domingo, 12 de abril de 2015

Una Llamada Inesperada: Capítulo 29

-¿Duermes?
-No -parpadeó, luego rio-. Bueno, casi. Ha sido... increíble.
-¿Quieres que quedemos para almorzar mañana en la entrada de tu oficina?
Pedro regresó a la tierra y recordó que ella creía que acababa de compartir una experiencia increíble con su novio. Su risa lírica iba destinada a Tomás.
-Hmm, creo que me quedaré en casa para curarme este constipado.
-Pensé que me habías dicho que era por la alergia.
-Sí. No. No estoy seguro -tosió como si sus pulmones corrieran peligro.
-Suenas fatal. Mañana iré a ver cómo estás.
-No. Quiero decir, no deseo contagiarte algo. Me recuperaré, de verdad.
-¿Estás seguro?
-Sí -se sintió aliviado-. Tus llamadas son toda la medicina que necesito. Además, no vernos en persona durante unos días hará que las cosas sean más. ..interesantes -¿era él quien hablaba y perpetuaba un fraude?
-Pero sigues pensando en acompañarme a la boda de Sofía el sábado, verdad?
-Bueno... claro.
-Yo iré temprano para ayudar a las damas de honor, de modo que nos veremos allí.
-De acuerdo -tomó nota mental para comprobar si le fallaban las neuronas.
-Mientras tanto, espero que te mejores pronto.
-Ya me siento mejor -tenía la voz de un ángel.
-Bien. Te dejo -musitó-. ¿Me llamarás cuando te levantes?
Pedro titubeó. Una cosa era recibir sus llamadas equivocadas y otra iniciar un contacto e interpretar el papel de su novio.
-¿Por qué no me llamas tú... mañana por la noche?
-De acuerdo -aceptó-. Mañana por la tarde me toca el turno en el puesto de donación de sangre en el ayuntamiento, pero te llamaré cuando llegue a casa.
Colgó en la oscuridad. Fue al cuarto de baño y encendió la luz. Una ducha caliente de diez minutos ayudó poco para borrarla de su mente. Se secó rápidamente con el cuerpo aún vibrando por el encuentro que habían mantenido; en sus oídos todavía reverberaban los gritos de placer de Paula.
Encorvó los hombros por el remordimiento. ¿En qué pensaba? Él, el hombre de acero que había jurado que jamás permitiría que su libido se interpusiera en su sentido común, había sucumbido a una voz melodiosa con un vocabulario erótico.
Sonrió con ironía. Ese día era su cumpleaños... treinta y siete. ¿Los hombres poseían un reloj biológico? Rió. Tendría que preguntárselo a Marcos, que era adepto a esas cosas cuando no hacía bromas. Esbozó una mueca y esperó que su compañero no le hubiera preparado una fiesta sorpresa. El bueno de Marcos siempre intentaba emparejarlo con una prima o una sobrina de Louise, aunque hasta el momento debía reconocer que no había conocido a nadie que despertara su mente lo suficiente como para que mereciera la pena aceptar los rigores del romance.

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