el resto del día poniendo el cuarto de baño en condiciones.

Cuando Lola la llamó para cenar, Pau estaba realmente agotada pero sentía la satisfacción de haber logrado un proyecto que requiere muchísima concentración y un trabajo muy arduo. Sin embargo, esa vez su sensación de bienestar estaba acompañada por un terrible dolor de espaldas. Luego de haberse lavado para bajar presentable a cenar, decidió caminar un poco inclinada y apoyando una mano en la cintura para tratar de mitigar el dolor.
Gonzalo  le ofreció una copa de sidra y observó la pose de su hermana aunque sin compadecerse de ella.

— ¿Se te ha caído algo en el piso? —le preguntó con sarcasmo.

— ¿A quién? ¿A mí? —preguntó ella con una mirada de sorpresa, la cual le daba a su rostro una expresión de mártir inocente al mismo tiempo. Se pasó la mano sobre las sienes y trató de enderezarse con una mueca de dolor, la cual logró ocultar tras una risa poco sincera—. ¡Oh, no, Gonzalo! ¿Por qué lo preguntas?

Gonzalo  volvió a personificar su papel de cómico incansable.

— ¡Oh, Paula! ¡Qué grosero que he sido contigo! —anunció dramáticamente, llevándose un puño a su sien, con un exageradísimo gesto que habría ejecutado un actor en escena de fines de siglo pasado—. Has estado haciendo de esclava en una tina de baño, con un estropajo en la mano durante todo el día, ¿no es cierto? —preguntó Gonzalo con fiereza, tomándola por el brazo para conducirla gentilmente hacia una silla, frente a la chimenea. Paula reía tontamente, elevando varias protestas por el auto castigo de Gonzalo.

—Y yo, que he estado malgastando mi tiempo, haciendo garabatos sobre un trozo de papel —continuó—. Oh, ¿qué podría hacer yo para compensarte, mi pobre dulce y sufridísima hermanita? —imploró él, arrodillándose sobre una de sus rodillas y bajando la cabeza en señal de vergüenza.

Paula abrió la boca para decirle... al final... lo que podría hacer para compensarla, pero en ese instante, llegó Lola.

— Ya puedes ponerte de pie y dejar de comportarte como un pésimo actor de un filme de cuarta categoría —dijo con agradable sarcasmo—. Eso sería sólo el comienzo, ya que luego podrías dignarte a ayudarme a tender la mesa. Si es que conozco bien a tu hermana, desde el mismísimo momento en que toma el tenedor entre sus dedos, habrá de hacer desaparecer su cansancio como por arte de magia.

Ambos hermanos comenzaron a lamentarse y a protestar en señal de molestia por tan severa crítica, pero al ver que Lola les respondió con total indiferencia, se miraron el uno al otro y echaron a reír. Luego Gonzalo se puso de pie para satisfacer el pedido de su esposa. No obstante, él se tomó su tiempo para tomar a su esposa por la cintura y echarla hacia atrás, en una estupenda imitación de Rodolfo Valentino y su estilo romántico, besándola muy cerca de la boca. Después debió cumplir la mundana rutina de llevar a la mesa un recipiente con puré de patatas. Al ver la antiquísima reacción de su marido, Lola no pudo más que observarlo con orgullo y menear su bella cabeza.

—Lola—farfulló con burlón disgusto—. Si un hombre me besara de ese modo ni siquiera me molestaría en preparar una tonta cena. Correría directamente hacia mi habitación y dejaría que las verduras se cocinen solas.

Lola rió de buen grado, pero Gonzalo adoptó una actitud de perro furioso y retrocedió para tomar de la mesada un platillo con pollo frito, personificando la imagen de un prisionero que estaba a punto de ser colgado.

— Todo lo que quiere de mí es que le regale joyas, pieles y que la lleve a pasear a la Riviera, Pau —se lamentó con tono patético—. Sólo se casó conmigo por el dinero, tú lo sabes.

Eso sí que había sido demasiado para Paula, que conocía perfectamente las penurias que había tenido que soportar Lola antes que Gonzalo comenzara a hacerse un nombre.

—¿Y por qué no? —preguntó ella indignada—. ¿Qué más tienes tú para ofrecer? Me gustaría saberlo.

Lola  se veía radiante de alegría al notar que su cuñada había tomado armas para salir en su defensa, pero John tomó un muslo de pollo para amenazar a su hermana.

—Lo que sucede es que sientes celos porque jamás encontrarás al hombre que logre llegarme a la suela de los zapatos, ¡pequeña desagradecida! —replicó él con un gruñido. Luego, sus ojos se encendieron cuando se le ocurrió un golpe estupendo para darle—. Ni siquiera Pedro Alfonso es capaz de hacer suspirar a las mujeres del modo en que yo lo hago —acentuó su dura contestación con un salvaje mordiscón en la pata de pollo sostenía mientras observaba los ojos de su hermana.

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