jueves, 10 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 35

Antes de contestar, ella lo estudió por un instante, dándose cuenta que le era imposible distorsionar la verdad frente a ese hombre.

— Me asustas, Pedro —susurró, implorándole comprensión.

—¿Por qué? —preguntó él incrédulo, pero no menos determinado a obtener una respuesta.

Paula trató por todos los medios de responder con serenidad, pero sus sentidos gemían de placer por el deseo que la proximidad de Pedro producía en ella.

—Eres tan directo... Actúas con tanta rapidez... —Insistió en sus esfuerzos de explicar la situación y luego agregó: —Haces que mis actitudes me resulten extrañas a mí misma. Jamás he conocido a nadie como tú y no sé cómo manejar lo que está sucediendo entre nosotros... —Se interrumpió y lo miró a los ojos.

Su mirada brillaba de confusión y por la reacción que estaba teniendo frente a la cercanía de Pedro.
Paula  debería de haber estado acostumbrada a su franqueza, pero la siguiente pregunta que Pedro le formuló, la dejó boquiabierta:

— ¿Eres virgen?

— No —sus ojos revelaban una gran irritación, aunque también se sentía en la obligación de darle explicaciones. Pero, ¿por qué?—. Estaba comprometida cuando... cuando...

La voz de la joven parecía arrastrarse al ver que Pedro estaba reaccionando con impaciencia: se daba cuenta de que ella no sentía verdaderos deseos de contar su historia.

— ¡No soy promiscua! —gritó ella a la defensiva, encolerizada por su impaciencia.

— No te querría si lo fueras —respondió él con tranquilidad—. ¿Por qué no te casaste con ese hombre?

Paula frunció el ceño, pero de alguna manera, notó que no le resultaba tan difícil contarle la verdad como ella se lo había imaginado.

— Me di cuenta de que él estaba mucho más interesado en lo que yo podría hacer por su carrera que en mí como persona —dijo ella, con un nostálgico odio en su tono de voz.

— Eso significa que sólo se trataba de un pobre y maldito estúpido —dijo secamente y con ternura. Luego acercó su boca a la de ella y sus ojos mantenían una expresión de paz y sosiego—. ¿Eres consciente de que no hay nada que tú puedas hacer por mi carrera? —preguntó suavemente.

Paula inspiró profundamente, con la voz temblorosa al responder:

— Sí.

— ¿Y vas a negar ahora... luego de lo que has dicho minutos atrás... y luego de lo que ha sucedido en mi casa la otra noche... que me quieres? —susurró en voz muy baja.

— No... pero... —luchó por mantener su sentido común pero éste sucumbió rápidamente, ante los encantos de la boca de él.

— No hay peros —insistió, abrigando su rostro con sus cálidos ojos—. Esto es cosa de adultos, Paula. —Apoyó las manos en la cintura de ella y se aproximó aún más—. Entre nosotros, no hay sitio para los juegos de niños, ¿verdad?

Pedro le besó la comisura de los labios, las mejillas, la frente... todos los rincones a excepción de su boca... Paula movió una de sus manos hacia la cabeza de él para evitar que doblegara por completo sus débiles armas de defensa.

—No, Pedro. No somos niños —suspiró ella agitada, cerrando sus ojos para no ver el deseo que ardía en los de él—. Y justamente porque soy una adulta es que no quiero comportarme como una tonta.

Él retrocedió apenas, observándola, con su expresión un tanto confundida.

— ¿Piensas que por hacer el amor te convertirás en una tonta?

Ella lo miró a los ojos e hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

— Contigo, sí —dijo ella con gran seguridad. Luego se apresuró a explicarle para tratar de quitar esa expresión de dolor de sus ojos—. Pedro, yo no sé cómo jugar con los hombres —dijo ella desesperadamente—. Sólo puedo ser espontánea. Yo... yo me enamoro. —Su admisión fue dolorosa, pero algo en él hizo que fuera imperiosa una total honestidad.

—Y tú piensas que yo no. —La frase fue rotunda, directa; Paula abrió muy grandes sus ojos para observar la expresión de Pedro.— Has escuchado todas las historias que se han creado en torno de mí y las has creído todas.

El rostro de Paula reveló su confusión.

—Sí, he escuchado las historias —admitió suavemente—. Y en lo que se refiere a creer en ellas, no lo hice al principio. Ahora... —Ella creyó debilitarse al ver que Pedro estaba sufriendo, pero se esforzó por continuar.— Ahora no lo sé. No te conozco para nada, Pedro. Cada vez que entablamos una conversación, siempre quieres oír de mí pero jamás hablas de ti. Y, además, puedo ver cómo las mujeres... cómo las mujeres se enloquecen por tener algo contigo.

Pedro parecía estar luchando consigo: no sabía si reaccionar iracundo o soltar una carcajada de satisfacción por las revelaciones de Paula. Aún peor, para que la muchacha se sintiera más frustrada, cuando Pedro se decidió a hablar finalmente, no le contestó ninguna de las preguntas que tanto la atormentaban.

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