domingo, 20 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 69

Paula se quedó contemplándolo, casi convencida de que él había decidido abandonar su carrera porque eso era lo que ella quería y porque podía soportar la idea de que ella se sacrificara por él.

—Pepe, no hagas esto por mí —dijo ella muy seria—. Está bien. He cambiado de idea acerca que no deseaba ser la esposa de un político. Puedo llevar a cabo esa vida. Si quieres comenzar una campaña ahora mismo, puedes hacerlo.

Los labios de él se alzaron en señal de sospecha, al decir:

—No puedes iniciar una campaña cuando se te ocurre, Paula. Pasarán cuatro años antes que se me dé la oportunidad de vencer a quien ocupa hoy el cargo que ambiciono. Eso nos dará el tiempo que ambos necesitamos, ¿no?

Las sospechas de Paula sobre los ulteriores motivos de Pedro volvieron a surgir y ella lo miró ferozmente.

—¡Pedro Alfonso! ¿Estás tratando de embaucarme? —preguntó abruptamente.

Para su sorpresa, él rió deliciosamente, demostrando el amor y el respeto que sentía hacia ella.

—Sí —admitió cándidamente—. Por lo menos, hasta un cierto punto —dijo él.

Pedro le soltó entonces los brazos y ella se sintió aliviada porque ya estaban empezando a entumecerse. Los extendió al máximo y luego los apoyó sobre los hombros de Pedro. Él reposó su cabeza entre las manos de Paula, quien aún conservaba una mirada de reproche mientras aguardaba a que continuara.

—Querida, jamás trataría de embaucarte en el sentido negativo de esa palabra —le dijo con un tono tan sincero que ella le habría creído si él le hubiese dicho que el fin del mundo se avecinaría en sólo diez segundos—. Te amo y te respeto demasiado para ello —agregó—. Y jamás haría ningún plan si supiera que para ti resultaría horrendo —dijo seriamente y luego se tornó más tierno—. Pero te conozco tan bien, mi dulce y hermosa Pau, que me di cuenta cuándo tomaste la decisión de que no te opondrías a mi carrera política. Y también supe que no te molestaría si posponía ese hecho hasta que transcurriera el tiempo suficiente que necesitamos para estar solos. ¿Me he equivocado?

Paula meneó la cabeza, aunque su expresión se veía aún bastante caprichosa.

—Lo que pasa es que es graciosísimo tratar de embaucarte a tí —continuó tan divertido que ella debió reír—. Puedo garantizarte que si yo hubiese usado esa táctica con cualquier otra persona se habría tragado el anzuelo, la línea y el riel. Tengo grandes talentos que me ha dado la política.

Su expresión se veía radiante, complacida y Paula se echó a reír, aunque luego se tornó seria al ver lo tranquilo que estaba él consigo mismo.Él también dejó de reír y preguntó:

—Pero dime si prefieres que hagamos otra cosa, Paula. ¿Preferirías que viviésemos en la ciudad de Jefferson para que puedas encontrar trabajo con más facilidad?

Pedro le exigía con tanta firmeza que le respondiera con sinceridad lo que ella quería para ser feliz que ella sintió que su amor por él la desbordaba.

— Has hecho los planes correctos, Pepe—dijo con simpleza—. Desde el principio hasta el fin. Me gusta la casa en el campo, los niños y... también Indio—agregó orgullosa—. Y cuando te decidas a seguir con la política, yo estaré a tu lado. Quizás puedes no haberlo notado, pero yo también tengo ciertos talentos innatos para ello.

Él meneó la cabeza, devolviéndole la amorosa mirada.

— Nada que se relacione contigo puede escapárseme.

Él se quedó contemplándola durante largos minutos, bebiendo el tesoro de su amor, fe y confianza que había en sus ojos. Luego, de mala gana, se incorporó y la hizo ponerse de pie.

—Creo haber escuchado que mencionaste una siesta antes de ir a cenar —dijo con forzada naturalidad, aunque su respiración era agitada y sus manos se movían con impaciencia.

— Sí, lo mencioné —dijo con la misma calma, ocultando la enorme emoción de sus ojos. Se extendió para sacudirse la arena que tenía en el trasero y se encaminaron juntos, con un brillo excitante en las miradas—. A propósito, Pepe... —dijo ella como si tratara de sacar un trivial tema de conversación—. Ví un libro en la biblioteca del hotel.

—¿Sí? —sonó indulgente la voz de él.

Era obvio que él tenía en mente asuntos mucho más importantes.

— En realidad, se trataba de un manual sobre el sexo —continuó ella con tono aburrido—. Bueno, yo no acostumbro leer esa clase de cosas, pero sentí curiosidad y lo hojeé. Parece tener algunas ideas interesantes y me preguntaba si tú... bueno... si a lo mejor podías estar interesado en él.

— ¡Oh! —La voz de él estaba más alerta.

— Sí —sonrió. Luego su expresión se tornó vacilante—. Me refiero a... —dudó nuevamente y se mordió los labios—. Bien nunca te lo había preguntado antes, pero... eh... ¿sabes cómo hacer para pararte sobre la cabeza?

Él detuvo la marcha, atónito.

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