jueves, 30 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 21

—Sí, mami.
—Deduzco que vas a regresar a casa —le dijo el guardaespaldas con una cierta sorna.
—A pasar el fin de semana. Tengo que recoger algunas cosas y visitar a algunos clientes a los que parece que he estado descuidando —dijo, repitiendo lo que la secretaria le había dicho referente a algunos comentarios de Joaquín—. Organízalo todo para que uno de los aviones me recoja en los Rimrocks a las seis en punto del viernes por la tarde. Ese día salgo pronto de trabajar.
—No creo que puedas hacer mucho en el fin de semana.
—Ya lo verás. ¿Acaso no recuerdas que Juan realizaba la mayoría de sus tratos en las fiestas? Los Harrison van a celebrar un banquete en honor del senador Lañe el sábado por la noche. Don prometió acompañarme. Recuérdaselo.
—Lo haré. ¿Cómo piensas ocuparte de todos tus negocios, de la OPA y de tu trabajo como camarera al mismo tiempo?
—No te preocupes por nada. Nos veremos el viernes.
Colgó antes de que el señor Gimenez  pudiera seguir hablando. Efectivamente, sería una gran presión, pero así había sido desde la muerte de Juan. Era joven, fuerte y dispuesta y, además, no sería para siempre. Además, el hecho de pensar en la humillación que les iba a provocar a Pedro  y a su madre le proporcionaba tanto placer que compensaba la frustración por estar lejos de su hijo.

El miércoles siguiente, Pedro fue al restaurante a cenar. No acudió solo. Lo acompañaba una belleza rubia de largas piernas y con un vestido que debía costar una fortuna. Ella sabía que estaba tratando de vengarse de Paula por haber perdido el control. A pesar de todo, Paula  se armó de valor y, con la mejor de sus sonrisas, se acercó a ellos y les entregó los menús.
— ¿Les gustaría beber algo antes de cenar? —les preguntó cortésmente.
—Yo tomaré una cerveza alemana —dijo la rubia, antes de nombrar específicamente la que quería—. Asegúrate que no sustituyen cerveza con espuma. Detesto que me escatimen mi bebida.
—Sí, señora. ¿Qué va a tomar usted, señor?
—Vino blanco —respondió Pedro, secamente.
Ni siquiera la miró. La alegría con la que Paula  los había saludado le desinfló las velas. Había llevado allí a Lara para poner a Paula celosa. No estaba del todo seguro de los motivos que lo habían empujado a hacerlo más que la deseaba. La deseaba más que nunca, pero ella no parecía dispuesta a ceder. Le iba a costar un triunfo volver a tenerla entre los brazos. La presencia de Lara ni siquiera parecía incomodarla. La Paula de antaño se habría echado a llorar.
Ella les sirvió con el impecable autocontrol que Juan le enseñó. Por su parte, Pedro parecía más molesto y enojado a cada minuto que pasaba. Lara se quedó tan impresionada con su servicio, que insistió en que Pedro le dejara una enorme propina. Pedro se limitó a mirar con frialdad a Paula y a prometerle venganza.
Con aquel gesto, Pedro había querido demostrarle que era capaz de atraer a otras mujeres. De pasada, Paula había sido capaz de ponerle riendas al deseo que sentía hacia él. Nada había cambiado. pedro  se había convertido en un playboy y no tenía interés alguno por el compromiso. Paula haría muy bien en recordar que él la había arrojado a los leones antes para evitar que ese hecho se volviera a repetir.

El viernes por la noche, cambió el turno con otra compañera y llamó a un taxi para que la llevara al aeropuerto. Se puso una peluca rubia y un carísimo abrigo, para que nadie en el aeropuerto la confundiera con Paula cahves. Sólo era una medida de precaución, por si alguien la veía subiéndose al avión privado de Gonzalez International.
Se subió rápidamente al avión y, en cuestión de minutos, iba en dirección a Chicago. Franco la estaba esperando en el aeropuerto con el señor Gimenez. Al verla, echó a correr en su dirección. No tuvo ninguna dificultad para reconocerla a pesar de su disfraz.
— ¡Mami! —gritó.
Paula  se inclinó y lo tomó en brazos. Entonces, empezó a dar vueltas con él, riendo de pura felicidad. Había echado tanto de menos a su pequeño...
—Bienvenida a casa —dijo el señor Gonzalez, observando atentamente los raídos vaqueros y la sudadera que ella llevaba por debajo del abrigo.
—No querrás que vaya a trabajar con un traje de diseño, ¿verdad?
—Tienes razón. Tu cuñado aún está fuera de la ciudad, pero prometió llegar a tiempo para el banquete de mañana por la noche.
—Bien. ¿Cómo va la fusión Jordán?
—Todo salió a la perfección.
—Oh, mami. No hablen de negocios —suplicó Franco mientras se metían en el coche.
—Muy bien. Lo intentaré —prometió ella, dándole un beso—. Hasta mañana por la noche, haremos lo que tú quieras.
— ¿De verdad? ¡Genial!
Cuando se puso a jugar con su hijo, comprendió de verdad lo mucho que había echado de menos a su pequeño. Después de cenar, vieron juntos un documental y, entonces, Paula le leyó un cuento para que se fuera a la cama. Cuando el niño se quedó dormido, lo contempló con infinita ternura. Había tanta similitud entre los rasgos de Franco y los de Pedro. El parecido era aún más llamativo cuando el niño abría los ojos claros. Era el hijo de Pedro aunque él no lo creyera nunca.

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