domingo, 26 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 1

Paula  estaba de pie junto a la ventana, observando cómo la lluvia azotaba Chicago, mientras su socio la observaba con mirada de preocupación. Sabía que su rostro mostraba la tensión que le producía el trabajo y, una vez más, había vuelto a perder peso. Con sólo veintiseis años, debería tener una visión más despreocupada de la vida, pero la presión que soportaba era un peso dos veces mayor del que podrían cargar la mayoría de las mujeres.
Paula  Chaves era vicepresidenta de las empresas nacionales de Gonzalez  International, mucho más que una figura decorativa que evitaba la publicidad como a la peste. Tenía una mente astuta y unas aptitudes innatas para las altas finanzas que su difunto esposo había cultivado cuidadosamente durante el tiempo que había durado su matrimonio. Cuando él murió, Paula ocupó su lugar con tanta eficiencia que los directivos revocaron su decisión de pedirle que abandonara el cargo. Dos años después de aquel momento, los beneficios de la empresa subían como la espuma y los planes de expansión que Paula tenía en los campos de reservas de minerales y de gas y de metales estratégicos estaban muy avanzados.
Esto explicaba la tensión que atenazaba los frágiles hombros de Paula. Una empresa del sur de Montana estaba enfrentándose a ellos con uñas y dientes sobre los derechos que ellos poseían en aquellos momentos. Sin embargo, Alfonso  Properties no sólo era un rival a tener en cuenta. Al frente de la empresa estaba el único hombre que Paula tenía razones para odiar, una sombra de su pasado cuyo espectro la había acosado durante los años que habían pasado desde que se marchó de Montana.
Sólo Joaquín Gonzalez conocía todos los detalles. Juan, su difunto hermano, y él habían estado muy unidos. Paula se había presentado ante Juan como una adolescente asustada y tímida. Al principio, Joaquín , para el que los negocios eran la preocupación fundamental, se había opuesto al matrimonio. Terminó cediendo, pero se había mostrado bastante frío desde la muerte de Juan. Joaquín  era en aquellos momentos el presidente de Gonzalez International y, en cierto modo, también un rival. Paula se había preguntado con frecuencia si él se lamentaba del puesto que ella ocupaba en la compañía. Conocía sus propias limitaciones y la brillantez y la competencia de Paula habían impresionado a huesos más duros de roer que él mismo. Sin embargo, la observaba atentamente, en especial cuando Paula sentía el impulso de hacerse cargo de demasiados proyectos y aquel enfrentamiento con Alfonso Properties le estaba pasando factura. Aún estaba tratando de superar una neumonía que había contraído después del intento de secuestro de Franco, su hijo de cinco años. Si no hubiera sido por el inescrutable señor Gimenez, su guardaespaldas, sólo Dios sabía qué habría ocurrido. Paula estaba pensando en su próximo viaje a Montana. Sentía que tenía que realizar una breve visita a Bilings, a sede de Alfonso Properties y la ciudad en la que ella había nacido. La repentina muerte de Gladys, su tía abuela de ochenta años, le había reportado una casa y las escasas pertenencias de la anciana. Paula era el único familiar que le quedaba, a excepción de unos parientes lejanos que aún vivían en la reserva de los indios Crow, que estaba a pocos kilómetros de Billings.
—Organizaste el entierro por teléfono, ¿no puedes hacer lo mismo con la casa? —le preguntó Joaquín.
—No, no puedo. Tengo que regresar y enfrentarme a ello. Enfrentarme con ellos — corrigió—. Además, sería una oportunidad de oro para espiar a la oposición, ¿no te parece? No saben que yo soy la viuda de Juan Gonzalez. Yo era el secreto mejor guardado de mi esposo. Desde que lo substituí, he evitado las cámaras y he llevado pelucas y gafas oscuras.
—Eso era para proteger a Franco—le recordó él—. Tú vales muchos millones de dólares y en esta última ocasión sí que estuvieron a punto de secuestrarlo. Pasar desapercibida en público es muy importante. Si a ti no se te reconoce, Franco y tú estarán más seguros.
— Sí, pero Juan no lo hizo por esa razón, sino para evitar que Pedro Alfonso descubriera quién soy yo y dónde estaba, por si acaso se le ocurría venir a buscarme.
Cerró los ojos, tratando de olvidarse del miedo que había sentido después de tener que marcharse de Montana. Embarazada, acusada de acostarse con un hombre y de ser su cómplice en un robo, se había visto empujada a marcharse de la casa acompañada de la dura voz de la madre de Pedro   y de la frialdad y la complacencia de éste. Paula  no sabía si se habían retirado los cargos. Pedro había creído que ella era culpable. Aquello había sido lo más duro de todo.
Estaba embarazada del hijo de Pedro y lo amaba a él tan desesperadamente. Sin embargo, Pedro la había utilizado. Le había pedido que se casara con él, pero, más tarde, Paula había averiguado que sólo había sido para que ella estuviera contenta con su relación. « ¿Amarte?», le había dicho con su profunda voz. El sexo había sido agradable, pero, ¿qué iba a querer él con una adolescente tímida y desgarbada? Se lo había dicho enfrente de la víbora de su madre y, en aquel momento, algo en el interior de Paula  se había muerto por la vergüenza. Recordaba haber salido corriendo, cegada por las lágrimas. Su tía abuela Gladys le había comprado un billete de autobús y ella se había marchado de la ciudad. Se había marchado acompañada por las sombras, sumida en la infamia, con el recuerdo de la sonrisa burlona de Ana Alfonso turbando cada minuto del día...
—Podrías olvidarte de esa opa—sugirió Joaquín—. Hay otras empresas en el sector de los minerales.
—No en el sureste de Montana —replicó ella, mirándolo tranquilamente con sus ojos castaños — . Además, Alfonso  tiene subcontratos en la zona que nos impiden hacernos con material en esa zona.

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