jueves, 10 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 33

Paula  dejó de trabajar por un instante para descansar y observó la pila de hojas que había acomodado con gran satisfacción. Sintió deseos infantiles de echarse sobre ella y rodar como lo hacía cuando era pequeña.

En las últimas veinticuatro horas, Pedro había conseguido ganarse a Gonzalo y Lola, a tal punto que ambos estaban trabajando activamente en favor suyo, planeando en conjunto la seducción de Paula. Porque según Paula, todo lo que Pedro quería de ella era seducirla. Claro que él tampoco pensaba salirse de la línea. Era demasiado sutil como para eso. En esa etapa de su campaña, Pedro se sentía satisfecho con ir muy lentamente, inundándola con su simpatía, sorprendiéndola con su personalidad, bromeándola con su sexualidad, riéndose de su caprichosa resistencia.

Pedro estaba consciente de que, al final de cuentas, sería él quien ganaría la partida. ¡Maldito sea! Y ella también. Sólo se trataba de una cuestión de tiempo y transcurrido ese lapso, breve o no, ella lo seguiría mansamente hasta su lecho. ¡Pero sería más que idiota si lo hiciese sin por lo menos, oponer una resistencia! Para cometer un suicidio pasional, se necesita pensar mucho; no es una cosa natural a la que uno accede con la docilidad de un rebaño que sigue a su pastor.

"¿Y por qué estoy tan segura de que involucrarme con Pedro Alfonso represente un suicidio emocional?" —se preguntó la joven mientras lo observaba por enésima vez en el día. Él estaba afuera, en el patio, recogiendo con Gonzalo los restos de los árboles y arbustos que habían estado podando. Pedro estaba más devastador que de costumbre: con sus jeans y su camisa de algodón.

Paula  pensaba con desazón, que un hombre que tenía tanto para ofrecer no podía confinarse a vivir para una sola mujer. Al ver su gran atractivo masculino, la muchacha sintió que su seguridad respecto de que Pedro no había mantenido ninguna relación extra matrimonial, se estaba esfumando rápidamente. Paula estaba convencida de que las tentaciones a las cuales Pedro se habría enfrentado, debieron de haber sido tremendas, tanto que hasta ella misma podría haberlo justificado si él hubiese engañado a su esposa. Podía imaginarse a cualquier mujer realizando esfuerzos sobrenaturales para poder conseguirlo y concluyó que para poder resistirse a sus encantos, tendría que haber sido un santo. Y Pedro no era ningún santo. En realidad, se trataba del demonio mismo hecho hombre para apoderarse de cuanta mujer se atravesara en su camino.

Como si Pedro hubiese adivinado los pensamientos de la joven, dejó de trabajar y dijo algo a Gonzalo. Luego se encaminó hacia ella y Paula sintió que su corazón latía cada vez con mayor agitación.

— Permíteme ayudarte, perezosa —dijo, arrastrando las palabras con un tono tan suave, que parecía acariciar a la muchacha.

Sin aguardar a que le respondiese, tomó un rastrillo y comenzó a trabajar. Con el esfuerzo, su camisa de algodón enmarcaba sus robustos músculos, tanto en los brazos como en los hombros.
Paula lo miró, dándose cuenta que, como era común en él, siempre hacía lo que se le antojaba, sin importarle que ella necesitara o no su colaboración. Sin embargo, Paula distrajo sus pensamientos al notar que una ola de sensualidad se apoderó de ella repentinamente y con tanta firmeza, que debió abandonar su tarea para observarlo, atrapada por aquellos encantos viriles que él podía provocar en ella sin siquiera tocarla.

La atmósfera de un bello día favorecía aún más la seducción inminente de Paula.
Ella tenía los ojos a medio cerrar, pero sus pupilas se hallaban extremadamente dilatadas al percibir la embriagadora imagen de Pedro.

En cualquier otro momento, habría sido muy embarazoso el hecho de que él la cogiera mirándolo de la manera que Paula lo había estado haciendo, pero ella no se sintió para nada incómoda... Ni siquiera al ver la expresión de satisfacción que su estudio había provocado en él.

— ¿Te agrada lo que estás viendo? —preguntó él suavemente y un tanto divertido, aunque esa diversión no sonaba a burla sino a un abierto aliento, como para animarla a que compartiera sus pensamientos con él.

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