lunes, 27 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 6

Al llegar a la calle en la que se encontraba la casa de su tía, agarró con fuerza la bolsa de la compra. Se acababa de percatar que el elegante Jaguar que estaba aparcado allí no lo había estado cuando se marchó. Tal vez el de la inmobiliaria había ido a buscarla.
Se sacó la llave de los vaqueros. No vio la figura que la esperaba en el porche de la casa hasta que subió los escalones. Entonces, se detuvo en seco. El corazón le dio un vuelco.
Pedro Alfonso era tan alto como el señor Gimenez, pero las comparaciones terminaban allí. Pedro resultaba misterioso y peligroso, a pesar del traje de tres piezas que llevaba en aquel momento. Cuando dio un paso al frente, Paula sintió una oleada de calor por todo el cuerpo a pesar de la angustia de los últimos seis años.
Estaba mucho más ...  La nariz era recta, la boca sensual. Llevaba un sombrero vaquero ligeramente inclinado sobre la ancha frente. En los dedos sostenía un cigarrillo. No había podido dejar de fumar.
— Me pareció que eras tú —dijo sin preámbulo alguno, con voz dura y cortante—. Desde la ventana de mi despacho se ve la estación de autobuses.
Tal y como Paula había esperado. Se recordó que era más madura, más rica y que Pedro no tenía ya ningún poder sobre ella.
— Hola Pedro—dijo—. Me sorprende verte aquí, en los barrios bajos.
—Billings no tiene barrios bajos. ¿Por qué estás aquí?
—He regresado por la plata de tu familia —le espetó ella— Se me olvidó la última vez.
Pedro  realizó un gesto de incomodidad. Se metió una mano en el bolsillo y se pegó un poco más la fina tela de los pantalones a los poderosos músculos de sus largas piernas. Paula tuvo que esforzarse para no mirar. Desnudo, aquel cuerpo era un milagro de perfección, piel y vello , que dibujaba el contorno del torso y del esbelto vientre y que le espolvoreaba las piernas….
— Después de que te marcharas —admitió de mala gana—. Pieres le dijo a mi madre que tú no habías tenido nada que ver con el robo.
Paula recordó que, supuestamente, Facundo Pieres era el cómplice del que ella había estado enamorada y con el que se había estado acostando. Sólo un estúpido celoso podría haberse imaginado que ella hubiera podido pasar de Pedro a Facundo pero, dado que Ana había pagado a éste último para que se inventara la historia, los detalles que ella le había dado eran casi perfectos. A pesar de lo evidente que resultaba todo, Pedro la había creído capaz de cometer una infidelidad y actos criminales. El amor sin confianza no era amor. Incluso había llegado a admitir que el único interés que había sentido por ella había sido puramente sexual.
—Me pareció extraño que la policía no viniera detrás de mí —replicó ella.
—Resultó imposible encontrarte.
No era de extrañar. Juan se la había llevado a una isla del Caribe durante su embarazo, acompañada del señor Gonzalez. Nadie había sabido su verdadero nombre. Todos la conocían como Pau Gonzalez. Se alegraba de que se hubieran tomado aquellas medidas. Había tenido miedo de que los Alfonso trataran de encontrarla aunque sólo fuera para avergonzarla.
—Me alegra saberlo —dijo ella, con un cierto sarcasmo—. No me habría gustado ir a la cárcel.
El rostro de Pedro se hizo más severo. Frunció el ceño mientras estudiaba el rostro de Paula.
—Estás más delgada de lo que yo recordaba — dijo—. Mayor.
—Voy a cumplir veintisiete años. Tú ahora tienes veintiocho, ¿no?
Pedro asintió y, entonces, la miró de arriba abajo. Se sentía como si volviera a morirse por dentro. Seis largos años. Recordaba haber visto lágrimas en aquel joven rostro y el sonido de su voz despreciándolo a él. También recordaba los exquisitos momentos en la cama con ella, cómo el cuerpo de Paula se encendía bajo el calor del suyo y la voz se le quebraba al gemir de placer contra su garganta...
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte? —le preguntó.
—Lo suficiente para deshacerme de la casa.
—¿No la vas a conservar? —quiso saber, odiándose por haber sentido la curiosidad suficiente como para hacer aquella pregunta.
—No, no creo que me quede. Tengo demasiados enemigos en Billings como para sentirme cómoda.
— Yo no soy tu enemigo.
— ¿ No Pedro? —Replicó ella, levantando la barbilla—. No es así como recordaba.
— Tenías veintiún  años. Eras demasiado joven. Jamás te lo pregunté, pero estoy seguro de haberte quitado la virginidad.
Paula se sonrojó. Pedro  recibió aquella reacción con una ligera sonrisa.
— Veo que así fue.
— Fuiste el primero —dijo ella—, pero no el último— añadió con una sonrisa—. ¿O acaso creíste que iba a ser imposible encontrarte un sustituto?
Pedro sintió un aguijonazo en su orgullo, pero no reaccionó. Se terminó el cigarrillo y lo arrojó al jardín.
— ¿Dónde has estado los últimos seis años?
—. Por ahí Mira, la bolsa me pesa bastante. ¿Tienes algo que decir o se trata tan sólo de una visita para ver con cuánta rapidez me puedes echar de la ciudad?
— He venido a preguntarte si necesitabas trabajo. Sé que tu tía no te ha dejado nada más que facturas. Yo tengo un restaurante. Hay un puesto libre para una camarera.
Paula  pensó que aquello era demasiado. Pedro le estaba ofreciendo un trabajo de camarera cuando, sin ningún esfuerzo, podría comprar el restaurante entero. Se preguntó si lo haría por remordimientos de conciencia o por renovado interés. Fuera como fuera, no le haría ningún daño aceptarlo. Le daba la sensación de que así iba a poder ver con frecuencia a los Alfonso, lo que encajaba perfectamente con sus planes.
—Muy bien —dijo ella—. ¿Tengo que rellenar una solicitud?
—No. Sólo tienes que presentarte a trabajar a las seis en punto de la mañana. Me parece recordar que, cuando nos conocimos, trabajabas en un café.
—Así es.
Los ojos de Paula se cruzaron con los de Pedro  y, durante un instante, los dos compartieron el recuerdo de aquel primer encuentro. Ella le derramó café encima y, cuando fue a secarle la ropa, las chispas saltaron entre ambos. La atracción fue instantánea, mutua y... arrebatadora.
—De eso hace mucho tiempo —comentó Pedro, con gesto ausente y una cierta amargura en sus ojos castaños—. Dios mío... ¿por qué tuviste que huir?

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