miércoles, 30 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 29

—¿Mi padre?

Ana negó con la cabeza.

—No. Otro. Tu padre apareció cuando yo ya había perdido contacto con ella.

—¿Así que no lo conociste?

—No. Pero recuerdo que cuando tus abuelos fueron a la boda estaban un poco molestos porque tu madre no me hubiera invitado. No es que pudiera haber ido. En aquella época me acababa de casar y, como todas las parejas, al principio estábamos pasando algunos apuros económicos. Con nuestro hijo recién nacido, no hubiera habido manera.

—Lo lamento.

Ana dejó su vaso en la mesa.

—No tienes por qué. No fuiste tú y, además, en cierto sentido tampoco fue tu madre; al menos, no la que yo conocía. Tu padre provenía de una familia muy respetable de Atlanta y sospecho que, en aquella etapa de su vida, tu madre se sentía algo avergonzada de sus orígenes. No es que a tu padre le importara, al fin y al cabo se casó con ella; pero me acuerdo de que tus abuelos no dijeron gran cosa a su regreso de la ceremonia. Me pareció que también se habían sentido incómodos, aunque no tuvieran motivos. Eran buenas personas, y creo que se habían dado cuenta de que ya no encajaban con el mundo de su hija, ni siquiera después de que tu padre muriera.

—¡Eso es terrible!

—Sí, es triste; pero, como te he dicho, era mutuo. Eran tozudos y tu madre era tozuda. Poco a poco se fueron distanciando.

—Sabía que mi madre no estaba muy unida a su familia, pero nunca me explicó nada de esto.

—No me extraña que no lo hiciera. Por favor, no pienses mal de ella. Yo no lo hago. ¡Estaba tan llena de vida y era tan apasionada! Su compañía siempre era emocionante. Además, tenía el corazón de un ángel, de verdad. Era una de las personas más dulces que he conocido.

Ana se volvió y la miró.

—Me parece ver mucho de ella en tí.

Mientras la mujer tomaba otro sorbo de té, Paula intentó asimilar toda aquella información sobre su madre. Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que quizá había hablado demasiado, Ana añadió:

—Pero mírame, ¡yo, aquí, parloteando como una vieja senil! Debes de pensar que estoy para que me encierren en un asilo. Será mejor que me hables de ti para variar.

—¿De mí? No tengo mucho que contar.

—Entonces, ¿por qué no empiezas por lo más evidente? ¿Cómo es que te mudaste y regresaste a Edenton?

Paula  contempló a su hijo, que se entretenía con sus camiones de juguete, y se preguntó qué estaría pensando.

—Hay unas cuantas razones.

Ana se inclinó y susurró en tono de complicidad:

—¿Algún problema con los hombres? ¿Te persigue alguno de esos asesinos en serie, como los que salen en la tele?

Paula soltó una risita.

—No. Nada tan llamativo —respondió, y a continuación hizo una pausa, frunciendo el entrecejo.

—Si es demasiado personal, no me lo cuentes. No pretendo inmiscuirme en tus asuntos.

Paula  hizo un gesto negativo.

—No. No me importa hablar de ello. Es sólo que resulta duro empezar por el principio.

Ana no dijo nada, y Paula puso en orden sus recuerdos.

—Supongo que principalmente tiene que ver con Nico. Me parece que ya te he contado que tiene problemas con el habla, ¿verdad?

Ana asintió.

—¿Y te expliqué por qué?

—No.

Paula miró a su hijo.

—Bien. En estos momentos, los médicos dicen que tiene un problema de procesos auditivos, concretamente un retraso en el lenguaje expresivo y receptivo. Básicamente, eso quiere decir que, por algún motivo que nadie sabe determinar, le resulta muy difícil aprender a hablar y le cuesta entender lo que se le dice. Creo que la mejor analogía se puede establecer con la dislexia, salvo que en lugar de tratarse de imágenes se trata de sonidos. No sé por qué razón, pero los sonidos se le mezclan y se le confunden. Es como si oyera hablar en chino y al instante siguiente fuera alemán y luego una cháchara sin sentido. Nadie sabe si el problema radica en la conexión entre el oído y el cerebro o si está en el cerebro mismo. Sin embargo, al principio ni siquiera sabían qué diagnosticarle, así que...

Paula se pasó una mano por el cabello y volvió a mirar a Ana.

—¿Estás segura de que quieres escuchar toda la historia? Es bastante larga...

La mujer le dó  una palmada en la pierna.

—Sólo si quieres contármelo, hija.

La expresión y la franqueza de Ana le recordaron a su madre y, curiosamente, le pareció buena idea contárselo todo. Sólo dudó un instante antes de continuar.

—Bien. Al principio, los médicos pensaban que era sordo, así que me pasé semanas llevando a Nico  a especialistas en otorrinolaringología, hasta que, al final, descubrieron que podía oír. Más tarde dijeron que era autista, y ese diagnóstico lo mantuvieron durante casi un año, el año más estresante de mi vida. Luego pensaron que era un trastorno generalizado del desarrollo, que es una variante menos grave del autismo, y se reafirmaron en esa opinión unos meses, hasta que le hicieron más pruebas. A continuación dijeron que era retrasado o que sufría lo que llaman un «déficit de atención». Fue hace sólo seis meses que se pusieron todos de acuerdo en este último diagnóstico.

—¡Qué duro ha debido de ser para tí!

—Ni te lo imaginas. Cuando te dicen algo terrible de tu hijo, pasas por un proceso con varias etapas: incredulidad, ira, pena y finalmente aceptación. Estudias y aprendes todo lo que puedes acerca del asunto, y te entrevistas con quien sea que sepa algo; entonces, cuando ya estás preparada para hacer frente al problema, los médicos cambian de opinión y todo vuelve a empezar.

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