lunes, 14 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 51

— No dejes de hacerlo —le instruyó ella cálidamente.

Cuando Pedro  se alejó, la joven lo contempló, medio angustiada por su partida, medio invadida por la felicidad que había sentido esa noche.

Paula  durmió hasta el mediodía del día siguiente. Se despertó con el cálido beso de Pedro, que estaba sentado en su cama, junto a ella.

— Despierta, dormilona, antes que decida meterme ahí adentro y nos pasemos todo el día en la cama.

—Mmmmnmm —ésa fue la adormecida y feliz respuesta de ella—. ¡Qué delicioso proyecto! —Extendió los brazos, tratando de atraparlo para tenderlo junto a ella, pero él se resistió firmemente.

— Seguramente lo es —dijo él con paciencia—, pero no creo que el liberalismo de Gonzalo llegue hasta el punto de permitirnos que convirtamos su cuarto de huéspedes en un paraíso prenupcial. Además, está esperándonos abajo para que lo ayude a rociar el fertilizante.

— ¡Uf! —El tono pasó de ser sensual a disgustado al tiempo que guiñaba un ojo.— ¡Qué manera tan espantosa de comenzar el día!

Los ojos de él brillaban de burlona indignación hacia ella

—¿Acaso te estás refiriendo a mi beso de buenos días, mujer? —preguntó amenazante.

— No —respondió ella, sonriendo ante su feroz expresión—. Esa sí que es una maravillosa manera de comenzar el día. Me refiero a lo que Gonzalo tiene en mente para tí.

—Sí, bueno... —sonrió entre dientes, cuando una vez de pie, observó a la joven desperezarse, con un bostezo matinal.— Un hombre debe estar dispuesto a pagar cualquier precio como dote por su prometida. Gonzalo es sólo apenas más diabólico que los demás.

— Me vestiré e iré a ayudarlos —dijo ella alegremente.

Pedro detuvo todos los movimientos de la joven al abrazarla con todas sus fuerzas, levantándole los pies del piso.

— ¡Pedro!... —suspiró ella, al sentir que el cuerpo de él temblaba junto al de ella—. ¿Qué sucede? ¿Estás enfadado?

— ¡Dios! ¡Sí que estoy enfadado! —gruñó él contra el cuello de ella—. ¿Dime qué hombre no lo estaría si tuviese que cambiar toda esta maravilla por ir a desparramar materia fecal de ganado vacuno?

Paula soltó una sonora carcajada, aunque un temblor de amor la atrapaba terriblemente: ese hombre maravilloso se estremecía de placer por ella.

—Lo siento, cariño —dijo ella tratando de consolarlo cual si fuese un niñito inocente, mientras apartaba su cabellera de su rostro y esparcía millones de besos sobre su piel—. Pero tenemos esta noche. Gonzalo y Lola nos comprenderán si les decimos que necesitamos volver a estar solos.

Durante las siguientes tres semanas ocupaban todas las jornadas en ayudar a Gonzalo y a Lola, mientras que por las noches, se abandonaban a la inalterable pasión que los invadía. Además, todo el tiempo que les quedaba libre entre una cosa y otra, lo empleaban en extensas conversaciones, que les sirvieron para conocer más acerca de sus vidas.

Gonzalo y Lola insistían en que era indispensable tomarse unos días de sano esparcimiento para liberar las tensiones del trabajo. Fue por eso, que el primer fin de semana, hicieron los arreglos necesarios para ir de excursión al lago de los Ozarks, donde se podía nadar, remar y tomar un buen descanso.

El fin de semana siguiente se dirigieron a la ciudad de Silver Dollar, un entretenido paseo por un centro de artesanos dedicados a la práctica de manualidades antiguas, tales como elaboración de jabón, extracción de azúcar de sus respectivas cañas, trabajos de madera y fabricación de muñecas. Pedro compró tantos recuerdos de aquel lugar, que los cuatro debieron colaborar para llevar los paquetes al automóvil.

Durante el tercer fin de semana, Pedro le preguntó si ya había mandado la renuncia a su empleo. La expresión de asombro de Paula le expresó claramente que no lo había hecho.

—No has pensado en ello, ¿verdad? —preguntó él y al ver que ella se lo negaba, le sugirió que lo hiciera de inmediato.

— Pero, Pedro... —comenzó a protestar, repentinamente atemorizada.

Acababa de darse cuenta de que debía echar todo su pasado por la borda y emprender un nuevo camino que, hacía tres semanas ni siquiera había imaginado que sería para ella.

—¿No piensas que tendrás que hacerlo pronto, Paula? —fue todo lo que él dijo.

Ella no pudo hacer otra cosa más que rechazar la idea y también sus brazos. Fue como si de pronto él se hubiera convertido para ella en un extraño tirano.

— ¿Y cómo se supone que voy a mantenerme mientras tú te acomodas en la ciudad de Jefferson? —preguntó ella un tanto molesta—. No puedo vivir contigo y tampoco puedo aceptar tu dinero.

La reacción de él fue una de sorpresa.

— Puedes vivir con mi familia —dijo él—. Y también puedes trabajar en mi oficina, conmigo. Seguramente, no tendrás ningún inconveniente en aceptar la remuneración que te ofrezca, ¿no es cierto?

Ahora fue Paula quien se sorprendió.

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