martes, 28 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 12

—Paula, ¿estás segura de que Gimenez puede tener a esa iguana corriendo por la casa? Ese bicho pesa casi cinco kilos y tiene unas garras y unos dientes...
—Tiny es parte de la familia. No molesta. Simplemente permanece sentada en la silla del señor Gimenez hasta que tiene hambre. Entonces, se va a la cocina y se come sus verduras. Tiene una caja con arena en el cuarto de baño, que utiliza perfectamente y nunca ha atacado a nadie. Franco la adora.
—Resulta muy poco natural tener a un reptil corriendo por todas partes. El fontanero lanzó un grito cuando vino a desatascar el retrete. Ese bicho estaba sentado debajo de la ducha, dándose un baño.
—Pobre fontanero —murmuró ella, ahogando una risita.
—Sí, bueno, me dijo que no volviéramos a llamarlo. ¿Ves a lo que me refiero? Ese reptil es una amenaza.
—Díselo al señor Gimenez, aunque yo lo haría detrás de una puerta.
—Muy bien. Es tu casa y es tu problema.
—Debería haber sido tu casa, Joaquín —dijo Paula, inesperadamente—. Siento que las cosas hayan salido así. Tú eres el hermano de Juan, su único pariente de sangre. La mayor parte de sus propiedades deberían pertenecerte a tí.
Joaquín suspiró.
—Juan tenía todo el derecho a hacer lo que quisiera con sus propiedades —afirmó. De repente, la hostilidad había desaparecido de su tono de voz para verse reemplazada por un tono que resultaba casi de arrepentimiento—. Después de todo, tú eras su esposa. Te amaba.
—Yo también lo amaba a él.
Era cierto. Juan  había sido su refugio en la terrible tormenta de angustia que Pedro había provocado. No era la clase de amor que había sentido hacia Pedro, pero era amor. Con tiempo, y viéndose permanentemente apartada de la presencia de Pedro, podría haber amado a Juan con el mismo fervor que él le ofrecía a ella.
— ¿De verdad estás segura de que quieres enfrentarte a Alfonso? Es un hombre de negocios formidable. Podrías estar arriesgando más de lo que crees.
—Una expansión sin riesgo es como el pan sin mantequilla. No hay sabor. Cuídate, Joaquín. Ahora, déjame volver a hablar con el señor Gimenez, por favor.
—Muy bien. Lo llamaré. Cuídate.
—Claro.
Unos minutos más tarde, Gimenez volvía a estar al otro lado del aparato.
— Se ha ido —dijo el guardaespaldas muy secamente—. No confío en él, Pau. Y tú tampoco deberías hacerlo. Creo que está tramando algo.
—Estoy segura de que eres el hombre más suspicaz que hay sobre la faz de la tierra. Debe de ser que tu experiencia en la CÍA te está afectando el cerebro. Joaquín es un tipo legal.
—Me ha dicho que Tiny debería de estar fuera.
—Tiny no podría vivir fuera —comentó ella riendo—. Es mi casa y, mientras así lo sea, Tiny vivirá dentro. ¿De acuerdo?
— De acuerdo —dijo el guardaespaldas, mucho más relajado—. Gracias.
—Quiero que vengas aquí la próxima semana —le pidió, dándole a continuación un listado con todo lo que debería llevarle—. Ahora, llama a Franco, por favor. Sé que es muy tarde, pero quiero saludarlo.
—Estará encantado. Te echa mucho de menos.
—Viajo mucho, ¿verdad? —suspiró—. A veces demasiado.
— Sí. Sobre Tiny...
—Conseguiré otro fontanero. No te preocupes.
— De acuerdo.
Segundos más tarde, su hijo se puso al teléfono.
—Mami, ¿cuándo vas a regresar? —preguntó el rano con voz somnolienta—. Se me ha caído el patito de goma en la taza y el señor Gimenez me lo ha tirado. Me ha comprado uno nuevo. ¿Me has comprado un regalo? Sé contar hasta veinte, sé escribir mi nombre...
—Eso es estupendo. Estoy muy orgullosa de tí. Vas a venir a verme muy pronto y tendré un regalo para tí.
— ¿No te puedes quedar en casa y jugar conmigo algunas veces? La mamá de Jaime lo lleva al parque a ver a los patos. Tú nunca me llevas a ningún sitio, mami
Al escuchar aquellas palabras, Paula  apretó los dientes.
—Cuando regrese a casa, hablaremos al respecto.
—Eso es lo que me dices siempre, pero luego te vuelves a marchar —musitó el niño muy enojado.
—Franco, este no es momento de discutir —dijo ella con firmeza—. Ahora, escúchame. El señor Gimenez te va a traer aquí muy pronto. Hay muchas cosas que ver, vaqueros de verdad... Podremos pasar algún tiempo juntos.
— ¿De verdad? —preguntó el niño encantado.
—Sí —prometió ella.
—Muy bien, mami. ¿Podemos llevarnos a Tiny? El tío Joaquín  dice que deberíamos comérnosla. Creo que el tío Joaquín es malo.
—Venga, venga... No nos vamos a comer a Tiny. El señor Gimenez puede traérsela cuando se vengán aquí a verme, pero todavía no, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —suspiró Franco—. ¿Puede Tiny sentarse conmigo cuando vayamos?
—Tiny se puede sentar en su transportín a tu lado —le corrigió ella.
—Te quiero mucho, mami.
—Yo también te quiero, mi amor. Te llamaré mañana. Obedece al señor Gimenez y sé un buen chico.
—Lo haré. Buenas noches.
—Buenas noches.
Paula colgó el teléfono sin dejar de acariciar suavemente el auricular. Franco era lo más importante de su vida. A veces, lamentaba amargamente el tiempo que tenía que pasar lejos de su pequeño. Estaba creciendo y ella se estaba perdiendo los momentos más preciosos de su vida. ¿Le habría dado Henry tantas responsabilidades en la empresa si se hubiera dado cuenta de cómo iba a afectar a su relación con Franco?
No. Lo habría organizado todo de manera que ella hubiera podido pasar más tiempo con su hijo. Él mismo habría estado a su lado, ayudándola con el niño. Juan adoraba a Franco.
Mientras se apartaba del teléfono, admitió que, a veces, la vida sin Juan resultaba muy dura. Se preguntó cómo habría sido su existencia si Pedro hubiera ignorado las acusaciones de su madre y se hubiera casado con ella. Habrían estado juntos cuando Franco naciera y, tal vez, la delicia de tener un hijo habría unido a Pedro más a ella.
Se echó a reír. Eso jamás habría ocurrido.
La presión que sentía por todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor era tal que subió a su habitación y se tomó un tranquilizante. No los utilizaba a menudo, pero a veces la presión era tan terrible que no podía soportarla. Por suerte, el alcohol jamás la había atraído. En cuanto a las píldoras tampoco. Sólo las tomaba cuando no le quedaba otra opción. Aquélla era una de esas noches.
Se duchó y se puso el pijama. No le servía de nada pensar constantemente en sus problemas. Juan  se lo había, enseñado. El único medio de enfrentarse a una situación era la acción, no la gimnasia mental.
Se tumbó y cerró los ojos. El tranquilizante empezó a funcionar. Empezó a dejarlo todo atrás y empezó a deslizarse en el crepúsculo de la inconsciencia. Decían que algunas veces, un buen descanso nocturno era lo que separaba a una persona angustiada del suicidio. Ella no tenía tendencias suicidas, pero, a pesar de todo el sopor resultaba de lo más agradable...

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