martes, 28 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 15

—Iré directamente al grano —dijo, sacando un cheque del bolso—. Creo que con eso bastará para que te marches de Billings para siempre.
Paula  no lo aceptó. Se limitó a sonreír.
— ¿Te apetece un café?
—Gracias, pero no. El cheque es por un valor de diez mil dólares. Tómalo y márchate.
Paula  se sentó en el sofá.
—Ya lo hice en una ocasión.
— ¿Y por qué has tenido que regresar? ¿Qué es lo que quieres? ¡Mi hijo ya no siente nada por ti! Jamás lo sintió, porque si no habría ido detrás de ti. Supongo que lo comprendes, ¿verdad?
Por supuesto que lo comprendía. Estuvo a punto de hacer una mueca de dolor.
—Mi tía ha muerto.
—Lo sé. Lo siento mucho. Seguramente te habrán ofrecido ya algo por la casa.
—No quiero venderla. Tiene muchos recuerdos muy agradables para mí. Tampoco me quiero marchar aún de Billings. Te aseguro que hará falta mucho más de diez mil dólares para sacarme de aquí. Mucho más de lo que tú tienes.
— ¡Mocosa arrogante!
—Te suplico que te guardes tus insultos. Veo que no has envejecido muy bien —comentó, tras estudiar atentamente el rostro de la otra mujer—. No me sorprende. La culpabilidad debe de haber sido terrible.
—Yo no me siento culpable.
—Le mentiste a tu hijo, me acusaste a mí por una falsedad, me obligaste a marcharme de mi casa en un momento en el que necesitaba desesperadamente quedarme aquí... ¿No te sientes culpable de todo eso?
— Sólo eras una niña jugando.
—Era una mujer, profundamente enamorada y embarazada de tu nieto. Mentiste.
—Tenía que hacerlo. ¡No podía dejar que mi hijo se casara con alguien como tú!
—Jamás le contaste a Pedro la verdad, ¿no es cierto?
—Te daré veinte mil dólares.
—Cuéntale la verdad.
— ¡Nunca!
—Ése es mi precio —concluyó Paula, poniéndose en pie—. Cuéntale a Pedro lo que me hiciste y me marcharé de aquí sin que me tengas que dar un centavo.
—No puedo hacerlo —susurró Ana, poniéndose de pie. Le temblaban los labios.
—Cuando haya terminado contigo desearás haberlo hecho. ¿De verdad creíste que te ibas a escapar de todo lo que has hecho sin pagar por ello?
—Hoy en día los abortos son muy fáciles —susurró, mientras se sacaba un pañuelo del bolso—. Te dí el dinero suficiente para uno. Lo suficiente para que te marcharas.
—Y yo te lo devolví junto con los regalos de Pedro, ¿no es verdad? —le espetó Paula. Ana no respondió—. Le dijiste a Pedro que yo había robado miles de dólares a la empresa. Facundo y yo. Hiciste que Facundo le contara que habíamos sido amantes, que yo lo había traicionado.
—Era el único modo de librarme de ti. Mi hijo jamás te habría dejado marchar si yo no lo hubiera hecho. ¡Estaba obsesionado contigo!
—Sí, obsesionado, pero nada más —admitió Paula con amargura—. No me amaba. Si lo hubiera hecho, todo lo que tú le hubieras podido contar no le habría afectado en absoluto.
—Entonces lo sabes, ¿verdad? —dijo Ana con una cierta satisfacción.
Paula asintió.
—Era muy ingenua. No me di cuenta de cuanto hasta que no me echaste de aquí.
—No parece que te haya ido muy mal. Aún eres joven y tienes buen aspecto.
—Había un niño por medio, Ana.
—Así es. ¿Lo tuviste? —Preguntó la mujer con mirada calculadora—. ¿Lo entregaste en adopción? Te daré lo que quieras. Pedro no tiene por qué saberlo. ¡Ese niño no carecerá de nada!
Paula observó a la otra mujer con incredulidad.
— ¿Qué habrías hecho tú si alguien te hubiera hecho esa oferta cuando estabas embarazada de Pedro?
De repente, una extraña expresión se reflejó en los ojos de Ana, pero desapareció. Una incertidumbre. Una angustia.
—Todos esos años... Jamás supiste dónde estaba ni lo que tuve que hacer para salir adelante. No te importó. Y ahora, entras en mi casa y tratas de chantajearme para que me marche de la ciudad. Incluso tienes la audacia de tratar de comprar un nieto que no te importó lo más mínimo hace seis años.
—Eso no es cierto. Yo... traté de localizarte.
— ¿Porque te sentías culpable de que yo fuera a dar en adopción a un Alfonso? —comentó ella con una sonrisa que se profundizó al ver que Ana se sonrojaba—. Tal y como me había imaginado.
—Lo diste en adopción, ¿verdad? —Insistió Ana—. Aún podemos encontrarlo. A él o a ella. ¿Qué fue?
—Eso es algo que no sabrás. No sabrás si aborté o si tuve al niño y lo entregué en adopción. Y te puedes quedar con tu dinero. Sigues sin poder comprarme.
—Todo el mundo tiene un precio. Incluso tú.
—Eso es cierto. Y tú ya sabes cuál es mi precio.
Con eso, Paula abrió la puerta para indicarle que deseaba que se marchara.
—Tu visitante masculino era formidable —comentó antes de irse—. ¿Vives con él? —preguntó. Sorprendida, Paula  no pudo encontrar una respuesta con suficiente rapidez—. Estoy segura de que a Pedro le interesará saber que lo has sustituido por otro. Que tengas un buen día.
No había nada que Paula  pudiera hacer para que Ana no le hablara del señor Gonzalez a Pedro. En realidad, no le importaba. Probablemente reforzaría la opinión que tenía de ella, que seguramente no era muy buena.
Se marchó a trabajar y, afortunadamente, el día fue muy ajetreado. No tuvo tiempo para pensar. A la hora de la cena, Pedro se presentó en el restaurante. Su actitud rezumaba problemas.
— ¿Te apetece algo de beber? —le preguntó ella, cortésmente
— ¿Quién era el hombre al que tu vecina vio marchándose de tu casa esta mañana temprano?
—No era una vecina, sino tu madre.
Pedro frunció el ceño. Aparentemente, su madre no le había contado su visita. Paula sonrió.
— ¿No te ha dicho ella que vinieras a verme? Una pena. Me ofreció diez mil dólares para que me marchara de la ciudad.

3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Que bueno que Paula enfrente a todos así, que diga las cosas como son!

    ResponderEliminar
  2. Wowwwwwwwwww, cada vez más linda esta historia. Me fascina jaja

    ResponderEliminar
  3. Paula 1 Ana 0. Jajajajaja. Bien q no le tenga miedo... y que pollerudo de la mamá es Pedro.!!!

    ResponderEliminar