martes, 28 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 10

¿Habría sido así con otro hombre? Se había sentido demasiado celoso y enojado para escucharla cuando su madre la acusó. Pedro empezó a dudar de su participación en el robo sólo dos días después de que ella se marchara de la ciudad. Facundo devolvió todo el dinero robado y Ana insistió en que el muchacho no fuera arrestado. Todo muy conveniente. Todo después de que Paula se marchara de la ciudad. Sin embargo, ella jamás había parecido culpable sino... derrotada.
Tal vez debería haber cuestionado todo lo ocurrido, pero se arrepentía de la atracción que sentía hacia Paula en aquellos momentos. Casi había sido un alivio que ella saliera de su vida. Desde entonces, había tenido un par de breves relaciones, pero ninguna mujer había hecho que él perdiera el control como lo había conseguido Paula. No creía que pudiera volver así. Se sentía muerto por dentro, igual que Paula cuando se marchó de la ciudad. Parecía que algo había muerto dentro de ella. Los ojos acusadores le habían dejado una huella indeleble en el pensamiento. Seguía viéndolos incluso después de seis años.
—Todo es pasado. Aunque me sintiera tentado, no queda nada. Ella sólo fue una aventura, nada más.
—Me alegro de oírte hablar así —dijo Ana, algo más relajada—. Pedro, una camarera con un indio de pura raza por tío. No es nuestra clase de gente.
— ¿No te parece un comentario algo esnob para la descendiente de un desertor británico?
— ¡De eso no se habla!
— ¿Y por qué no? Todo el mundo tiene una oveja negra en la familia.
—No seas absurdo. Las ovejas no se suben a los árboles —comentó Ana, dejando su ganchillo—. Iré a decirle a Cata que no vas a cenar aquí.
Salió del salón. No dejaba de sentir miedo por las posibles nuevas complicaciones. No sabía lo que iba a hacer. No podía consentir que Paula Chaves estuviera en Billings, sobre todo cuando estaba tratando de conseguir que Pedro se casara. Tendría que conseguir que Paula  se marchara de la ciudad y rápido, antes de que ella pudiera hacerle ver a Pedro lo que había ocurrido.
El niño... ¿Se lo habría quedado? Ana apretó los dientes al pensar que un hijo de Pedro pudiera haber sido adoptado. El niño era un Alfonso, sangre de su sangre. Entonces, no pensó en ello, sino tan sólo en lo que sería mejor para Pedro. Sabía que Paula  no era la mujer más adecuada para su hijo y decidió extirparla de su vida con precisión quirúrgica. Si Paula  no había abortado, podría haber algún modo de conseguir al niño. Lo pensaría adecuadamente y trataría de encontrar el modo de explicárselo a Pedro  sin que éste volviera a empezar una relación con ella. Tras haber superado la amenaza una vez, estaba segura de tener la capacidad suficiente para volver a hacerlo.

El día pasó muy rápidamente para Paula . Fue ganando confianza en su trabajo y le gustaban las personas con las que trabajaba. Sentía especial predilección por Theresa, que tenía veinte años y era una Crow, como el tío abuelo de Paula.
No obstante, la hora de las comidas suponía mucho trabajo. Incluso atrajo una cierta atención de uno de los clientes masculinos, que no sólo se presentó a almorzar, sino también a cenar. A pesar de todo, Paula no mostró atención alguna. Los hombres ya no ocupaban lugar alguno en su vida.
Estaba tratando de deshacerse de él una vez más cuando vio que un rostro familiar tomaba asiento en una mesa cercana. Era Pedro. Y no estaba solo. Ana  lo acompañaba.
Admitió que, en el pasado, habría hecho cualquier cosa para que una compañera le cambiara la mesa y no tener así que atender a Ana Alfonso.Ya no. Se dirigió directamente a la mesa, aunque sin poder evitar una cierta mirada de fría crueldad cuando sus ojos se cruzaron por primera vez con los de Ana por primera vez desde hacía años.
—Buenas noches, ¿les gustaría tomar algo antes de cenar?
—Yo no bebo —respondió Ana, muy secamente—. Seguro que lo recuerdas, Paula.
Ella la miró directamente, sin prestar atención alguna a Pedro.
—Le sorprendería mucho lo que soy capaz de recordar, señora Alfonso—dijo—. Y me llamo señorita Chaves.
Ana se echó a reír.
—Vaya, vaya. Eres demasiado arrogante para ser una camarera —afirmó, aunque no dejaba de juguetear con los cubiertos—. Me gustaría ver el menú.
Paula  les entregó dos.
—Yo tomaré una copa de vino blanco —dijo Pedro.
—Enseguida.
Se dirigió hacia la barra del bar y, desde allí, tuvo oportunidad de observar a sus dos enemigos. Pedro iba vestido con un traje oscuro y una corbata muy conservadora. Había dejado el sombrero sobre una de las sillas que no estaba ocupada y llevaba el cabello peinado hacia atrás. Su rostro carecía por completo de expresión. Por el contrario, su madre no se estaba quieta. No dejaba de mirar nerviosamente de derecha a izquierda. El lenguaje corporal era tan explícito como una conversación. Paula sonrió.
Justo en aquel momento, Ana se volvió para mirarla. Vio algo en el rostro de la joven que la heló por dentro. No era la misma muchacha a la que había ordenado hacer las maletas. No. El cambio le producía náuseas.
Paula  llevó la copa de vino a la mesa y, entonces, sacó su cuadernillo y el bolígrafo con una tranquilidad pasmosa. Mentalmente, dio las gracias a Juan por la seguridad en sí misma que le había dado.
— Yo tomaré un filete con ensalada —anunció Pedro—. El menú no será necesario.
—Yo también —dijo Ana con voz seca—. Poco hecho, por favor. No me gusta la carne muy hecha.
—Lo mismo para mí —afirmó Pedro.
—Dos filetes poco hechos.
—Poco hechos, no crudos —reiteró Pedro, como si sospechara lo peor—. No quiero que se levanten del plato y empiecen a andar.
Paula tuvo que contener una sonrisa.
—Sí señor. No tardaré mucho tiempo.
Ella se marchó y, tal y como había prometido, les sirvió su comida minutos más tarde.
—Es muy eficiente, ¿verdad? —dijo fríamente Ana mientras comía—. Aún me acuerdo de una vez que me vertió café encima cuando me llevaste a aquel horrible restaurante para almorzar.
—La pusiste nerviosa.

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