domingo, 13 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 39

—Nos tomaremos cuatro o cinco días después de la boda e iremos a las Bahamas.

—¿Luna de miel? ¡De ningún modo!

—He dicho que eso es lo que haremos, Paula.

Ella puso paté en el pan con manos temblorosas.

—El controlar la vida de otra persona puede tener dos resultados. Ahora es mi turno, Pedro. Te pongo una condición. Una muy simple. Pero si no estás de acuerdo, no habrá boda.

Paula era impredecible, pensó Pedro. Y eso era lo que lo fascinaba.

—Adelante… —dijo él.

—Espero que me seas fiel. No pienso tolerar que Pamela sea tu amante.

—Acepto esa condición —dijo él con cortesía.

—¿De verdad?

—De hecho, yo espero lo mismo de tí. ¡Maldita sea, Paula! ¡Las promesas de matrimonio tienen que significar algo!

Ella lo miró.

—«Amar y cuidar…» ¿Qué me dices de esa frase? ¿O solo escoges las que quieres?

 Él apretó el puño encima del mantel. Ella se merecía la verdad.

—Creo que no sé cómo enamorarme de una mujer. No me he enamorado nunca. Pero te seré fiel. Te lo prometo.

Él se dió cuenta de que ella estaba a punto de llorar. Pero si la tocaba, estaba perdido.

—Entonces, me casaré contigo, Pedro.

—Yo… Yo… No tengo ningún anillo —él dijo lo primero que se le ocurrió.

—Odio los diamantes.

—Entonces no te regalaré uno con diamantes —respondió él.

Ella se secó las lágrimas con una servilleta.

—No tienes que regalarme nada. Hay fruta de postre. Y tengo tres viajes más comprometidos antes de que me retire de mi puesto de trabajo. Iré a Marruecos la semana que viene. Luego dos conferencias en Londres, y un viaje relámpago a la isla de Baffin.

Ella parecía tan rebelde como una adolescente, pensó Pedro. Él estaría terriblemente preocupado cada vez que ella viajara, y no se quedaría tranquilo hasta que aterrizara en Toronto. ¿Preocupado? Si él no se preocupaba nunca por nadie…

-No tomaré fruta. Me viene a buscar la limusina dentro de cinco minutos. Me pondré en contacto contigo cuando vuelvas de Marruecos —luego agregó—: Una sopa muy rica… Me alegro de que sepas cocinar.

Paula se puso de pie y lo acompañó a la puerta.

—Gracias nuevamente por las orquídeas —le dijo.

Él se moría por besarla.

—Cuídate —le dijo bruscamente.

—Tú también.

La luz se había ido de los ojos de Paula. «Corre, por tu vida, Pedro», se dijo él. Abrió la puerta y desapareció. Había logrado salir de allí sin llevarla a la cama. Sin siquiera tocarla. Y eso casi lo había matado.

1 comentario:

  1. Ay! Pero que frío que es Pedro! Planea el futuro como si fuera un negocio o un trámite! Que tolerancia le tiene Paula!

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