jueves, 30 de abril de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 20

—No puedes aceptar el hecho de que mi madre tiene muchas virtudes, ¿verdad?
—Tú no sabes todo lo que ella me costó porque no quieres saber la verdad. Algún día lo conocerás todo. Te lo juro y, cuando sepas lo que ella te costó a ti, desearás de todo corazón haberme escuchado. Ahora, buenas noches, Pedro.
Paula entró y cerró la puerta antes de que él tuviera tiempo de responder. No se sorprendió al ver que estaba temblando.
En el exterior, Pedro regresó a su coche, lleno de furia y frustración. Como siempre, Paula  lo convertía en un ser débil. Era tan mujer como entonces y su propia respuesta ante ella era poderosa e inmediata.
Trató de deshacerse de las neblinas del deseo mientras conducía hasta su casa. Sin embargo, algo de lo que Paula le había dicho le turbaba. Le había dicho que no sabía lo que su propia madre le había costado a él. ¿Quería decir dinero? Tal vez se refería a su propio amor. Sin embargo, ya sabía lo traicionera que podía ser. Ella lo había engañado.
Entró en la casa y se dirigió al salón.
—Oh, ya estás en casa —dijo Ana, levantándose del sofá—. Te estaba esperando. Te he visto muy preocupado desde hace unos días y pensé que... tal vez querrías hablar.
— ¿Sobre qué?
—Bueno, sobre lo que te está preocupando —respondió su madre, tragando saliva.
— ¿Has ido a ver a Paula? —le preguntó con mirada amenazadora.
—Sí —admitió ella, tras un momento de duda. No quería mentir.
— ¿Porqué?
—Sabes que no siento ninguna simpatía por ella. Sólo trataba de convencerla de que despertar viejos recuerdos no les va a venir nada bien a ninguno de los dos. Le pedí que se marchara.
—Yo le he dado un trabajo —le recordó Pedro.
—Oh —musitó su madre, retorciéndose las manos—. Pedro, esa mujer no es para ti. No empeores las cosas.
— ¿Empeorar qué? ¿Qué es lo que sabes tú que desconozco yo?
Su madre palideció.
Pedro....
El dio un paso al frente, decidido a sacarle toda la verdad. Justo en aquel momento, el teléfono empezó a sonar. Afortunadamente, se trataba de un asunto de negocios, Ana se excusó rápidamente y se marchó.
Cuando llegó a su dormitorio, el corazón le latía con fuerza. Todo era como una pesadilla. ¿Por qué no se había dado cuenta de las implicaciones de lo que había hecho seis años atrás? No sabía cómo iba a sobrevivir si Paula no se marchaba rápidamente de la ciudad.

Franco estaba muy enfadado cuando Paula llamó a Chicago.
— ¿Por qué no vienes a casa? —le preguntó—. Me dijiste que sólo serían unos días.
—Este asunto está llevándome más de lo que había anticipado. Mira, Franco,  no me presiones. Ya sabes que estaría en casa si pudiera. Tengo que mantenernos, hombrecito. Tengo que trabajar.
—Ya lo sé, mami, pero te echo de menos.
—Yo también te echo de menos a tí —susurró ella. Era cierto. Ver a Pedro era como contemplar una imagen más madura de Franco—. A ver qué te parece esto. Mi secretaria me ha recordado cuando la llamé que tengo que ir a un banquete el sábado por la noche en Chicago. ¿Qué te parece que tome un avión el viernes y pasemos el fin de semana juntos?
— ¡Oh, mami! ¡Es chupi! —exclamó el niño muy contento.
—Bueno, supongo que eso significa que te alegras de que yo vaya a ir. Ahora, dile al señor Gonzalez que se ponga, por favor.

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