jueves, 30 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 22

Paula lo arropó y se dirigió al despacho. Allí, se sentó frente a su escritorio y empezó a repasar todos los asuntos que requerían su atención. Estuvo trabajando hasta altas horas de la noche sin poder ponerse al día. Tendría que llevarse el resto de los papeles a Billings para poder terminarlos. Esperaba poder conseguirlo sin tener que moverse de Billings, porque no quería que se viera con demasiada frecuencia el avión privado de Tennison International en el aeropuerto de Rimrocks.
A la mañana siguiente, Franco quiso ir al parque. Madre e hijo se dirigieron al más cercano acompañados del señor Gonzalez. Los dos se sentaron en un banco mientras el niño jugaba.
— ¿Cómo va todo? —le preguntó el guardaespaldas.
—Sobrevivo. No me resulta fácil. Traté de sacarles información a algunos de los ejecutivos de su empresa y estuve a punto de que me despidieran por confraternizar demasiado con ellos.
— ¿Vas a rendirte? —preguntó el señor Gonzalez. Su duro rostro se había arrugado para esbozar una sonrisa.
— ¿Tú que crees?
—Creo que Joaquín tiene razón. Te has topado con un adversario formidable —contestó, apartando bruscamente la mirada después de contemplarla durante un segundo. No hay nada malo en recortar las pérdidas
—Aún no he empezado... —dijo. Sin embargo, no pudo mentirle a su querido guardaespaldas — . Está bien. Tengo que admitir que me acerqué demasiado al fuego y que estuve a punto de quemarme. Sin embargo, te aseguro que no volveré a cometer la misma equivocación dos veces.
—Eso espero. Aún recuerdo lo destrozada que estabas la noche que te encontramos.
—Me salvaste la vida...
—Estuve a punto de quitártela. Ni siquiera te vi.
— ¿Te he dicho alguna vez que Juan y tú me devolvieron los deseos de vivir? —le preguntó—. Los dos me cuidaron tanto hasta que Franco nació. Hicimos juntos tantas cosas... Lo echo mucho de menos...
—Yo también —admitió el guardaespaldas—. Él me dio trabajo cuando nadie más lo habría hecho. Yo estaba acusado de asesinato. Nadie me habría contratado. Sin embargo, Juan creyó en mi inocencia. Me contrató, me encontró el mejor abogado criminalista de la ciudad y consiguió que me absolvieran.
—Lo sé. Juan me lo dijo.
—Al principio, recuerdo que te escondías de mí.
—Creía que habías sido miembro de la Mafia. Sin embargo, después de que Franco naciera, te convertiste en una persona muy querida para mí. Jamás te habría imaginado cambiando pañales a un niño.
—Yo tampoco —comentó con una sonrisa—. Y ahora que sí me imagino haciéndolo, no tengo con quien —añadió lentamente, sin mirar a Paula.
—Claro que sí. Nos tienes a Franco y a mí —afirmó ella, tocándole la mano muy brevemente.
—El niño esta sufriendo algunos problemas de acoso —confesó él, cambiando rápidamente de tema—. Me he tomado la libertad de enseñarle artes marciales.
— ¿Vas a enseñarle a mi hijo como matar a la gente?
—Voy a enseñar a tu hijo a no matar a nadie. También le enseñaré a tener confianza en sí mismo y posturas con las que disuadir a los que le acosan. Aprenderá concentración y, sobre todo, disciplina. Eso es muy importante para un chico.
— Sí, lo sé. Muy bien, no me importa.
Aquella noche, Joaquín llegó muy temprano para recogerla. Le saludó con su sonrisa más cortés. Su cuñado estaba muy elegante, aunque no tanto como lo hubiera estado Juan. Joaquín siempre había estado un poco a la sombra de su hermano.
—Estás preciosa —le dijo.
Paula sonrió. Se había puesto un diseño original de París, de terciopelo y raso azul zafiro, con un corte muy moderno que enfatizaba su esbelta figura y destacaba su cabello y sus ojos.
—Gracias, Joaquín. Tú tampoco estás nada mal.
— ¿Has leído mi informe sobre la adquisición de Camfield Computers?
—Sí —respondió ella, mientras se dirigían a la limusina—. Eres muy bueno en tu trabajo, Joaquín. Juan estaría muy orgulloso del modo en el que has firmado ese acuerdo.
Joaquín pareció sorprendido.
—No sabía que te fijaras en lo que hago.
—Bueno, técnicamente no debería hacerlo. Después de todo, las operaciones internacionales no son asunto mío, pero admiro la habilidad empresarial cuando la veo. Oigo muchos comentarios. Tu gente te seguiría al fin del mundo.
—Me abruman tus halagos —dijo él con una leve sonrisa
—Te los mereces —repuso ella, mientras los dos entraban en la limusina—. Joaquín, ¿no te cansas nunca de la presión?
—No —contestó él, algo sorprendido—. Los negocios son mi vida. Supongo que me gustan los desafíos. ¿Y tú?
—Algunas veces me gustaría tener más tiempo para estar con Franco. No es que no disfrute con mi trabajo es que, a veces, exige demasiado.
—Tal vez deberías delegar más —sugirió Joaquín, sin mirarla
—A Juan no le parecería bien.
—Juan está muerto.
—Sí, lo sé —observó Paula, sorprendida por la frialdad con la que había hablado—, pero yo se lo debo todo.
— Sé que le estás muy agradecida por lo que hizo por ti, pero tienes que considerar también lo que tú hiciste por él. Estaba solo. Completamente solo. Literalmente, se estaba matando a trabajar. Tú lo cambiaste. Franco y tú. Murió siendo un hombre muy feliz.
—Ya sabes que yo lo quería mucho. Al principio no, aunque le estaba muy agradecida por lo que había hecho por mí, pero le tenía mucho cariño. Cuando... entonces había empezado a convertirse en todo mi mundo.
Joaquín la miró.
—Es una pena que muriera cuando lo hizo. Yo tendría que haber estado en ese avión. Él me estaba sustituyendo.
—Oh, Joaquín, no digas eso. Yo soy una fatalista. Creo que tenemos contados los minutos y los segundos de nuestras vidas, que tenemos asignado el momento de nuestra muerte. Si no hubiera sido en ese avión, podría haber sido de otro modo. No sufrió. Fue muy rápido. Si le hubieran dado a elegir, así lo habría querido.
— Supongo que sí.

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