jueves, 9 de abril de 2015

Una Llamada Inesperada: Capítulo 17

-Lo siento... normas del hospital. La clínica veterinaria de la Calle Dieciséis es la más próxima.
La furia del oficial era palpable. Pero en vez de irse se volvió para estudiar los estantes con suministros, tocándolo todo con sus manos grandes.
-¿Qué hace?
-Lo que usted debería hacer -gruñó, luego sacó un rollo de gasa y lo extendió.
Ella abrió la boca para protestar, luego comprendió que era inútil   discutir con un hombre que la doblaba en tamaño. Se apartó, pero mientras él enrollaba la gasa en torno a la pata del perro, algo... sucedió. Una calidez y admiración inesperadas le inflamaron el pecho. El policía no tenía ni idea de qué debía hacer, pero se hallaba impulsado a actuar. No pudo evitar respetar su determinación. cuando desenrolló otros siete metros de gasa, meneó la cabeza.
-Ya es suficiente -anunció ella. El otro alzó la vista con ojos centelleantes, listo para la batalla-. No podrá respirar -añadió; después se puso otros guantes y buscó unas tijeras y esparadrapo. Con resignación ante la posible reprimenda o despido que podían caerle, Paula  se acercó y terminó de vendarlo, luego lo sometió aun examen superficial. El perro y el policía estaban en silencio y con los ojos muy abiertos, pero percibió que la ira de él se había disipado--. ¿Oficial...?
-Alfonso. -Oficial Alfonso, mi conocimiento de la anatomía de un perro es limitado, pero da la impresión de que sí tiene una pata rota. Quizá también tenga una o dos costillas rotas, aunque respira bien, de modo que no creo que sus pulmones estén dañados. No hay sangre en la boca, nariz ni oídos, de manera que, si tiene una hemorragia interna, no parece ser importante. Yeso... retrocedió y se quitó los guantes es todo lo que puedo hacer.
De pronto, él sonrió y ella contuvo el aliento. El oficial Alfonso era un hombre muy atractivo.
-Gracias, ¿doctora...?
-Soy enfermera. La enfermera Chaves.
 -Enfermera Chaves -repitió-. Gracias por proporcionarme paz mental.
Los latidos del corazón se le aceleraron bajo su escrutinio.
-De nada. y ahora, por favor, váyase de aquí mientras aún tengo mi trabajo.
Pedro intentó analizarla sin que ella se diera cuenta. Sus oscuros ojos azules eran asombrosos, y su boca... La mujer exhibía esa vitalidad fresca que hacía que los chicos del vecindario se compraran prismáticos. Se sacudió mentalmente. El perro gimió y le recordó cuál era su prioridad inmediata. Con gentileza, volvió a envolver al animal y lo alzó de la camilla.
La enfermera le abrió la puerta. -Terminaba mi turno -musitó ella con el fantasma de una sonrisa-. Le mostraré la salida.

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