sábado, 26 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 15

De repente, estalló un relámpago que lo sorprendió. Hacía rato que había visto el último.

Aparte de la lluvia que seguía cayendo, lo peor de la tormenta ya estaba lejos. Sin embargo, con el resplandor de la descarga pudo distinguir algo en la distancia..., un rectángulo de madera cubierto de vegetación: uno de los muchos puestos de ojeo.

Su mente empezó a trabajar a toda velocidad. Sí. Aquellos puestos se parecían a las casitas de madera de los niños y podían ofrecer refugio suficiente ante los elementos. ¿Sería posible que Nicolás hubiera dado con uno?

No, demasiado fácil... Sin embargo...

A su pesar, sintió que lo recorría una descarga de adrenalina. Se esforzó por mantener la calma.

«Quizá...»

Sólo había eso: un enorme «quizá».

Pero era lo único que le quedaba, así que se precipitó hacia el refugio. Las botas se hundieron en el barro con ruidos de succión mientras luchaba a través del terreno pegajoso. Pese a todo, llegó al refugio en unos segundos. Nadie lo había ocupado desde el pasado otoño y estaba cubierto de plantas trepadoras. Se abrió paso y metió la cabeza al tiempo que iluminaba el interior con la linterna. Casi había esperado encontrar allí al chiquillo, pero lo único que vio fueron unos mohosos paneles de contrachapado.

Justo cuando se apartaba, un nuevo relámpago iluminó el cielo, y pudo atisbar a unos cuarenta metros otro refugio que no parecía estar tan cubierto de la maleza... Echó a correr a toda prisa hacia allí.

«Si yo fuera un niño perdido en plena tormenta y viera algo parecido a una casita...»

Lo alcanzó y lo registró de arriba abajo, pero no encontró nada. Maldijo para sus adentros, presa de una repentina urgencia. Salió y empezó a buscar el siguiente sin saber exactamente dónde podría hallarlo, aunque por experiencia estaba seguro de que tenía que estar en un radio de un centenar de metros, cerca del agua.

No se equivocaba.

Respirando pesadamente, luchó contra la lluvia, el viento y sobre todo el barro, convencido de que su intuición con respecto a los puestos de ojeo era correcta. Si el chico no estaba en aquél, tendría que llamar a los rastreadores por radio y ordenarles que empezaran a mirar en todos y cada uno de los refugios de la zona.

Mientras se abría paso entre la vegetación, se preparó para una posible y nueva decepción.

Rodeó la pequeña construcción, metió la cabeza e iluminó el interior con la linterna. Lo que vio lo dejó sin aliento.

Allí estaba: un niño pequeño, acurrucado en un rincón, cubierto de barro y lleno de arañazos pero, aparentemente, sano y salvo.

Pedro  parpadeó, pensando que se trataba de un espejismo. Sin embargo, cuando abrió los ojos, el chico seguía en el mismo sitio, inmóvil, con su camiseta de Mickey y todo.

Pedro estaba demasiado sorprendido para encontrar las palabras. A pesar de las horas que llevaba buscando, la conclusión le parecía demasiado fácil.

En el silencio que siguió —apenas unos segundos—, Nicolás lo miró; miró al hombretón del impermeable amarillo con expresión de sorpresa, como si éste lo hubiera pillado haciendo algo incorrecto.

—«¡Hoa!» —dijo el muchacho, eufórico.

Pedro lanzó una carcajada. Luego, ambos sonrieron. El bombero se arrodilló. El niño se puso en pie y se lanzó en los brazos abiertos del desconocido. Estaba empapado y temblaba de frío.

Cuando Pedro sintió el contacto de aquellas pequeñas manos rodeándole el cuello, notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.

—¡Bien! ¡Hola, hombrecito! Tú debes de ser Nicolás.

—El niño se encuentra bien. Repito, está a salvo. Tengo a Nicolás conmigo en este momento.

Cuando aquellas palabras resonaron en los transmisores, una oleada de emoción se apoderó de los rastreadores, y rápidamente comunicaron la noticia al Parque de bomberos, desde donde José llamó al hospital.

Eran las dos y treinta y un minutos de la madrugada.

Ana agarró el teléfono de la mesilla y se lo acercó a Paula para que ésta pudiera contestar. La joven contuvo la respiración mientras descolgaba, e inmediatamente reprimió un grito tapándose la boca con la mano. La sonrisa que le iluminó el rostro fue tan auténtica, tan sentida y contagiosa que Ana tuvo que contener el impulso de empezar a dar saltos de alegría.

Paula hizo la consabida lista de preguntas: «¿Se encuentra realmente bien?... ¿Está seguro de que no está herido?... ¿Cuándo podré verlo?... ¿Por qué tardará tanto?... Sí, lo entiendo, pero ¿está usted seguro?... Gracias, gracias por todo... ¡Apenas puedo creerlo!»

Cuando hubo colgado el aparato, se incorporó —sin ayuda— y le dió un fuerte abrazo a Ana al tiempo que la ponía al corriente de la situación.

—Van a traerlo al hospital. Lo han encontrado helado y empapado, así que quieren tenerlo en observación para asegurarse de que está bien. Llegará dentro de una hora, más o menos. ¡Es tan increíble...!

La emoción del momento hizo que se sintiera nuevamente mareada; pero aquella vez no pudo molestarle menos: Nico estaba a salvo y era lo único que importaba.

Pedro se había quitado el impermeable y había envuelto con él al pequeño para mantenerlo caliente. A continuación lo había sacado del puesto de ojeo. Luego, fue a encontrarse con sus compañeros. Esperaron brevemente a que llegaran los rastreadores y, cuando estuvieron todos reunidos, regresaron formando un grupo compacto.

Las cinco horas que Pedro había pasado en el pantano le estaban pasando factura: cargar con Nicolás, que pesaba casi veinte kilos, no sólo le provocaba calambres en los brazos sino que contribuía a que se hundiera más profundamente en el fango. Cuando llegaron a la carretera, se hallaba tan exhausto que apenas podía comprender cómo era posible que las madres llevaran a sus hijos en brazos durante horas, mientras hacían las compras en el centro comercial.

Una ambulancia los estaba esperando. En un primer momento, Nicolás se negó a separarse de él; pero, al final, hablándole dulcemente, Pedro consiguió convencerlo para que se metiera en el vehículo y se dejara examinar por el enfermero. Allí, sentado en la ambulancia, Pedro sólo deseaba poder darse una buena ducha caliente; pero como Nicolás parecía hallarse constantemente al borde de un ataque de pánico, decidió posponerla y acompañar al chico al hospital.

Huddle se puso al volante y encabezó la comitiva mientras el resto de los hombres que habían participado en el rescate regresaban a sus casas.  La larga noche había acabado por fin.

Llegaron a la clínica poco después de la tres y media de la madrugada. A esa hora, el servicio de urgencias ya no estaba abarrotado y casi todos los pacientes habían sido atendidos. Los médicos habían recibido el aviso de la llegada del muchacho y lo estaban esperando. Igual que Paula y Ana, quien había sobresaltado a la enfermera de guardia cuando se presentó en su despacho y le pidió una silla de ruedas para Paula Chaves.

—¿Qué está haciendo usted aquí? —la reprendió la mujer—. ¿No sabe qué hora es? No están permitidas las visitas a estas...

Ana hizo caso omiso de las protestas y se limitó a repetir su solicitud. Al final tuvo que convencerla, pero tampoco mucho.

—Han encontrado al hijo de la señorita Chaves —le explicó—. Van a traerlo aquí. Sólo quiere ir a verlo.

La enfermera consintió y le proporcionó la silla de ruedas.

La ambulancia llegó un poco antes de lo previsto. Cuando se abrieron las puertas traseras y bajaron a Nico, Paula luchó para ponerse en pie. Una vez que estuvo dentro, los médicos y las enfermeras se apartaron para que el niño pudiera verla.

Durante el trayecto le habían quitado la ropa mojada y lo habían envuelto en mantas para que su cuerpo recobrara la temperatura. A pesar de que ésta había descendido unos cuantos grados, no existía riesgo de hipotermia, y las mantas habían hecho efecto. El rostro de Nico estaba sonrosado, y él se movía sin dificultad. En todos los aspectos, su estado era mucho mejor que el de su madre.

Paula se acercó a la camilla y se inclinó sobre ella. El chico se incorporó de un salto y ambos se abrazaron con fuerza.

—«¡Hoa, ama!» —dijo finalmente.

Los médicos y las enfermeras se echaron a reír, igual que Paula.

—Hola, cariño —le murmuró Paula al oído, con los ojos fuertemente cerrados—. ¿Estás bien?

Nico no respondió, pero en aquellos momentos a su madre no podía importarle menos.

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Muy buenos los caps. Qué alegría que Pedro encontró a Nico.

    ResponderEliminar
  3. Que heroe Pedro!!! Y lo encontró nomas!!!

    ResponderEliminar
  4. Por fin! No veía la hora de que aparezca! que manera de sufrir! Un héroe Pedro, y Ana! Más buena no puede ser!

    ResponderEliminar