miércoles, 23 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 7

Paula echó a andar hacia Pedro con el corazón latiéndole a toda velocidad en el pecho. ¡Qué hombre tan apuesto y viril! Era alto, de hombros anchos, con las piernas largas y un aire de poder del que estaba segura que él no era consciente y que por ello resultaba mucho más efectivo. Se detuvo a medio metro de él.

—Buon giorno —dijo ella.

—¿Come sta?

—Molto bene, grazie —ella le echó una sonrisa brillante que le redujo el cerebro a papilla—. Me alegra que sugirieras encontrarnos en un lugar de entretenimiento como éste, Pedro.

—Polos —dijo él con firmeza y la llevó hasta un puesto pequeño decorado con enormes racimos de globos con todos los colores del arco iris.

Ella eligió uno de uva y él uno de frambuesa. Se alejaron juntos chupando los polos tranquilamente para pasear por delante de los puestos y los tenderetes; Pedro trataba de mantener un tema de conversación trivial. Mariana no era tonta y a su modo le había confirmado lo que él sospechaba: que Paula había sufrido y que era necesario que él fuera despacio. ¿Despacio? ¿Despacio cuando al día siguiente ella iba a regresar a Europa? Despacio. Él viajaba con frecuencia a Europa. Estuvieron viendo a un mimo muy talentoso y a un músico con menos talento, y les echaron monedas en el sombrero a los dos.

—¿Disfrutaste de la cena con Mariana? —le dijo Paula de pronto.

—Sí, la verdad. Hace muchos años que nos conocemos; es amiga de mis padres de toda la vida.

—Ah, sí, tus meritorios padres.

 —Me gustan mis padres y no pienso disculparme por ello —dijo Pedro en tono seco.

—No es asunto mío lo que sientas por ellos.

Él le retiró una gota morada de los labios con la punta del dedo.

—¿Por qué no crees en la armonía del matrimonio?

Cuando ella se mordió suavemente el labio inferior, él tuvo que dominarse para no tocarla.


—Te lo he dicho, soy una persona realista... ¡Ah, mira qué pendientes tan preciosos!.

Ella lo arrastró hasta un puesto que vendía pendientes de oreja de mar con destellos turquesas y rosas. Se colocó uno en la oreja.

—¿Qué te parece?

—No te van con el suéter. Pero con cualquier cosa que te pongas estarás rabiosamente guapa. Con cualquier cosa; o sin nada.

Ella se echó a reír.

—Oh, los estadounidenses son tan directos... Los pendientes, Pedro, los pendientes.

—Van con el color de tus ojos. Deja que te los regale.

—¿Para estar en deuda contigo?

—Para que yo tenga el placer de saber que, de vez en cuando, pensarás en mí.

—Te prometo que a lo mejor, de vez en cuando, lo haré —le dijo ella mientras se quitaba los aros de oro y se los guardaba en el bolso.

Pedro le gustaba cada vez más. ¿No representaría por ello una evidente amenaza?

—Déjame —le dijo Pedro, que con un cuidado exquisito le insertó los cierres de plata en los agujeros de las orejas.

Tenía la piel tan suave como la había imaginado. De lo más hondo de su ser, despertó un deseo fiero. Los iris de sus ojos se oscurecieron, como si una nube hubiera cubierto el mar. Él retrocedió, sacó la cartera y pagó los pendientes.

—Te quedan muy bien.

A Paula apenas le salía la voz.

—Gracias.

—Es un placer —dijo él con formalidad. Entre ellos fluía la silenciosa fuerza de la atracción sexual.

 —Sabes que te deseo —dijo Pedro bruscamente—. Seguramente lo sabes desde que nos vimos.

—Sí, por supuesto que lo sé, lo cual no quiere decir que hagamos nada al respecto... aparte de disfrutar el uno de la compañía del otro en una soleada mañana de octubre —ella aleteó las pestañas con gesto exagerado—. ¿Estás disfrutando de mi compañía?

—Mucho. No lo dudes, Paula.

Ella se echó a reír.

—Estamos hablando de sexo entre dos extraños. La posibilidad es a menudo más interesante que la realidad, ¿No te parece?

—Cuando uno de los extraños eres tú, no.

—Los elogios se te dan bien.

—La posibilidad va a la par que la fantasía. No tiene nada de malo tener fantasías; anoche tuve unas cuantas contigo que sería vergonzoso describir. Pero la realidad es otra cosa. Es de verdad y arriesgada. Ahí está el inconveniente, ¿Verdad?

—No me acuesto con alguien a quien no conozco —dijo ella con los dientes apretados.

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