sábado, 11 de abril de 2015

Una Llamada Inesperada: Capítulo 26

Tomás. Un hombre tan agradable. Tan... predecible. El tipo de hombre en el que una mujer podía confiar para que fuera leal. En esos días de inestabilidad familiar, la fidelidad y la confianza ocupaban un puesto elevado en su lista de características para una pareja duradera. Tomás jamás miraba a otras mujeres cuando se hallaban juntos y jamás alardeaba de ninguna historia sexual llamativa. Era un caballero. Intentó no concentrarse en el hecho de que así como nunca coqueteaba con otras mujeres, tampoco lo hacía con ella. Pero debido a lo de la noche anterior, quizá eso cambiara.
Contempló el teléfono y deseó que pusiera fin a tanto suspense. Contó hasta cien, pero no sonó. Contó hacia atrás desde cien, pero siguió sin sonar. Disgustada consigo misma, se levantó, se puso unos pantalones cortos amplios y una camiseta y luego salió acorrer. Con la esperanza de fatigar los músculos lo suficiente como para inducir el sueño, intentó dejar atrás los pensamientos que tanto la hostigaban. La noche anterior había dormido como un tronco, pero esa noche parecía que iba a ser problemática. Regresó una hora más tarde, agotada y sudorosa, y encontró el apartamento tan caluroso como el exterior y la luz del contestador parpadeando. Con los dedos cruzados, lo activó.-
-Gracias por comprar este producto Temeteck! Este es un mensaje de prueba para que ajuste el volumen. Apriete .1. si no quiere que se repita este mensaje.
Maldijo y apretó la tecla .1., luego se dirigió al condenado termostato. Marcaba treinta y cinco grados. Giró el dial hasta los veinticinco, pero al soltarlo volvió a los treinta y cinco.
Al reconocer que se encontraba al borde de un ataque, respiró hondo diez veces antes de llamar al casero. No estaba, por lo que dejó un mensaje poco femenino sobre el termostato averiado.
Bajo el chorro de una ducha fría, se apoyó en la pared y dejó que el agua corriera por su cuello y hombros hasta que se sintió algo refrescada. Más que nada lo que necesitaba era meter un poco de comida en el estómago y una buena noche de reposo. Por la mañana, podría analizar los desconcertantes acontecimientos de ese día.
Pero cuando a las dos de la mañana tenía los ojos tan abiertos como una moneda de dólar de plata, recordó el dicho aquel de que una ~ conciencia limpia era la almohada más blanda. Se puso de costado y contempló el teléfono inalámbrico. De pronto tuvo la respuesta. Llamaría a Tomás y dejaría un mensaje para que lo escuchara cuando llegara a casa. Había sido demasiado directa y su actitud los había incomodado a los dos. Podían empezar de nuevo. Alargó la mano hacia el teléfono y apretó la tecla de llamada automática.

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