lunes, 28 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 25

Mientras Paula caminaba hacia su hijo, Pedro no pudo evitar contemplarla: el rostro encantador, casi misterioso, acentuado por los altos pómulos y los exóticos ojos; el largo y oscuro cabello anudado en una cola de caballo que le caía entre los hombros; la proporcionada figura que los pantalones cortos y la blusa resaltaban...

—Nico, deja eso. Tus caramelos están en la bolsa.

Antes de que ella lo sorprendiera observándola, Pedro meneó la cabeza y apartó la vista, preguntándose otra vez cómo era posible que hubiera pasado por alto su belleza la noche del accidente. Un momento más tarde, Paula volvía a estar delante de él, con Nico a su lado. El chico tenía una expresión contrita, como si lo hubieran pillado metiendo la mano en un bote de caramelos.

—Lo siento. Normalmente se porta mejor.

—Seguro que sí, pero ya se sabe. Los niños siempre aprovechan todo lo que pueden.

—Parece que hablas por experiencia.

Él sonrió.

—No. En absoluto. No tengo hijos.

Se hizo un incómodo silencio hasta que él volvió a hablar.

—¿Así que has venido al centro para hacer unos recados?

Pedro se dió cuenta de que era una pregunta trivial que daría lugar a una conversación trivial; pero, por alguna razón, no quería que ella se fuera.

Paula se pasó los dedos por entre la coleta.

—Sí. Necesitaba unas cuantas cosas. La despensa se me estaba quedando vacía. ¿Y tú?

—Sólo he venido a buscar unas botellas de refrescos para los chicos.

—¿Los del Cuerpo de bomberos?

—No. Yo sólo presto servicio como voluntario. Me refería a los muchachos que trabajan para mí. Soy contratista, reformo edificios y cosas por el estilo.

Por un momento, Paula quedó confusa.

—¿Haces tareas como voluntario? Pensaba que eso era algo que ya no se hacía.

—En las ciudades pequeñas, como ésta, se hace así porque normalmente no hay trabajo suficiente para justificar el mantenimiento de una plantilla permanente. Así que cuando se produce alguna emergencia, nos toca a nosotros, los voluntarios.

—No lo sabía.

Aquella súbita revelación hizo que Paula tuviera la impresión de que la hazaña de Pedro aún había tenido más valor, por mucho que hubiera creído que semejante cosa era imposible.

Nico la miró.

—«E teñe hambe.»

—¿Tienes hambre, cariño?

—«I.»

—Está bien, pronto estaremos en casa y te haré un bocadillo de queso a la plancha. ¿Qué te parece?

Nico asintió con la cabeza.

—«í, e beno.»

No obstante, Paula no se marchó inmediatamente, al menos no lo bastante deprisa para Nico.

Volvió a mirar a Pedro. El niño agarró una de las perneras del pantalón corto de su madre y dió un tirón, y ella bajó las manos en un movimiento automático para detenerlo.

—«Amos, amos» —insistió Nico.

—Ya va, cariño...

Madre e hijo se enredaron en un lío de manos y dedos mientras él intentaba agarrarla y ella desasirse, hasta que Paula le agarró la mano para detenerlo.

Pedro reprimió la risa aclarándose la garganta.

—¡Ejem! Será mejor que te deje marchar. Hay un niño en pleno crecimiento que necesita que le den de comer.

—Sí. Creo que sí.

Le lanzó la típica mirada de la madre indefensa y experimentó un curioso alivio cuando se dio cuenta de que a Pedro no le había molestado que Nicose pusiera pesado.

—Ha sido agradable que nos encontráramos —añadió. A pesar de que parecía una frase manida del tipo «Hola, ¿qué tal? Encantado de verte», deseó que él se diera cuenta de que lo decía de corazón.

—A mí también me ha gustado verte —contestó y, agarrando a Nico por el casco, añadió—: Y a tí también, campeón.

Nico se despidió agitando la mano libre.

—«Ayo, Pepe» —dijo alegremente.

—Adiós.

Pedro  sonrió para sí mientras se encaminaba hacia las neveras para coger las botellas de refrescos que había ido a buscar.

Paula fue hacia el mostrador y soltó un suspiro. El propietario estaba inmerso en la lectura de la revista Field and Stream y sus labios se movían a medida que leía atentamente un artículo.

Mientras se acercaban, Nico volvió a hablar.

—«Ama, hambe.»

—Ya lo sé, hijo. Enseguida nos marchamos.

El tendero vió que se acercaban, esperó a comprobar que lo necesitaban a él y no a sus caramelos y cerró la revista.

Paula señaló las bolsas que había dejado en el mostrador.

—¿Me las puede guardar un momento, por favor? Tengo que ir a buscar algo con lo que poder colgarlas del manillar...

A pesar de que Pedro se encontraba casi al otro extremo de la tienda y tenía en la mano un paquete de Coca-Cola que acababa de sacar de la nevera, hizo un esfuerzo para captar la conversación.

—Vamos en bicicleta —prosiguió Paula—, y no sé cómo podemos llevar todo esto a casa si no es como le he dicho. Enseguida vuelvo.

Desde el fondo, él oyó que la voz de Paula se desvanecía y la contestación del tendero.

—No hay problema. Se las guardaré aquí abajo.

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