viernes, 4 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 17

Paula  frunció la nariz en señal de disgusto, aunque rió con él.

— Por supuesto que se los daré, a Indio—dijo ella sin darle demasiada importancia—. El sólo estaba cumpliendo con sus obligaciones laborales, de modo que se merece una recompensa.

— Gracias —respondió secamente, al tiempo que arrojaba los zapatos en la parte posterior del Jeep—. Pero creo que me costará una fortuna si Indio continúa realizando esta clase de trabajitos.

Cuando Pedro volvió a subir al Jeep, Paula bromeó:

— Supongo que si yo quisiera sacar provecho de toda esta situación, podría decirte que esos zapatos me han costado dos veces más de lo que en realidad valen, pero sucede que sólo se trataba de un par viejo y no tengo ninguna intención de cobrarte ni un solo centavo por ellos. Además, ahora que lo conozco, quiero mucho a Indio.

Al volver a la carretera, Pedro la observó con una ambigua mirada y murmuró:

— Esperemos que puedas decir lo mismo de su dueño, una vez que lo conozcas —pero antes que Paula pudiese abrir la boca para responder, él se aproximó al sitio donde aún estaba encajado el vehículo de la joven.

Pedro bajó del Jeep y Paula lo siguió, dándose cuenta de que su hermano todavía no había aparecido.

— El agua ha bajado —dijo, después de llegar a la zanja—. Ojalá que tus puertas sean herméticas porque si no lo son, es muy factible que el agua haya penetrado en el interior.

Él inspeccionó el lado del acompañante y en su rostro se leyó una expresión de satisfacción.

—Está húmedo, pero no creo que haya mayores problemas —le aseguró—. Veo que has dejado las llaves puestas. ¿Te importaría si tratase de sacarlo de aquí?

Paula sólo se limitó a mover la cabeza. Había estado tan ocupada observando el atractivo masculino de Pedro y con tanto deseo, que temió que en su voz se revelaran sus sentimientos. ¡Por Dios! ¡Sí que era atractivo!, pensaba la joven mientras observaba lo bien que sus jeans se amoldaban a sus caderas, lo mucho que su tricota blanca acentuaba sus hombros anchos y el modo en el cual su oscura barba le daba un aire de peligrosa atracción, casi imposible de resistir.

—"Pero debes resistirte!" —se reprendía ella cuando Pedro se sentó sobre el apretado asiento del conductor y encendió el motor.

No era normal sucumbir ante un hombre del cual conocía muy poco y especialmente, cuando sabía que estaba rodeado de algo bastante misterioso. ¿Acaso no había sido él mismo quien le había advertido que escucharía habladurías sobre él? ¿Qué otro significado podría tener eso más que Pedro tendría algún escándalo del cual debía avergonzarse?

Paula se quitó del paso al ver que Pedro comenzaba a maniobrar el vehículo, para atrás y para adelante, en un esfuerzo por hacerlo subir hasta que finalmente, con un rugido del motor y bastante habilidad del conductor, Pedro logró hacer subir el pequeño automóvil, hacia una superficie más sólida de la carretera. Al bajar del auto, Paula tuvo la sospecha de que aquella sonrisa de satisfacción dibujada en los labios de él se debía más al placer que ese éxito le había causado a la joven, que al que él mismo sentía.Flexionando sus músculos, con una actitud de hombre supremo, Pedro adoptó una postura de soberbia.

— Yo, Tarzán —dijo él con voz muy grave—. Tú...

— Una típica conductora femenina —interrumpió ella, castigando su machismo—. Apuesto a que al menos esa es tu opinión.

Él no dejó de sonreír entre dientes y sus ojos se tornaron presumidos.

— No necesariamente —bromeó—. Hay muchos hombres que saben conducir y que tampoco habrían logrado sacar el auto de la zanja...

Ella bufó.

— Tu modestia me apabulla. De todos modos, me siento muy agradecida por no tener que pagar los servicios de una grúa —y entre dientes, agregó—: Bueno, eso compensa un poco lo de los zapatos.

— No lo suficiente —dijo intencional, aproximándose a la joven para atrapar su cintura entre sus fuertes manos—. Todavía me debes una noche de alojamiento, una noche perdida de sueño, algunos emparedados de jamón, el café y el baño.

Casi sin aliento y un tanto fuera de sí, Paula le siguió el juego.

— Te olvidas del servicio de lavandería —le sonrió. Luego hizo hincapié en uno de los puntos de la lista—. Pero... ¿qué has querido decir con eso de "una noche perdida de sueño"? Yo dormí.

Con una tenue sonrisa, Pedro  levantó una ceja y sus ojos parecían arder en los de ella.

— Sí, eso ha sido con respecto a uno de nosotros —murmuró él.

— ¡Oh! —dijo, al tiempo que comenzaba a ahogarse en la mirada de Pedro.

Deseaba fundirse en aquellos duros músculos que en ese momento estaban presionando los de ella.

—Por cierto —dijo él suavemente, bajando su cabeza hacia ella.

De pronto, al oír una sonora bocina que interrumpía aquella intimidad, Pedro volvió a erguir la cabeza de una sacudida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario