domingo, 20 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 55

Pedro estaba en la reunión de la junta directiva cuando su secretaria le llevó un mensaje.

—Perdonen, caballeros —dijo Pedro, giró su silla y desdobló el papel.

Debía de ser importante. Si no, su secretaria no lo habría interrumpido. Su ayuda de cámara de Manhattan había telefoneado. Había llegado una carta de la señora Alfonso por correo privado. El ayuda de cámara esperaba instrucciones del señor Alfonso.

Pedro miró el papel, y lo volvió a leer. ¿Por qué Paula enviaba un mensaje por correo privado? Si pasaba algo, no tenía más que llamar. El bebé. ¿Habría pasado algo con el bebé? Pero, ¿Un mensaje por correo? No tenía sentido. Retiró la silla y dijo:

—Volveré enseguida.

Se marchó de la sala. Walter, su ayuda de cámara, contestó el teléfono.

—Residencia de Alfonso, ¿En qué puedo servirlo?

Walter Henty había trabajado para Horacio cuando Pedro era adolescente, y este confiaba en su discreción.

—Walter, ¿Quieres abrir la carta de la señora Alfonso, por favor, y leérmela?

—Por supuesto, señor.

Pedro oyó el ruido del papel.

—El paquete incluye fotos, señor. De la señorita Lamont con usted.

Pedro apretó el auricular.

—¿Qué fotos?

—Me parece que son en Singapur, señor. Hay otras tres tomadas aquí, y un par en la discoteca de Giorgio.

—¿Hay alguna carta? —preguntó Pedro, tenso.

—Sí, señor. Walter leyó la carta.

—Léela otra vez —dijo Pedro.

Pero las palabras eran las mismas. Paula estaba convencida de que tenía una aventura con Pamela. Lo amaba. Lo había dejado y no quería que fuera tras ella.

—¿Ha habido otros mensajes de la señora Alfonso?

—No, señor.

—Si los hay, ponte en contacto conmigo inmediatamente. ¿Has entendido?Inmediatamente —luego Jared colgó.

Llamó a la casa de Vancouver y dejó que sonara el teléfono un montón de veces. Pero no hubo respuesta de Sara y Tomás. ¿Dónde diablos estaban todos? Llamó a Alejandra y a su padre.

—Alejandra, soy Pedro. ¿Está Paula ahí?

 —No… Está… en Vancouver, ¿No?

Era demasiado tarde para la discreción o el tacto.

—Me ha dejado. No sé dónde está. Pensé que podía estar en contacto con ustedes.

—¿Que te ha dejado?

—Sí, Cree que tengo una aventura con Pamela —dijo Pedro.

Sabía que parte de su tumulto emocional tenía que ver con que ella no hubiera confiado en él. Pero también sabía lo buena actríz que podía ser Pamela, lo que sumado a las fotos daba como resultado una sólida representación. Todavía no estaba preparado para admitir que el comportamiento de las últimas dos semanas podrían haber aportado algo también.

—¿Tienes una aventura? —preguntó Alejandra, con el celo de una madre que protege a su hija.

—No. Jamás me he acostado con Pamela, y jamás lo haré. ¡Y por el amor de Dios, si tú o mi padre tienen alguna noticia de Paula, me lo comunican , por favor! Walter sabe siempre dónde me puede encontrar.

Alejandra dijo:

—Pedro, ¿Tú amas a mi hija?

—¡No lo sé! —contestó él, impaciente.

—Creo que es hora de que lo sepas. A Paula le han hecho daño otros hombres. No le hace nada bien que juegues con sus sentimientos.

¿Jugar con sus sentimientos?

—Haré lo que pueda —dijo él, sarcásticamente.

—Ya es hora. Todas las mujeres no son como Beatríz o como Pamela. O como yo en los tiempos en que me casaba y me descasaba. Paula es orgullosa y cabezota. Pero es muy cariñosa también.

—Se enamoró de mí en nuestra luna de miel —dijo Pedro, sin proponérselo.

—No le rompas el corazón a mi hija, Pedro—dijo Alejandra, y le colgó.

«Mujeres…», pensó Pedro. Y llamó a información.

Habló con Sara y Tomás en la casa de su hijo de Calgary, y ordenó a su empresa de investigación privada seguir el rastro de Paula. Luego colgó. ¿Y ahora qué? La reunión no había terminado todavía. Y el tema principal se había dejado para el final. Contrariado, Pedro volvió a la sala de reuniones.

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