domingo, 6 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 12

Estaba deliciosa. Entró en calor con ella. Tomó otra cucharada, dándose cuenta por el rabillo del ojo de que Horacio estaba ocupado con la novia y que los invitados estaban disfrutando de los canapés.

—Pedro, has intentado comprar a mi madre.

—Sí. Ni siquiera se molestó en negarlo.

Sacudida por una rabia repentina, Paula dijo:

—Eso es algo repugnante.

—Yo diría que es algo muy práctico. Y no sé por qué te quejas. No sirvió de nada.

—Hay algunas mujeres que no se pueden comprar, ¿Has captado el mensaje?

—No… solo que ella quiere más que lo que le he ofrecido. El divorcio puede ser algo muy lucrativo en mi círculo social.

Paula tomó otra cucharada de sopa.

—Realmente eres despreciable.

—Según mis valores morales, no. En mis treinta y ocho años de vida he aprendido algo, Paula : Se puede comprar a cualquier persona. Toda mujer tiene su precio, algunas más alto, otras más bajo. Y la mayoría de las veces no consigues tanto como lo que has pagado.

—Eso es porque pagas por ello —contestó Paula.

—¿No te has dado cuenta todavía de que todo viene con una etiqueta con el precio?

Ella pensó en Cesar y en Roberto, y contestó con más dureza de la que había tenido intención de expresar.

—Por supuesto que sí. Pero tu error es equiparar la etiqueta del precio al dinero. Dinero en efectivo, en lugar de equipararlo a los sentimientos.

—Por un momento he pensado… Pero no eres diferente al resto.

Ella le sonrió fríamente.

—¿Te das cuenta de que acabas de decirme un cumplido?

 Él contestó con una sonrisa forzada:

—¿Solidaridad con tus hermanas? Eres muy lista. Te lo reconozco.

—¡Dios santo! Dos cumplidos. ¡Ten cuidado, Pedro, te estás ablandando delante de mis ojos!

—Bien. Entonces te gustará que te bese.

Distraída, Paula dejó caer sopa de la cuchara. La apoyó en el plato y dijo:

—¿Estás intentando poner celosa a Pamela?

—Deja a Pamela fuera de esto —dijo él.

—Así que valoras tan poco la fidelidad como los sentimientos.

—Estás deduciendo cosas que no son asunto tuyo.

—Bien. Siempre que recuerdes que yo no soy asunto tuyo. Literalmente. Porque eso es lo que son las mujeres para tí, un asunto de negocios.

—Lo que llaman la batalla de los sexos es un gran asunto de negocios.

 —¡No estoy de acuerdo en absoluto!



—Querida, ¿No te han gustado los canapés? —preguntó Alejandra.

Consciente de que tenía las mejillas rojas y de que en el brillo de sus ojos se adivinaba el fuego, Paula contestó:

—No me apetecían después del champán, madre.

—Horacio y yo estábamos diciendo cuánto nos gustaría que Los Robles vieran la llegada de nietos —dijo Alejandra, con su habitual falta de tacto.

—¡Oh! ¿De verdad? —dijo Paula débilmente.


—Espero que cambies de trabajo, querida —se dirigió a Pedro y dijo:

—Pedro, Paula no está nunca en casa. ¿Cómo puedes enamorarte si te pasas toda la vida entre Borneo, Arabia y Timbuku?

—Madre, no he estado jamás en Timbuku.

—No lo digo en sentido literal, Pau. Sabes a lo que me refiero.

—Me gusta mi trabajo —dijo Paula—. Y si tuviera que enamorarme, estoy segura de que podría enamorarme tanto en Arabia como en Toronto.

—¡No puedes seguir una relación de aeropuerto en aeropuerto!

—Entonces, me parece que vas a tener que pensar en Pedro para los nietos.

—Desgraciadamente, Pedro no cree en el compromiso de una relación… Pamela parece encantadora, por cierto —dijo Horacio.

—¡El problema son todas esas profesiones! —dijo Alejandra  contrariada—. En mis tiempos, las mujeres se quedaban en casa.

Paula se mordió el labio. Alejandra había hecho del matrimonio una carrera, pensó Paula. Pero no era oportuno decírselo.

Un camarero le quitó la sopa. Otro sirvió un plato de solomillo de cerdo. Paula sintió un malestar en el estómago y empezó a preguntar a Horacio por sus caballos. El resto de la cena, los discursos, el beso de los novios, pasó muy deprisa.

En cuanto pudo salir de la mesa principal, fue en busca del primo de Pedro, Marcos. Este la presentó a un grupo de amigos. Estaban contando historias de viajes por el mundo cuando Paula vió a Pedro que iba hacia ellos. Alto, lleno de autoridad, envuelto en un aura de poder y carisma sexual, ejercía un poder fascinador en ella.

—El baile ha comenzado. Se espera que bailemos después de los novios, Paula.

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