sábado, 26 de diciembre de 2015

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 13

Conocía a Paula Chaves.

A pesar de las vendas que le cubrían la cabeza, a pesar de los moretones y los arañazos, a pesar de todo, la reconoció inmediatamente como la joven que solía frecuentar la sala de ordenadores de la biblioteca, la joven que acudía con aquel niño al que le gustaban tanto los libros de aviones.

«¡Oh, no... Ese pobre chico...»

Sin embargo, Paula observó a la recién llegada sin establecer una relación. Sus pensamientos estaban todavía confusos. ¿Una enfermera? No: no iba vestida como ellas. ¿La policía? No: era demasiado mayor. Sin embargo, aquel rostro le resultaba vagamente familiar.

—¿La conozco? —preguntó con voz ronca.

Ana se acercó a la cama mientras se recobraba de la sorpresa y habló con suavidad:

—Más o menos. La he visto con frecuencia en la biblioteca. Trabajo allí.

Paula tenía los ojos entreabiertos.

«¿La biblioteca?»

La habitación empezó a darle vueltas.

—¿Qué está haciendo aquí?

Las palabras le salieron confusas, los sonidos se le mezclaban al hablar.

Ana  no pudo por menos que preguntarse efectivamente qué estaba haciendo en aquel lugar.

Aferró el bolso nerviosamente.

—Me he enterado de lo de su hijo..., que se ha perdido... Mi hijo es uno de los que están buscándolo ahora mismo.

Los ojos de Paula se iluminaron con una chispa que era una combinación de miedo y esperanza, y pareció despertar. Contestó con otra pregunta, pero esta vez sus palabras fueron más claras.

—¿Tiene alguna noticia?

La pregunta tomó a Ana por sorpresa, pero no tardó en darse cuenta de que debería habérsela esperado. ¿Qué otro motivo podía tener para haber ido al hospital?

Hizo un gesto negativo.

—No. Nada. Lo siento.

Paula hizo una leve mueca y no dijo más. Parecía que estuviera meditando una respuesta.

—Me gustaría estar a solas —musitó al poco rato. Ana dudó.

«¿Por qué se me habrá ocurrido venir?», se dijo. No obstante, respondió lo que creyó que le habría gustado escuchar si hubiera estado en el lugar de Paula, lo único que se le ocurrió.

—Lo encontrarán, no se preocupe.

Al principio, pensó que Paula  no la había oído; pero entonces vió que los labios le temblaban y se le humedecían los ojos. A pesar de todo, la joven permaneció callada, como si contuviera sus emociones, como si no quisiera que nadie la viera en aquel estado. Aunque no sabía cómo reaccionaría ella, Ana se dejó llevar por su instinto maternal. Se acercó, se detuvo brevemente frente a la cama y a continuación se sentó. Paula no pareció darse cuenta, y Ana la contempló en silencio.

«¿Cómo se me habrá ocurrido venir? —se dijo—. ¿Acaso pensaba que podría ayudar? ¿Qué puedo hacer...? Quizá habría sido mejor que me quedara en casa... No me necesita a su lado. Si me repite que me vaya, me marcharé.»

Una voz que apenas era audible interrumpió sus pensamientos.

—Pero ¿y si no lo encuentran?

Ana  le acarició la mano.

—Lo harán.

Paula dejó escapar un largo suspiro, como si intentara sacar fuerzas de flaqueza. Despacio, volvió el rostro con los ojos enrojecidos hacia la mujer.

—Ni siquiera sé si todavía siguen buscándolo.

A aquella distancia, a Ana la sorprendió el gran parecido que había entre Paula y su madre. De hecho, era como si fuera su propia madre de joven, como si hubieran sido hermanas. Se preguntó cómo había sido posible que no reparara en ello las veces que la había visto en la biblioteca. Pero las palabras de Paula disiparon aquellos pensamientos. Ana no estaba segura de haberla entendido correctamente y frunció el entrecejo.

—¿A qué se refiere? ¿Me está diciendo que nadie le ha explicado lo que está ocurriendo ahí fuera?

A pesar de que Paula la miraba, parecía estar muy lejos, perdida en una confusa neblina.

—No he sabido nada desde que me subieron a la ambulancia.

—¿Nada? —exclamó Ana, escandalizada por semejante falta de delicadeza.

Paula hizo un gesto negativo.

Sin dudarlo, Ana se levantó en busca de un teléfono. Por primera vez desde hacía rato se sentía confiada: ya tenía una tarea concreta que hacer. Seguramente ésa había sido la razón que la había impulsado a ir al hospital.

«Mira que no tener al corriente a la madre. ¡Es inaceptable! No, es peor: ¡cruel!, por mucho que haya sido un descuido.»

Ana tomó asiento junto a una mesilla cercana, donde estaba el aparato, levantó el auricular y marcó rápidamente el número de la comisaría. Paula abrió unos ojos como platos cuando se dió cuenta de lo que Ana estaba haciendo.

—Soy Ana Alfonso. Estoy junto a Paula Chaves, en el hospital, y llamo para saber cómo anda la búsqueda de... Sí, sí, ya sé que debe de estar muy ocupado, pero quiero hablar con Marcelo Calvo ... Dígale que se ponga, que Ana lo llama. Es importante.

Tapó con la mano el micrófono y se volvió hacia Paula.

—Hace años que conozco a Marcelo. Es el capitán. Puede que sepa algo.

Oyó un chasquido en la línea y cómo alguien descolgaba un teléfono.

—Hola, Marcelo... No... Yo me encuentro bien. No te llamo por eso. Estoy con Paula Chaves, la madre del niño que se ha extraviado en las marismas. La han llevado al hospital y parece que nadie se ha tomado la molestia de informarla de cómo van los trabajos de rescate... Sí, ya sé que estáis metidos en un follón tremendo... sí... Pero ella necesita saber lo que... Sí. Ya veo... Bien, gracias.

Colgó y, mientras marcaba otro número, le dijo a Paula:

—Marcelo no sabía nada porque los hombres que participan en la búsqueda no son los suyos.
Parece ser que el accidente ocurrió fuera de su jurisdicción. Voy a intentar con los bomberos.

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