viernes, 4 de diciembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 19

Cuando llegó a la vieja casa que Gonzalo y Lola habían comprado, Paula prácticamente se había aleccionado para dejar de tomar en cuenta su repentina e inexplicable reacción hacia Pedro Alfonso.

Paula se decidió a apartar sus pensamientos de Pedro Alfonso. Sonrió al contemplar la pequeña casa, de tipo agreste, recién pintada de blanco. Toda la casa parecía pertenecer a otros tiempos y las hierbas eran silvestres y demasiado crecidas.

La muchacha pensó que durante toda su estadía en aquella casa, tendría la oportunidad de olvidar por completo su trabajo. Desde afuera todo se veía muy bien, pero según lo que Gonzalo y Lola le habían comentado, el interior de aquélla era historia aparte. Por otro lado, aunque los jardines y el césped se veían hermosos, Paula era consciente de que debería darles todas las horas que pudiera para mejorarlos.

Cuando bajó de su automóvil, se abrió la puerta delantera y aparecieron Gonzalo y Lola para saludarla y ayudarla a llevar su equipaje a la casa. Paula corrió al encuentro de ambos y los estrechó en un fuerte abrazo. Terminados los saludos y las risas de alegría, la muchacha retrocedió y notó que Lola estaba observando sus pies descalzos con un alto grado de desconcierto.

— No te preocupes, Lola —bromeó ella—. Tengo muchos otros pares de zapatos y además, sólo estoy en los principios de una pulmonía. Probablemente, tendrás que cuidarme durante tres de las cuatro semanas que he decidido pasar aquí para que me recupere.

La reacción de Lola a ese comentario de Paula  fue práctica y predecible. Aunque parecía un frágil angelito, no era más que el sentido común personificado.

— Ni se te ocurra —replicó, conduciendo a Paula hacia casa—. Te daré uno de mis tónicos y verás que sanarás en menos de lo que canta un gallo.

Paula soltó un suspiro de burlón terror y trataba de zafarse de su cuñada que a toda costa quería llevarla hasta la casa.

— ¡Por favor! ¡No lo hagas! —imploró ella exageradamente—. Sería capaz de hacer cualquier cosa para evitar beber tus medicinas caseras.

Lola sonrió entre dientes con gran satisfacción; su boca dibujó un gesto de sádico júbilo.

— Eso fue lo que pensé —respondió con pesar—. Pero no puedes hacer nada para evitarlo. Iremos arriba y tomarás un baño bien caliente. Luego te traeré una taza de té  para disolver en él el tónico. Una vez vestida y luego de haber tomado la medicina, Gonzalo y yo te ofreceremos un buen desayuno antes de mostrarte la casa.

Paula  farfulló y echó una punzante mirada a Gonzalo, que estaba de pie disfrutando del embrollo en que se había metido su hermana. Aquélla era una mirada de furiosa indignación.

— ¿Vas a quedarte allí, cruzado de brazos, a la espera de que tu esposa se lance contra mí antes que yo pueda defenderme? ¡Qué hermano tengo!

Gonzalo soltó una carcajada y comenzó a ascender las escaleras con su equipaje.

—No puedo salvarte, hermanita —respondió él con una disgustante chispa de alegría en su voz—. Lola ya te ha atrapado entre sus garras. Pero alégrate: es muy factible que el desayuno que te ofreceremos compense, al menos en parte, lo que estás a punto de soportar…Me muero de ganas de desayunar, no te demores demasiado, Lola o sabes lo que puede suceder.

Paula  miró a su cuñada como interrogándola por el comentario de Gonzalo.

— ¿Qué es lo que sucederá? —preguntó con tono de sospecha.

Lola  rió entre dientes.

— Quema las cosas... a propósito, creo. No le gusta cocinar solo.

Paula  rió y luego se volvió para inspeccionar la habitación.

— ¡Guau! —exclamó maravillada, mientras contemplaba el hermoso acolchado que cubría la cama, las vaporosas cortinas blancas de las ventanas, el asiento que estaba próximo a una de éstas, los muebles de estilo americano antiguo y el antiquísimo cofre ubicado al pie de la cama. Lo único que faltaba era el papel de pared con grandes diseños y una cálida alfombra—. ¡Es grandioso, Lola! —exclamó con genuina admiración—. No sabía que habían llegado tan lejos en lo que se refiere a la decoración de la casa.

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