lunes, 28 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 24

Pedro levantó la mirada y contempló a Paula por primera vez tras el accidente. Durante un breve instante, no pudo apartar la mirada. A pesar de que la había visto antes, en aquel momento le pareció más atractiva de lo que recordaba. Resultaba evidente que la noche de la tormenta no la había encontrado en su mejor momento; aunque lo cierto era que nunca habría pensado que en circunstancias normales ella fuera tan atractiva. No se trataba en absoluto de que le pareciera elegante o sofisticada, sino de que irradiaba una belleza natural, como la de una mujer que, sabiéndose guapa, no se pasa todo el día pendiente de ello.

—«í, econtó» —repitió Nico, interrumpiendo los pensamientos de Pedro y asintiendo vigorosamente para recalcar sus palabras.

Pedro  se sintió aliviado por poder tener un motivo para apartar la mirada de Paula y se preguntó si ella podría haber leído sus pensamientos.

—Sí señor. Eso hice —respondió, apoyando todavía amistosamente la mano en el hombro del niño—. Pero esa noche, el valiente fuiste tú, campeón.

Paula lo observó mientras él hablaba con Nico.

A pesar del calor, Pedro  llevaba un pantalón vaquero y unas botas de trabajo cubiertas por una capa de barro seco y gastadas, como si las hubiera usado diariamente durante meses: el grueso cuero aparecía arañado y rozado. La camiseta blanca de manga corta que vestía revelaba unos brazos musculosos y contrastaba con su bronceado. Eran los brazos de alguien que trabaja con sus manos todo el día. Cuando se puso en pie, le pareció más alto de lo que ella recordaba.

—Siento haber tropezado con él —se disculpó—. No lo ví al entrar...

Pedro  hizo una pausa, como si no supiera qué más añadir, y Paula detectó una timidez que la sorprendió.

—He visto lo ocurrido. No se preocupe, no ha sido culpa suya; Nico casi se lanzó contra usted. —Ella sonrió—. A propósito, soy Paula Chaves. Ya sé que nos conocemos, pero la verdad es que los recuerdos de aquella noche todavía los tengo borrosos.

Le tendió la mano y Pedro se la estrechó. Paula notó la aspereza del contacto.

—Yo me llamo Pedro Alfonso—dijo—. ¿Sabe...? ¿Sabes?, me llegó tu nota. Te lo agradezco.

—«¡Homero!» —repitió Nico, aún más alto, mientras se retorcía las manos casi compulsivamente, cosa que solía hacer cuando se ponía nervioso—. «¡Homero ande!» —exclamó, poniendo énfasis en la palabra «grande».

Pedro frunció el entrecejo y agarró a Nico por la cabeza y el casco, amistosamente, casi como un hermano. La cabeza del niño se movió de un lado a otro guiada por la manaza de Pedro.

—Con que eso crees, ¿eh?

Nico asintió.

—«í. Ande.»

Paula  se echó a reír.

—Me parece que es un caso claro de adoración hacia el héroe.

—Pues bien, campeón, es mutuo. Hiciste tú más que yo.

Nico lo miraba con los ojos muy abiertos.

—«¡Ande!»

Si Pedro se percató de que el chico no le había entendido, desde luego no lo dijo. En cambio le guiñó un ojo. «Muy bien.»

Paula se aclaró la garganta.

—No he tenido la oportunidad de agradecerte personalmente lo que hiciste la otra noche...

Pedro se limitó a encogerse de hombros. En otro tipo de persona, aquel gesto habría podido parecer arrogante, como si hubiera dado por sentado que realmente había hecho algo formidable.

Sin embargo, en él fue diferente porque dio la impresión de que Pedro no había vuelto a pensar en ello desde la noche del accidente.

—No te preocupes por eso. Con tu nota tuve más que suficiente.

Durante unos segundos, ninguno de los dos habló. Entretanto, aburrido por la situación, Nico se encaminó hacia la zona de las golosinas. Ambos contemplaron cómo se detenía frente a unos envoltorios de brillantes colores y los miraba fijamente.

—Tiene buen aspecto —dijo él finalmente para romper el silencio—. Me refiero a Nico. Después de todo lo que pasó, me preguntaba cómo lo llevaría.

—Parece que se encuentra bien —repuso Paula—. El tiempo nos lo dirá; pero, por el momento, no estoy preocupada. El doctor nos dijo que no tenía nada.

—Y tú, ¿qué tal? —preguntó.

Paula respondió sin pensarlo demasiado:

—¡Bah! Como siempre.

—No. Me refería a tus heridas. La última vez que te ví, estabas bastante magullada.

—¡Oh! Bueno... Supongo que voy tirando.

—¿Sólo tirando?

La expresión de Paula se suavizó.

—No. La verdad es que voy mejor. De vez en cuando, todavía me duele un poco aquí y allá; pero por lo demás estoy bien. Podría haber sido mucho peor.

—Bien. Me alegro. También estaba preocupado por tí.

Había algo en la pausada manera de hablar de Pedro que hizo que Paula lo mirara con curiosidad. Aunque no era el hombre más guapo que había visto en su vida, tenía algo que le llamaba la atención; quizá cierta gentileza, a pesar de su corpulencia; o la agudeza de su tranquila mirada, que no infundía ningún recelo... A pesar de que sabía que era imposible, le pareció que él estaba al corriente de lo difícil que la vida le había resultado a ella los últimos años. Al mirarle la mano izquierda, se percató de que no llevaba anillo de casado.

Aquel pensamiento la obligó a apartar la vista mientras se preguntaba cómo se le había pasado por la cabeza semejante ocurrencia. ¿Qué importancia podía tener si llevaba anillo o no? Nico seguía en la zona de las golosinas y estaba a punto de abrir un paquete de caramelos cuando Paula se dió cuenta.

—¡Nico! ¡No!

Dió un paso hacia él y se giró hacia Pedro.

—Perdóname, pero está haciendo algo que no debe.

—Faltaría más —contestó, haciéndose a un lado.

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