lunes, 7 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 30

Paula  se puso de pie de un salto, sabiendo a ciencia cierta cuál era la respuesta de esa pregunta. Ya tenía experiencia sobre ese asunto y sabía hasta dónde podía llegar Pedro Alfonso cuando se lo proponía. En realidad, Paula pensaba que de no haber sido por la interrupción de Indio  y por la buena voluntad de Pedro en dejar las cosas tal como se habían presentado, no habría dudas de que en ese momento, ella sería una más de la interminable lista femenina, con cuyas integrantes, Pedro Alfonso se dedicaba a pasar sus "ratos de ocio".

Paula se sentía muy turbada mientras se dirigía al cuarto de baño de Gonzalo y de Lola para refrescarse un poco la cara y poder estar un poco más presentable para enfrentarse a él. Consideraba que no podía existir otro hombre en la tierra que tuviese el poder de dominar a las mujeres de ese modo. Después de todo, él no era perfecto, se decía ella mientras se secaba. Ningún político en el mundo lo había sido y Paula tenía sus serias dudas de que Pedro Alfonso fuese el primero.

Atrapada por un tardío sentido de orgullo y por su propia determinación de mantener en firme sus objetivos, Paula comenzó a bajar las escaleras con paso seguro, que indicaba su confianza en el sentido común, el cual debería resultar victorioso ante el encanto y el atractivo de Pedro Alfonso.

Sin embargo, no le sorprendió el hecho de encontrar a su cuñada Lola en la habitación grande, totalmente cautivada por Pedro. La esposa de su hermano trataba de complacerlo con rosquillas recién salidas del horno y con una sabrosa taza de café, al tiempo que escuchaba cuidadosamente cada palabra de Pedro, referidas a los restaurantes en los que había cenado durante todos sus viajes.

—Tendrías que pedirle a Gonzalo que te lleve a La Granja de las Manzanas de Stephenson la próxima vez que visiten la ciudad de Kansas, Lola —dijo él tomando otra rosquilla deliciosa—. Te encantarían los buñuelos de manzanas que preparan allí.

Poco después, cuando él se percató de la presencia de Paula, sus ojos adquirieron una expresión mucho más tierna y se detuvieron en la recién lavada cara de la joven. Inmediatamente, cambió de tema de conversación.

—Pareces un angelito de doce años de la época antigua. —Rió entre dientes—. Y pensar que hace veinte minutos parecías ser "El Amenazante Dennis", cuando sólo tenía doce años de edad.

Bufando, Paula intentó abrir la boca para protestar sin pensar que, aparentemente, Pedro la había considerado lo suficientemente crecidita como para besarla. Afortunadamente, Gonzalo la salvó de sus comentarios inoportunos. Su voz parecía un tanto cortante.

— Puedo asegurarte que la última comparación ha sido mucho más correcta. Contrariamente a lo que sucede en la mayoría de las familias, fue a Pau a quien mamá debió sacar del lodo y a quien papá debió rescatar de un árbol, ya que esta jovencita tuvo la brillante idea de subirse a él y luego no pudo bajarse. Yo, por otra parte, siempre fui el niño modelo.

Paula  giró boquiabierta por la indignación.

— ¡Esa sí que es una sucia mentira! —gruñó.

Gonzalo  la miró con inocente confusión.

—¿Quieres decirme que no te metiste en el barro y que tampoco te subiste a los árboles?

— Por supuesto que sí lo hice —cayó en la trampa. —Pero tú nunca fuiste el niño modelo. Escribías cuanta pared se te cruzaba frente a la nariz y si mamá no hubiera estado tan convencida de que eras un genio artístico, te habría calentado la cola tantas veces como me lo hizo a mí.

Gonzalo miró cabizbajo.

— ¿Pretendes insinuar que yo no soy un genio el arte? —preguntó desalentado.

Paula  puso firmes sus labios, exasperada, dándose cuenta que su hermano estaba usando una de sus habituales tretas.

— ¡Tú sólo eras un genio para escaparte de tus merecidas tundas! —dijo disgustada—. Si no hubiera sido por papá, hubieras sido insoportable. Mamá estaba tan embobada contigo que como madre y educadora, no servía para nada en tu caso.

Gonzalo comenzaba a emprender una encarnizada lucha con su hermana para defender el buen gusto de su madre, cuando Lola los interrumpió en su acostumbrado estilo práctico. Miró primero a Pedro y luego revoleó los ojos por el techo de la habitación, meneando la cabeza con resignación.

— ¿Podrías creer que luego de estar aquí, peleando constantemente, este par de tontos se quieren? —preguntó incrédula.

Pedro no cesaba de reír por lo ridícula que le había parecido la riña. Asintió con la cabeza, respondiendo a la pregunta de Lola y luego posó sus ojos en Paula, esta vez con mucha más calidez de la que había demostrado antes. Lola se percató de tal gesto, con entera satisfacción.

— Deben hacerlo —respondió interiorizándose bien en los hechos—. Si no, ¿por qué demonios habría Gonzalo de confiar en Paula para que ella coloque los azulejos? ¿Y por qué demonios habría de ofrecerse Paula para realizar un área para la cual no tiene ningún talento?

Aquella frase terminó con la batalla Paula—Gonzalo, puesto que la joven lanzó su furtiva mirada sobre Pedro.

—¿Qué? —preguntó ella indignada—. Oye, tú!... ¡Tú...! ¡Tú...! —La muchacha no pudo más que balbucear.

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