domingo, 20 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 65

—Ahora, vayamos a la promesa —dijo brevemente—. Quiero que te involucres en todos los aspectos de su vida política que puedas, durante el tiempo que dure la convalecencia de Horacio, así cuando él se reponga, podrán casarse. Toma ventaja de este aprendizaje mientras puedas, ya que una vez que pronuncies tus votos, será demasiado tarde para ello. Luego, debes tomar una sincera decisión acerca de si en realidad puedes o no ser feliz con esa vida y al mismo tiempo ayudar a tu esposo... o si te casarás con él y luego tratarás de evitar que ejerza la profesión para la cual ha nacido... o si le dirás adiós para siempre a mi hijo.

Al pronunciar sus últimas palabras se hizo un profundo silencio. Paula permaneció tiesa, impactada por la fuerza con la cual Ana Alfonso había expresado sus alternativas. Sabía perfectamente que la mujer tenía razón, pero no podía evitar sentirse resentida al escuchar a la madre de Pedro presentar esas opciones con tanta soltura. Sin embargo, la expresión de Helen se tornó más cálida, mientras se aproximaba a Paula para acariciarle la mejilla con gran suavidad.

— Todo lo que puedo decir es que por el bien de Pedro y por el tuyo —dijo—, escojas casarte con él y estar a su lado toda la vida. Pero cuidado: dije a su lado, no detrás de él —advirtió firmemente—. Pedro jamás querría que sacrificaras tus propias ambiciones por las de él y yo creo que tampoco deberías hacerlo. Pero, tú podrías adoptar ambas —dijo con una reconfortante sonrisa—. Tienes frente a tí una gran oportunidad que se le negaba a las mujeres en otras generaciones. Eres muy competente, amorosa y con muchísima personalidad. Y, en lo que a mí respecta, me encantaría tenerte como integrante de nuestra familia.

Ana se encaminó hacia la puerta.

— ¡Ana! —Impulsivamente, se incorporó de un salto y se dirigió hacia la mujer, rodeándole los hombros con sus brazos y estrechándola cálidamente—. Gracias, Ana—dijo con ternura, sonriéndole al mirar esos ojos castaños que tanto se asemejaban a los de Pedro.

Ana la observó sorprendida, luego complacida.

— No, mi querida. —meneó la cabeza firmemente—. Soy yo quien debe agradecerte a tí. Has hecho lo que ninguno de nosotros pudimos hacer, sin importar lo mucho que todos amamos a Pedro. Lo devolviste a la vida y debido a eso jamás podré hacer nada ni decir nada como para agradecerte a tí.

Ana se marchó y Paula se sentó a pensar, cavilando sobre las verdades que ella le había dicho y la sensatez de aquella promesa. Decidió que haría exactamente lo que Ana le había pedido: tantearía la realidad tal como era antes de condenar a Pedro  y a su carrera de antemano. Él no se merecía menos... Y ella tampoco.

Poco después Pedro regresó del hospital y se metió en el cuarto de Paula. En su mirada se leía un pícaro mensaje: no se iría de aquella habitación a menos que lograse tener acceso a la mujer que tanto amaba, sin importarle el lugar donde se encontrasen. No obstante, la joven deslizó sus protestas de costumbre, sobre la propiedad de respetar la casa, aunque lo recibió en mitad de su cuarto con un cariñoso abrazo.

— Mmmm. —Finalmente, retrocedió y comenzó a desatar el nudo de su corbata.— Eso es le que me gusta. Una mujer que sabe lo importante que es saborear los aperitivos antes de comenzar a engullir toda la comida.

Ella adoptó una recatada pose y luego bromeó.

—¿Quién dijo que tenía hambre? Se dice que no hay que comer demasiado antes de ir a dormir. Da pesadillas.

— De acuerdo, niña —gruñó con voz sensual—, entonces haremos que este aperitivo dure toda la noche. —En ese momento, él ya se había quitado la camisa y empezaba a deslizar sus manos sobre el anhelante cuerpo de la muchacha, mientras sus ojos seguían el movimiento de las palmas de sus manos. —Apenas puedo contenerme para saborear esto —dijo él atormentando uno de sus pezones— .... y esto... —Acarició el otro, dibujando sobre él suaves y provocativos círculos, que provocaban escalofríos en Paula.

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