martes, 28 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 14

Semanas más tarde, la convenció para que se casara con él y la envió a una de sus casas en las Bahamas, cerca de Nassau. Se convirtió en Pau Gonzalez. Juan se ocupó de educarla en todo lo referente al mundo de los negocios entre las clases de parto natural con una enfermera que había contratado para que viviera con Paula y cuidara de ella. Vivió el embarazo con la delicia de un verdadero padre, mimó a rabiar a su joven esposa y rejuveneció los veinte años que los separaban.
Al recordar cómo había sido aquella época, Paula  suspiró. Lentamente, había empezado a reemplazar el rostro de Pedro por el de Juan, a confiar en él. Empezó a quererlo. Cuando el niño nació, él presenció el parto en Nassau y, cuando le colocaron al niño en brazos, lloró de felicidad.
Más tarde, Paula descubrió que Juan era estéril. Ésa era la razón de que aún siguiera soltero a la edad de cuarenta años. Sin embargo, ser padre resultaba algo innato en él y trató a Franco como si el niño fuera su propio hijo.
En los meses del embarazo, jamás tocó a Paula. Ella no lo habría rechazado. Era más amable que ninguna de las personas que había conocido. La adoraba y, lentamente, ella empezó a corresponder a su cariño, a desear que estuvieran juntos.
Entonces, casi inevitablemente, acudió al dormitorio de Paula  una noche. Le dijo que la amaba y, aunque no compartieron la misma pasión que ella había tenido con Pedro, resultó muy agradable. Juan era un amante experto y tierno. Le gustaron sus caricias. Si él sospechó alguna vez que, cuando cerraba los ojos, penaba en Pedro al entregarse a él, jamás lo dijo. Eran compatibles se llevaban bien y sentían un respeto mutuo. Además. Franco era su mundo.
Todo se desmoronó el día en el que el avión en el que Juan viajaba se estrelló en el Atlántico. Justo la noche anterior, había sentido una profunda unión con él por fin había podido decirle que lo amaba.
Durante el entierro, se mostró tan apenada que incluso Joaquín, que siempre se había mostrado muy distante hacia ella, se apiadó de ella al ver que su pena era auténtica.
Juan había muerto, pero había sido un profesor excelente para ella, lo mismo que Paula había sido una alumna aventajada. Durante el primer mes, asombró a todos los directivos por su habilidad en el mundo de los negocios. A pesar del deseo inicial que tuvieron de deshacerse de ella, se convirtieron en sus más fervientes defensores para desesperación de Jaoquín, quien en secreto se mostraba muy resentido por el poder que Paula iba acumulando día a día.
A medida que iba aumentando su poder y cuidando de su hijo, Paula  no dejó de pensar nunca en Pedro y en su madre. Joaquín tenía razón en una cosa. Su interés por Alfonso Properties iba mucho más allá de la adquisición de derechos sobre minerales. Quería arrinconar a Pedro y hacerlo pedazos mientras su arrogante madre veía cómo lo destrozaba. Tanto si a Joaquín  le gustaba como si no, no pensaba marcharse de Billings hasta que no hubiera puesto a los Alfonso de rodillas.
Se levantó y se vistió. Antes de marcharse, decidió tomarse una taza de café.
En aquel momento, sonó el teléfono.
-¿Sí?
—Me alegro de que estés en casa —dijo el señor Gonzalez—. Joaquín  ha hecho que venga personalmente  con los papeles de Jordán para que los firmes. Dijo que hasta una mensajería es demasiado lento. Estaré allí dentro de cinco minutos.
—Muy bien —contestó ella muy sorprendida. No era propio de Joaquín mandar el avión privado para entregarle unos papeles. Tal vez la fusión era más complicada que lo que había creído en un principio.
Recibió al señor Gonzalez en la puerta con una taza de café solo muy fuerte.
—Aquí tienes —dijo él con una sonrisa, mientras cambiaban papeles por café. Entonces, le entregó el ordenador, la impresora, el fax y cajas de papel. Paula hizo que lo colocara todo en la biblioteca, que, a continuación, cerró con llave.
—Ahora ya no tengo excusa para no trabajar —comentó con una sonrisa—. ¿Cómo está Franco?
—Bien. Lo he dejado con Perlie. Regresaré antes de que me eche de menos. También te he traído esto — añadió Gonzalez entregándole una caja de zumo de naranja recién exprimido—. Necesitarás mucha vitamina C para recuperar tus fuerzas.
—Bueno, supongo que esto podría considerarse parte del equipamiento necesario —dijo ella, riendo.
—Esencial, si vas a vivir en Billings durante un tiempo —afirmó Gonzalez. Entonces, mientras ella firmaba los documentos, se tomó el café—. ¿Has tenido noticias de Alfonso?
—Hoy no. Su madre y él cenaron anoche en el restaurante.
—¿Cómo va todo?
—Resulta muy doloroso, pero espero que el resultado merecerá la pena.
—No dejes que vuelva a atraparte. Al señor Gonzalez no le gustaría verte sufrir en dos ocasiones.
Paula  sonrió al recordar lo mucho que Juan la había protegido. El señor Gonzalez hacía lo mismo, por lo que era casi como tener a su marido a su lado.
—Eres muy bueno conmigo, señor Gonzalez.
—No me cuesta nada serlo con alguien como tú. Ahora, firma esos papeles para que me pueda marchar de aquí. Tu cuñado está muy impaciente por dar por finalizada esa fusión.
—Ya lo veo —comentó. Leyó rápidamente los papeles para ver si había una razón oculta para tanta prisa por parte de Don, pero los documentos eran rutinarios. Comprendió que Don había decidido arrebatarle la fusión para dejarla en evidencia.
—Pareces preocupada.
—Bueno, Juan se muestra muy competitivo.
—Eso es algo innato en la familia Gonzalez.
— Sí. Resulta muy extraño que no me diera cuenta antes, ¿verdad?
—Tienes mucho en qué pensar. No te preocupes. Tal vez sólo intente echarte una mano. Dios sabe que te vendría bien en algunas ocasiones. Trabajas demasiado.
— ¿De verdad? Bueno, te llamaré esta noche —dijo mientras lo acompañaba de nuevo hacia la puerta—. Dile a Franco que lo quiero mucho.
—Ya lo sabe.
Con eso, Paula  observó cómo el señor Gonzalez se metía en el taxi y se marchaba. Una vez más, volvió a quedarse sola.
Diez minutos más tarde, alguien volvió a llamar a la puerta. Pensando que tal vez el señor Gonzalez se había olvidado algo, abrió rápidamente. Se encontró con una visita muy inesperada. Ana Alfonso.
—Te estaba esperando —dijo Paula con fría tranquilidad—. Entra.
Ana entró en la casa y miró a su alrededor con desdén. Se sentó en una de las sillas del salón y cruzó las piernas.

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