sábado, 12 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 42

Aquellos cálidos y juguetones dedos seguían subiendo y bajando por la espina dorsal de Paula, dibujando sobre ella locos círculos y haciéndola estremecer de placer, aunque con la mirada lo reprobase y le exigiese mejor comportamiento. Sin embargo, sus miradas fueron en vano: Pedro seguía con la vista fija en otra parte. Parecía completamente absorto en su canción, más que en lo que estaba haciendo debajo de la tricota de Paula. Pero ella sabía que no era así: especialmente, porque en uno de esos viajes de ascenso y descenso, Pedro desabrochó el seguro de su sostén. Ella estaba congelada y luego comenzó a inquietarse y se preguntaba cómo podía hacer para detener a su verdugo diabólico sin llamar la atención de todos los presentes.

La muchacha había decidido cambiarse de sitio no bien la canción estuviese terminada, pero... de pronto, Pedro deslizó la palma de su mano, abarcando por completo uno de sus senos y la asió con tanta firmeza que jamás habría podido zafarse de él sin iniciar una evidente lucha.

Pedro seguía cantando y ella también fingía aunque, en un momento dado, debió morderse los labios para no dejar escapar un grito, mezcla de sorpresa y placer: él había atrapado el pezón de la joven entre sus dedos índice y pulgar, ejerciendo un sensual masaje que dió a Paula deseos de gemir en voz alta.
Prisionera de ese abrazo y casi sin poder soportar más el tormento de aquellos dedos, Paula se sintió tan indefensa como jamás en su vida se había sentido.

Estaba más que exasperada porque lo peor de todo era que, en realidad, ella no deseaba que Pedro se detuviera y también presentía que él era consciente de sus sentimientos como para detenerse por iniciativa propia. Para decir la verdad, era inútil tratar de ocultar su respuesta cuando su pezón estaba en el estado máximo de erección y todo su cuerpo se estremecía de placer.

La primera canción terminó. Sin embargo, Paula se sintió tremendamente irritada cuando Pedro sugirió inmediatamente que cantasen otra. Él mismo se encargó de iniciarla, con un profundo tono de barítono y todos los demás lo acompañaron complacidos. Pedro parecía un inocente angelito, disfrutando de alguna candorosa diversión, cuando en realidad, era un diabólico seductor. Paula alzó la mirada hacia él, con una falsa sonrisa estampada en su rostro, aunque sus ojos emitían furiosas llamas. Pedro le devolvió la mirada, haciendo una mueca traviesa con su barba.Él interrumpió su canto para advertirle en tono bajo:

— No estás cantando, Paula. ¿Acaso no estás divirtiéndote?

—Ten por muy seguro que no —le susurró, esforzándose por no huir despavorida.

Él sólo se limitó a tomarla con más fuerza, sonriéndole socarronamente:

— Mentirosa —murmuró.

Volvió a alzar la cabeza para cantar otra vez.
De vez en cuando, cada vez que alguien la observaba, Paula trataba de cantar, hasta que finalmente se rindió al placer de los manipuleos de Pedro. Simplemente, era demasiado difícil para ella fingir que no sentía nada cuando aquellos avasalladores dedos la acariciaban. La excitaban tanto que estaba a menos de un paso de caer en una pasión total.

Luego de la tercera canción, Paula no era más que una temblorosa masa de pura sensualidad. En ese momento, Pedro había ya abandonado su seno para explorar nuevos territorios. Paula, con un incrédulo sentido de descreimiento por su propia perfidia, se había enderezado para permitirle mejor acceso a la parte inferior de su cinturón por debajo de sus jeans. Si ella no hubiese estado tan ocupada disfrutando de esas caricias, habría sentido deseos de gritar por su propia incapacidad de luchar contra la dominación sexual que él ejercía sobre ella.

Pedro estaba tan seguro de que la tenía totalmente sometida, que hacía rato que la había soltado con la mano izquierda. Paula se sentía humillada: a partir de ese momento se había transformado en una prisionera voluntaria, nadie la presionaba para que se mantuviera junto a Pedro y sin embargo, no había movido ni un pelo para alejarse de él.

Paula se desanimó, con alivio o con molestia, cuando el resto del grupo recordó que esa noche y a esa hora había un programa especial en la televisión y decidieron entrar a la casa para mirarlo. Pedro la soltó y se puso de pie, pero si ella pensó que las circunstancias la habían liberado de las atenciones de Pedro, pronto se daría cuenta de que estaba en un grave error.

— Vayan ustedes adelante —dijo a los otros con toda naturalidad—. Paula y yo nos quedaremos aquí un rato para... para apagar el fuego.

Paula  comprendió el doble sentido que sus palabras encerraban, aunque dudaba que los demás se hubieran percatado de ello. Quiso protestar pero Pedro se lo impidió con una simple mirada. Ya debilitada, Paula se veía capitulando ante lo inevitable, aunque era consciente de que sería un grave error, permanecer allí afuera, con él, cualquiera fuera la excusa que inventasen para ese fin. Sin embargo, cerró los ojos y permaneció quieta donde estaba, segura de que tendría que arrepentirse más tarde de su actitud.

No bien hubo desaparecido todo el mundo, Pedro apagó el fuego en tiempo récord y se aproximó a ella. El pequeño descanso que él le había dado había conseguido que la joven se recuperase un tanto, aunque no del todo, por supuesto. Cuando él la estrechó, empujándola hacia la oscuridad, Paula sólo pudo elevar una débil protesta. Sin embargo, cuando su boca estuvo totalmente cubierta por la de él, en un apasionado beso, la poca resistencia que le quedaba desapareció totalmente.

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