jueves, 10 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 37

— Suponte que te muestro lo que realmente quieres —susurró suavemente, antes de cerrar su boca sobre la de ella, en un cálido beso que se apoderó de Paula completamente.

Tomó los hombros de Pedro con fuerza, en una encrucijada por empujarlo violentamente hacia atrás o satisfacer su necesidad de estrecharlo más hacia ella.
Finalmente, su necesidad resultó más poderosa en el lapso de unos breves segundos, Paula estaba envuelta por el cuerpo de Pedro, aferrada a él hasta con la más ínfima de sus fibras. Cuando él la soltó para que pudiera respirar, ella gimió:

—¡Eso no es justo! —No obstante, su acusación resultó ser extremadamente débil.

— Todo es válido en el amor y en la guerra —murmuró él riendo, antes de comenzar a besarla otra vez.

Paula se sintió perdida cuando Pedro comenzó a poseerla. Abrió la boca para permitir que su lengua penetrara en ella y se hundió en sus entrañas como si quisiera formar parte de su cuerpo. Él la acariciaba como si hubiera conocido el cuerpo de la muchacha desde hacía mucho tiempo; sus manos parecían familiares y, al mismo tiempo, excitantemente nuevas. Aquellas manos buscaron las redondeadas nalgas de ella para estrecharlas contra la calidez de la erección de Pedro. Las caderas de ambos se unieron en perfecta armonía y la necesidad de él hizo eco en la de ella. Cuando Pedro se dio cuenta de que Paula habría de continuar sus movimientos sin que el la dirigiera, hizo ascender sus manos hasta los senos, para atormentar sus abultados pezones.
Cuando él apartó sus labios de los de ella, Paula sintió deseos de decirle que había ganado.

—Pedro... Pedro... por favor... —Ella parecía insinuarle que terminara lo que había empezado allí, en ese momento, pero él, respirando agitadamente, se apartó levemente.

— No aquí, niña —gimió él—. Quiero que todo sea correcto. Quiero sábanas limpias, una cama firme y muy en privado. Ha sido un largo trayecto para mí y me sentiría muy tonto si no me ocupara de observar que todo estuviera como es debido.

Paula se desplomó sobre el tronco de un árbol, casi sin poder sostenerse. Estaba insoportablemente molesta y al mismo tiempo, insoportablemente aliviada.

—Estás perdiéndote la oportunidad, Pedro Alfonso—dijo ella agitada—. Trataré de utilizar este tiempo para armar mi defensa.

Pedro sonrió irónicamente, demostrando su inflexibilidad.

— No te dará ni el más mínimo resultado, querida —le prometió él. Pasó su mano sobre la ruborizada mejilla de la muchacha—. Te seduciré en la primera oportunidad que se me presente. Es probable que no te conozca del todo bien, pero me considero un muy buen juez y apostaría todo lo que tengo a que, una vez que te posea físicamente, lograré de ti todo lo que quiera. ¿No fue eso lo que me dijiste pocos minutos antes? —bromeó él.

Ella lo miró a él con cansada sorpresa.

—Quizás haya mentido.

— Y quizás no —rió—. Ya lo comprobaremos, ¿no es cierto?

— No si puedo evitarlo —le advirtió.

— No podrás —aseguró seguro de sí.

— ¡Maldito seas, Pedro Alfonso! ¿Acaso consigues siempre lo que te propones? —Ella gritó de repente y su enfado le dio las fuerzas suficientes para poder incorporarse nuevamente.

Una mirada de tristeza afloró en los ojos de Pedro, aunque su seguridad en sí mismo permaneció inalterable al responder:

— No siempre, cariño —dijo suavemente—. Pero lo haré en lo que a tí concierna. Me he pasado todo un año entero aprendiendo el significado de la palabra infelicidad. Créeme que no me perderé la oportunidad de volver a ser feliz.

Paula permaneció tiesa, contemplándolo, sin saber si protegerlo con uñas y dientes de toda probable infelicidad o protegerse a sí misma de aquel inminente peligro. Finalmente, inspiró profundamente y respondió de la única manera que pudo:

— Ya veremos —dijo tranquilamente.

Él asintió con firmeza.

— Sí, Paula. De acuerdo, lo haremos.

2 comentarios: