lunes, 27 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 8

—Yo soy Paula.
—¿Eres ya mayor de edad?
—Tengo... tengo veinticuatro años —mintió ella. Sabía que, si le hubiera dicho su verdadera edad, él no se habría interesado por ella.
—Eso me vale. Ahora, tráeme un café, por favor. Después, hablaremos de adonde vamos a ir esta noche.
Paula se marchó rápidamente a la barra para servirle el café y se chocó con Lucía, la camarera de más edad del café.
—Ten cuidado, niña —le dijo ella cuando Pedro no estaba mirando—. Estás coqueteando con el diablo. Pedro Alfonso tiene una cierta reputación con las mujeres y los negocios. Que no se te suba a la cabeza.
—No pasa nada. Él... Sólo estábamos hablando.
—No lo creo, a juzgar por lo ruborizada que estás — afirmó Lucía muy preocupada—. Tu tía debe de vivir en su propio mundo. Cielo, los hombres no piden matrimonio a las mujeres a las que desean, en especial los hombres como Pedro Alfonso. Él está muy por encima de nosotras. Es muy rico y su madre mataría a cualquier mujer que tratara de llevarlo al altar a menos que tuviera dinero y posición social. Es de la clase alta. Ésos se casan entre ellos.
—Pero si sólo estábamos hablando —protestó Paula, forzando una sonrisa a pesar de que todos sus sueños se habían hecho pedazos.
—Pues ocúpate de que sigan sólo hablando. Ese hombre te podría hacer mucho daño.
El sonido de aquellas palabras hizo que a Paula se le pusiera el vello de punta, pero no quiso demostrarlo. Se limitó a sonreír a su compañera y terminó de preparar el café de Pedro.
— ¿Te estaba advirtiendo contra mí? —le preguntó él cuando Paula le dejó la taza encima de la mesa.
—¿Cómo lo sabes?
—Invité a Lucía a salir en una ocasión —respondió—. Se puso demasiado posesiva, por lo que rompí con ella. De eso hace mucho tiempo. No dejes que te afecte lo que ella te diga, ¿de acuerdo?
Paula sonrió. De repente, todo tenía sentido. Pedro simplemente estaba interesado y Lucía celosa.
—No lo haré —prometió.
Al recordar la ingenuidad de aquel día Paula lanzó un gruñido. Se levantó de la silla y se puso a guardar las cosas que había comprado. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Con veinte años, había sido una completa ignorante. Para un hombre tan de mundo como Pedro, ella no había sido más que una niña. Si se hubiera imaginado cómo iban a salir las cosas, jamás habría...

¿A quién estaba engañando? Lanzó una amarga carcajada. Habría hecho lo mismo porque Pedro le fascinaba. A pesar del dolor y del sufrimiento, aún seguía haciéndolo. Era el hombre más guapo que había visto en toda su vida y recordaba los momentos de intimidad como si hubieran ocurrido el día anterior.
Acababa de volver a entrar en su órbita y había aceptado un trabajo que no debía. Estaba viviendo una mentira. Al recordar las razones que la habían llevado de vuelta a Billings, la sangre comenzó a hervirle. Pedro se había deshecho de ella como si fuera basura, de ella y del hijo que llevaba en sus entrañas. Le había dado la espalda y la había dejado sola, con una acusación de robo pendiendo sobre la cabeza.
No había regresado para volver a prender la llama de un viejo amor. Había vuelto para vengarse. Juan le había enseñado que todo el mundo tenía una debilidad de la que uno podía aprovecharse para los negocios. Algunas personas eran más hábiles que otras a la hora de ocultar su talón de Aquiles. Pedro era un maestro. Tendría que tener mucho cuidado si quería localizar el de él, pero, al final, terminaría derrotándolo. Tenía la intención de arrebatárselo todo, de colocarlo en la misma posición en la que él la había puesto a ella hacía seis años. Entornó los ojos y consideró las posibilidades. Una fría sonrisa le frunció los labios.
Paula ya no era una ingenua muchacha, profundamente enamorada de un hombre que no podía tener. En esta ocasión, tenía todos los ases en la mano y, cuando ganara la partida, iba a experimentar el placer más dulce desde los traicioneros besos de Pedro.

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