miércoles, 16 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 45

Pedro tomó aliento, dejó una mano en el hombro de Paula y dijo:

—Pau, no quiero verte llorar… Dime qué tengo que hacer.

—No hay nada que puedas hacer. Es demasiado tarde, ¿No lo ves?

—Te llevaré a la casa. Puedes tomar un baño caliente y luego te daré cereales.

—¿Cereales? ¿Te digo que hemos cometido el mayor error de nuestras vidas y dices que me vas a dar cereales?

Pedro se daba cuenta de que jamás había estado en una situación así.

—Cuando Beatríz me castigaba por algo que yo no comprendía, antes de que me mandaran al colegio interno, la señora Baxter, el ama de llaves, solía darme cereales y leche en su casa, y me dejaba que acariciara al gato —miró el jardín—. Era un gato muy feo llamado Turnip, pero yo lo adoraba. Beatríz lo atropelló un día en el caminó de entrada a casa. Dijo que había sido un accidente.

—¡Oh, Pedro…!

—No puedo aguantar verte llorar —repitió él.

—¿Le has contado la historia del gato a alguien más? —susurró Paula.

—Por supuesto que no. ¿Para qué lo iba a hacer?

—Gracias por contármela.

Él se frotó la mejilla.

—Cereales, Pau, es lo mejor que puedo ofrecerte.

—En ese caso, los tomaré —sonrió ella.

Pedro sintió que su corazón daba un vuelco.

—Preparo muy bien los cereales. Es la única comida que sé hacer bien.

—Quiero muchas pasas de uvas.

¿Por qué le había contado eso sobre Beatríz? Hacía mucho que  se había muerto. Y no tenía nada que ver con Paula. La tomó en brazos y dijo:

—No eres tan liviana.

—Y tú no eres romántico.

—Eso es porque me has dado un susto de muerte —dijo él en serio.

—¿Te importaría repetirlo? —dijo Paula, mirándolo a los ojos.

—Sí, me importaría —atravesó el comedor y la dejó en el cuarto de baño—. Traeré tu maleta aquí —dijo, él, sin mirarla, porque si lo hacía empezaría a besarla y no podría parar.

—Gracias —dijo ella.

Paula ya no sentía ganas de escapar. No sabía qué había pasado. Pedro tenía sentimientos, pensó. Pero los había ocultado todos esos años por una mujer llamada Beatríz.

Pedro dejó la maleta en el suelo, se dió la vuelta y cerró la puerta. ¿Tenía miedo de ella? ¿Era posible? Paula se miró al espejo. Tenía un aspecto horrible. Se daría una ducha. Tal vez se pusiera un camisón sexy que había comprado en una boutique de Lañes. Si se atrevía.

Cinco minutos más tarde,  apareció descalza en la cocina. Pedro alzó la vista. El tazón con cereales y pasas se le resbaló de las manos y cayó al suelo. Paula estaba desnuda.

—Pau… —dijo él.

—Podemos tomar los cereales luego —dijo ella.

Pero ella no estaba en una pose. No intentaba ser seductora, pensó Pedro. Al contrario. Luego se dió cuenta de que ella también tenía miedo de él. Y finalmente  supo qué hacer. Se acercó a ella y la tomó en brazos. Luego la besó apasionadamente.

—Estás fría. Ven a la cama, Pau—le dijo él.

 —¿Solo porque estoy fría?

—Porque mi corazón está frío y necesito que tú lo calientes.

Él no supo de dónde sacó esas palabras. Ella sonrió.

—Eso me convence más que lo que has dicho antes. Me gustaría ir a la cama contigo, Pedro, si de verdad lo quieres.

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