domingo, 6 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 15

Paula se sonó la naríz con un pañuelo de papel que llevaba en el bolsillo de los vaqueros, se secó las lágrimas de sus mejillas en la manga de su camisa y acarició por última vez la frente de la yegua.

—Gracias, chica —susurró.

La yegua bajó la cabeza y luego resopló. Se oía el eco de la música del jardín todavía. Paula se apoyó en la cerca un momento. Desde el tercer matrimonio de su madre, con Bernardo, un conde inglés, Paula había encontrado consuelo en compañía de los caballos. Aquellos habían sido los días en que la habían enviado a esa escuela horrible, donde su acento canadiense y su falta de sofisticación la habían convertido en blanco de todos y de todo, desde las bromas al ostracismo. Pero en las tardes, el hombre que se ocupaba de los caballos del conde le había enseñado los saltos para exhibiciones y, sobre todo, a tratar a los caballos como a individuos que podían decirle algo. Habían sido los caballos los que la habían mantenido mentalmente sana aquellos cuatro años, hasta que el conde había dejado a su madre por una heredera sueca y se habían tenido que mudar a Texas a vivir con el dueño de los pozos petrolíferos. Entonces había aprendido otro estilo diferente de montar. Pero los caballos siempre habían sido los mismos, ofreciéndole su compañía en una soledad, que ahora comprendía, había sido larga.

Aquella noche, después de que había abandonado la fiesta, demasiado cansada como para pensar en dormirse, se había quitado el vestido turquesa, se había puesto los vaqueros y había corrido hacia los establos por el simple placer de oler heno y de acariciar unos hocicos suaves como terciopelo. No sabía por qué había llorado. Debía de ser que el asunto de las bodas la ponía sensible, y no por Pedro.

Se puso erguida. Sabía que estaba demasiado cansada como para entrar en la casa. Pero no se iba a poner a pensar en Pedro Alfonso. De ninguna manera. ¿Y qué si la experiencia y maestría de Pedro había disuelto sus defensas? Su actitud con las mujeres, y con su madre y con ella en particular le daba escalofríos. Se metió las manos en los bolsillos y fue hacia el jardín de rosas, que daba al aire un perfume seductor. Unos minutos más de soledad y estaría preparada para irse a la cama.

—Así que estás aquí.

Paula se dió la vuelta violentamente, y descubrió a en hombre cerca del granero. Era Pedro, por supuesto. Llevaba aún los pantalones negros y la camisa blanca almidonada, pero sin la pajarita y los botones de arriba desabrochados. Una luz que llegaba del fondo del granero iluminaba las facciones de la cara.

—Estoy cansada… Me voy adentro —dijo ella.

—Estás tomando el camino equivocado.

Ella odió la burla que se adivinaba en su voz.

—Pedro, ¿Alguna vez ves a una mujer como a una persona?

—¿Quieres sensibilizarme, Paula?

—No.

Él se acercó.

—Has estado en el granero.

—¿Huelo a caballos? —preguntó ella burlonamente también—. Lo siento. Estoy segura de que Givenchy es más de tu gusto.

Él estaba tan cerca de ella, que podía tocarlo.

—Has estado llorando —dijo él.

—¡No!

—¿Te ha hecho daño alguien?

—Tu padre se ha casado con mi madre, ¿No es suficiente con eso?

—¡Me gustaría que dejaras de fingir que eres una santa que está por encima del dinero!

—¡Y a mí me gustaría que mirases algo más allá de tu cuenta bancada! ¿O es que dependes de ella para demostrar tu masculinidad?

—No sigas por ese camino, Paula.

—¿Estoy demasiado cerca de la verdad?

—Los dos sabemos cómo has reaccionado en la pista de baile. Tú desprecias mi dinero, o al menos eso es lo que dices. Entonces para tí mi masculinidad debe de estar separada de mi cuenta corriente. Venga, Paula, no te contradigas. No tiene lógica lo que dices.

—¡Oh, la lógica! —dijo ella irritada—. Tú y los griegos. Ahora que lo pienso, Aristóteles y tú compartís la misma opinión de las mujeres. Son como animales con la cabeza hueca.

Para su sorpresa, Pedro se rió.

—Un gran filósofo… Te diré una cosa: tú no me aburres.

—Gracias.

Él parecía más joven y devastadoramente atractivo cuando se reía, pensó Paula. Le habría gustado volver a hacerlo reír.

 —Se me ha ocurrido una idea —dijo él—. Un antídoto perfecto para tanta boda.

—Es la quinta vez que tengo la suerte de ser testigo de tanta boda —dijo ella irónicamente.

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