miércoles, 16 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 56

Abrazó y besó a ambos rápidamente y condujo su automóvil hasta la casa de Pedro. Antes de buscar a Indio, entró a la casa para cerrar todas las ventanas y puertas cuidadosamente, para evitar que se entrometieran en ella. Pero al llegar a la habitación de Pedro, se derrumbó contra el marco de la puerta, cerrando los ojos para no ver el lecho donde tantas horas había pasado junto a él, explorándose el uno al otro.

Durante unos momentos se preguntó si volverían a hacer el amor otra vez. Se encaminó hacia la cama y se sentó en el borde, dando un puñetazo a la almohada que él usaba, al acolchado que tantas veces había apartado con sus piernas mientras hacían el amor. Sonrió lánguidamente al recordar las alborotadas sábanas y frazadas que ella alisaba y también lo incómoda que se sentía ante la evidencia de haber hecho el amor tan salvajemente. ¿Volvería a hacer esa cama después de destruir las impecables sábanas con tanto placer?

Meneó la cabeza y apartó su mano de la cama, ocultándola sobre su falda. Cerró los ojos contra las lágrimas que insistían en salir para bañar sus mejillas. Luego oyó un ladrido prolongado, el cual sólo podía pertenecer a Indio, que estaba afuera. Se enjugó las lágrimas recordando el motivo que la había llevado allí. Se levantó de la cama y observó, a través de la ventana, al pobre Indio, que se veía tan triste como ella.

— Aguarda un minutito, Indio —gritó ella.

Indio estaba tan ansioso por tener compañía que cuando la joven se acercó a él, casi la arrojó al suelo. Paula recuperó el equilibrio y rió por los extraños sonidos que el perro emitía, similares a los de un niño llorando por su padre.

— Está bien, Indio, sé cómo te sientes —lo consolaba ella, al tiempo que se agachaba para rascarle las orejas y estrechar su inmensa cabezota contra su pecho—. Yo también lo extraño.

Ella lo acarició y lo mimó tanto como pudo, hasta que el animal se echó hacia atrás, en su habitual muestra de alegría. Extendió todo su cuerpo, panza arriba para permitir un mejor acceso a la mano de la muchacha, quien se sintió aliviada al comprobar que Indio la aceptaba como a una perfecta reemplazante de Pedro. Esa actitud mitigó los temores y dudas de Paula.

— Seré una buena esposa para Pedro—susurró ferozmente en los oídos de su acompañante—. No voy a perderlo por nada en el mundo y haré lo que sea necesario para su bien... y en último término, para el mío.

Luego de haber ofrecido a Indio una breve siesta, se dirigió al interior de la casa para encender una lámpara y cerrar las puertas. Invitó a Indio a subir a su auto y se encaminó a casa de su hermano. Gonzalo  la estaba esperando en la puerta y el corazón de Paula se aceleró al deducir, por la expresión de Gonzalo, que él tenía noticias para ella.

—Pedro llamó mientras estuviste fuera —le informó, un segundo después que ella saliera del auto.

—¿Sí? —gritó ansiosa, con evidente frustración por haberse perdido la oportunidad de escucharlo—. ¿Qué dijo? ¿Está bien su padre? ¿Volverá a llamar? ¿Le...?

—¡Eh! —se apartó de ella, manteniendo en alto sus dos manos como para escudarse de la balacera de preguntas que su hermana le estaba formulando—. Si me das tiempo podré contarte todo.

— Bueno, hazlo de una vez —gruñó, tratando de arrancarle las respuestas.

—De acuerdo —dijo con una sonrisa—. Su padre está resistiendo y por el momento no existe peligro inmediato. Pedro está bien y quiere que vayas a la ciudad de Jefferson. Pero primero quiere que lo llames para que pueda explicarte cómo llegar.

Paula le echó los brazos al cuello y Gonzalo no dejaba de reír y quejarse en burlona agonía.

—¡Gracias Gonzalo! —dijo ella, medio riendo, medio llorando, al enterarse de que Pedro la quería a su lado y que ella lo vería dentro de poquísimo tiempo. Luego se apartó, no sin antes darle un sonoro beso que lo molestó un poco—. ¿Cuál es el número? Quiero llamar de inmediato —Empujó a Gonzalo hacia la casa dejando en libertad a Indio para que los siguiera.

En lugar de responderle, Gonzalo se encaminó hacia el teléfono, y la puso en comunicación con Pedro.  Paula permaneció contemplándolo mientras se alejaba, tratando de aquietar la emoción que se anudó en su garganta al escuchar la voz grave de Pedro, diciendo:

— ¿Hola?

— ¿Pedro? —preguntó, con voz cargada de emoción—. Soy Pau, Pepe. ¿Có—cómo estás? —Todo su amor se expresaba en el tono de voz.

— Cansado —respondió la voz que por sí sola evidenciaba como cierta la auto descripción de él.

—¿Cómo está tu padre?

—Está tratando de salir adelante —respondió satisfecho—. Tendrá que soportar un largo período de convalecencia pero todos tenemos fe en que logrará superarlo.

— Estoy tan contenta, Pepe. ¿Están bien tu madre y tu hermano, a pesar de toda esta desagradable situación?

—Sí —respondió con un dejo de repentina impaciencia que demostraba que no estaba de humor para escuchar esas minucias—. Pero yo quiero hablar de tí. Quiero que estés aquí, conmigo. ¿Podrías llegar esta noche?

—Me iré tan pronto como termine de empacar —prometió, con el corazón rebosante de alegría al descubrir que él la necesitaba allí.

—Esta es mi muchacha —dijo él suavemente y prosiguió indicándole cómo hacer para llegar a casa de sus padres—. Ten mucho cuidado al conducir, cariño —concluyó—. Te amo demasiado como para perderte.

—No te preocupes —prometió—. Tampoco yo tengo ningún interés en que me pierdas.

Una cansada sonrisa dio la bienvenida a las palabras de la joven. Pedro cortó la comunicación y Paula, expresando con una sonrisa su satisfacción, se dirigió a Gonzalo y a Lola para decirles que no se quedaría para almorzar con ellos... ni para compartir ninguna otra comida durante mucho tiempo si es que sus sueños y esperanzas se hacían realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario