martes, 21 de abril de 2015

Una Llamada Inesperada: Capítulo 70

Con un gemido prolongado y gutural, Pedro  plantó las manos en sus glúteos y se frotó contra ella, luego le alzó la falda hasta que sus manos tiraron de las braguitas de algodón. Las rodillas de Paula  se aflojaron cuando sintió que los dedos hurgaban debajo, y durante una fracción de segundo pensó que podría estar demasiado abrumada para devolverle el gesto. Pero en ese momento se activaron unos instintos casi olvidados que la impulsaron a acariciar su palpitante masculinidad. Aceptando la invitación de los sonidos que él emitía, bajó la mano por la considerable extensión con movimientos lentos y firmes, preguntándose cómo sería tenerlo dentro. Pensar en ello provocó más lubricación para los dedos de él.
-Paula -murmuró-. Te deseo ahora, aquí mismo. Por favor.
-Sí -musitó ella, asombrada de que Pedro no supiera lo mucho que lo deseaba.
Le acomodó el bajo del vestido alrededor de la cintura. Paula lo provocó frotando la punta de su virilidad contra la parte delantera de sus braguitas y fue recompensada cuando la excitación de él soltó un líquido que atravesó la fina tela. Por detrás Pedro le bajó las braguitas hasta las rodillas, luego la alzó y la movió hasta acomodarse contra lo que parecía ser , el respaldo de un sofá. Paula se agarró a sus hombros mientras terminaba de bajarle las  braguitas y le abría las rodillas. Se sintió como gelatina cuando el pene le recorrió la parte interior del muslo, dejando un rastro de humedad. En un rincón de su mente sonó una alarma y en ese instante titubeó.
-tengo protección -indicó él en voz baja.
Ella se sintió tonta por no haberlo preguntado antes y aliviada de que él compartiera su preocupación. Los pocos segundos que transcurrieron mientras sacaba de la cartera el preservativo y se lo colocaba parecieron de una lentitud agonizante. Con las manos y las rodillas lo instó a darse prisa, ansiosa más allá de las palabras a consumar la unión. Al fin regresó a su lado y le pasó un brazo por la espalda para estabilizarla mientras buscaba entrada en el umbral. Una, dos, tres veces tanteó su humedad, acariciando la punta sobre el núcleo de su deseo hasta que la tuvo retorciéndose de impaciencia. Cuando la penetró, la llenó lentamente.
El torrente de adrenalina subió por su cuerpo como el mercurio de un termómetro introducido en agua caliente. Centímetro a centímetro quedó envuelta por la pasión al rojo vivo, una sensación impotente pero embriagadora que la sumió en un estado de languidez. Cuando quedaron plenamente unidos, Pedro adelantó la cabeza con un susurro áspero. Le besó el cuello y musitó palabras eróticas sobre lo estupendo que era tenerla en torno a él, lo mucho que anhelaba darle placer. Como si la increíble sensación de tenerlo palpitando en su interior no bastara, Pedro comenzó a masajearle con el dedo pulgar su punto más sensible. Experimentó el clímax de forma inesperada, fragmentándose a su alrededor como una tormenta súbita. Le clavó los dedos en la espalda y gritó a medida que su éxtasis subía y subía; después emitió un gemido prolongado al comenzar a menguar.
La liberación de él siguió a la suya y su cuerpo se sacudió con espasmos poderosos que hicieron vibrar el mueble en el que ella estaba apoyada. pedro jadeó su nombre y la apretó contra sí, aferrandola como si fuera su fuente de energía. Paula se sintió absolutamente deseable y realizada, y por primera vez entendió la expresión francesa de "orgasmo" pequeña muerte. Durante un momento deseó poder permanecer para siempre en el abrazo con ese hombre que le había demostrado que la realidad podía superar sus fantasías.
Pero a medida que su respiración se sosegaba y las palpitaciones retornaban a la normalidad, el exterior hizo acto de presencia. Oyeron voces y las notas de la orquesta llegaron hasta su escondite. Paula fue consciente de que tenía la piel pegajosa con sudor, perfume y sexo. Él la soltó y le plantó unos besos en el hombro antes de apartarse.
-¿Te encuentras bien?-preguntó al depositarla con suavidad en el suelo.
-Sí. Cuando él se quitó el preservativo, la luz tenue de la ventana jugó sobre su poderosa silueta. Paula apartó la vista y se esforzó por arreglarse la ropa mientras intentaba analizar sus emociones. Se hallaba en desventaja porque no estaba segura de como se suponía que debía sentirse ¿agradecida? ¿complacida? ¿incómoda? de algún modo había alcanzado la madurez de los treinta años sin el conocimiento sexual que la mayoría de las mujeres daba por hecho.
Tenía el vestido abultado alrededor de la cintura y en la oscuridad no veía las braguitas ni el sujetador. Pedro se levantó los boxers, pero por lo demás no parecía sentir prisa por vestirse o marcharse de allí.

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