domingo, 6 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 25

La sala grande ya se había convertido en un sueño y Paula pudo ver muy pocas cosas, si era que existían, que había por hacer allí. Las más modernas instalaciones se habían combinado con gran armonía. Un toque de antigua calidez y encanto hacían de esa habitación un paraíso equipado para soportar la nieve que caía en el invierno y los fuertes vientos que castigaban las ventanas. Toda persona que estaba allí tenía la seguridad de sentirse a salvo, abrigada y si contaba con una buena provisión de alimentos, podría pasar una larga temporada enfrentando al mal tiempo.

La dueña y señora de aquella hogareña grandeza se sentía obviamente, orgullosa de sus dominios. Una vez que el tema del bebé ya había quedado totalmente agotado, Lola decidió distraer su atención hacia otros asuntos.

— ¿Te agrada la chimenea? —preguntó ella, con el placer de quien sabe que la respuesta no puede ser otra cosa más que un elogio.

— ¡Fantástica! —replicó con completa sinceridad—. Gonzalo y tú podrían sentarse aquí y olvidarse de todo, sobreviviendo sin ningún tipo de preocupaciones. —Ella se detuvo para pensar que no sólo podrían vivir sin preocupaciones sino que también debería de ser maravilloso vivir simplemente, en un sitio así.

Todo un muro entero había sido decorado con ladrillos a la vista colorados y en el centro, se había dispuesto una chimenea de ampulosas proporciones. Incluso tenía un gancho dentro y también un horno, para que Lola pudiese cocinar si se quedaba sin combustible en la cocina.
Frente a la chimenea, se hallaba un mullido diván, tapizado con diseños campestres muy coloridos y en cada costado, dos cómodas sillas. Frente al diván, había una mesita pequeña, de madera y había muchas otras más, de lo americano antiguo, situadas en distintos rincones de la habitación. A través de un enorme ventanal, se observaba una galería angosta y cubierta, donde se habían apilado grandes cantidades de leña, listas para hacer frente al próximo invierno.

Sobre el otro extremo de la habitación, se hallaba la inmensa mesa de roble en la cual habían desayunado y desde la ventana que estaba enfrente, se apreciaba una vista panorámica de las rocosas montañas, llenas de bosques, que se divisaban detrás de la casa.

Paula  pensaba que si se sentaba allí durante un largo rato, podría contemplar el manso traqueteo de la vida local, armonizando con la belleza del arroyo que trazaba su paso sobre la parte posterior de las tierras de Gonzalo.

Todo aquella enorme habitación constituía una combinación de cocina, de trabajo y rincón de estar que habría enorgullecido el corazón de toda ama de casa y, aunque Paula no pudiese adjudicarse ese título, ella también se sentía encantada por la decoración que tenía.
Ella y Lola continuaron haciendo un tour por toda la casa, comenzó por el estudio de John, el cual era, según lo que Lola le había asegurado a Paula, la otra habitación que también estaba terminada.

— Tú sabes, todo lo que Gonzalo necesita es una claraboya y que los muros estén pintados de blanco —explicaba resignada, mientras subían las escaleras— y el ático era el sitio ideal para hacer el estudio de Gonzalo. Sólo requería un poco de limpieza, pintura y luminosidad para que mi esposo pudiese poner manos a la obra.

La descripción de Lola  había sido completamente correcta. El estudio de Gonzalo era una vasta habitación blanca, adornada por todos lados con coloridas latas, que hacían las veces de floreros. Se iluminaba por la luz que penetraba por diversas ventanas pequeñas, aunque la claraboya, ubicada directamente sobre el caballete de pintor de Gonzalo daba luz más que suficiente, sin embargo, Gonzalo había complementado la iluminación de su sitio de trabajo con varias lámparas de pie, instaladas prudentemente, para poder pintar los días nublados o de invierno.

Gonzalo solía pintar paisajes, copias de fotografías que él mismo tomaba y un sinfín de creaciones que parecían surgir de su memoria sin errores. Sin embargo, como Gonzalo tenía el mismo temperamento que tienen todos los artistas mientras trabajan, Lola y Paula se retiraron del estudio, luego de mirar brevemente sus dominios y al salir, cerraron muy cuidadosamente la puerta para no molestarlo.
Gonzalo era un hombre muy cálido y con gran sentido del humor, en contraste a lo apasionado que se tornaba cuando pintaba.

No había dudas de que el resto de la casa sería muy cómodo y encantador una vez que todos los detalles estuvieran terminados, pero ninguna de las otras habitaciones, ni el living, ni los comedores, aparentaban ser gran cosa: las paredes vacías, los pisos y los escasos muebles parecían estar esperando pacientemente las horas de trabajo que los hicieran mucho más presentables.

—Bien, eso es todo —declaró con un suspiro, al llegar nuevamente a la cocina por otra taza de café, antes que cada una de ellas se decidiera a comenzar por sus respectivas actividades—. ¿Comenzarás con tu baño entonces?

— Gonzalo siempre dice que soy el desorden personificado en el cuarto de baño y cuanto antes deje de compartirlo con ustedes, mejor. Creo que será mejor que limpie primero todo el lugar antes de comenzar a azulejar. Quizás pueda usarlo antes que el trabajo esté terminado.

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