domingo, 20 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Epílogo

Seis meses más tarde, bajo el calor del verano, Paula miraba a Pedro poner a Baltazar Alfonso en la cuna. Pedro movía las manos con suavidad, aunque en las últimas semanas había superado los temores iniciales de que el bebé se podría romper con solo tomarlo en brazos. Tapó al bebé con una expresión que hizo que Paula se derritiera.

Pedro amaba a su hijo. Ella lo había notado desde el primer momento que su esposo lo había tomado en brazos, cinco minutos después de su nacimiento. Había estado felíz aquel día. Paula acababa de dar de comer al bebé. El niño tenía ojos azules y el pelo negro. Bautista cerró los ojitos y se durmió.

—Parece satisfecho y felíz —dijo Pedro.

—Y hermoso —respondió ella.

—Pero no tan hermoso como su madre —él le rodeó la cintura.

—Pero si no he recuperado la figura todavía.

Pedro la acalló con un beso.

—Pau, cariño, podrías estar embarazada de nueve meses, que yo siempre te vería como la criatura más hermosa de la tierra. ¿Te ha quedado claro?

—¿De verdad? —preguntó ella.

Habían pasado seis semanas desde el nacimiento del bebé, y habían vuelto a hacer el amor la noche anterior.

—De verdad. Ven a la cama conmigo, y te lo demostraré. Una vez más.

—No podemos estar mucho tiempo… Horacio y mi madre vendrán a vernos hoy.

Pedro le acarició las caderas por encima de la seda de la bata.

 —Es su tercera visita desde que nació Balta—dijo Pedro. —No sé quién está más tonto con el niño, si mi madre o tu padre.

—Los dos están embobados. También les gusta la casa, por supuesto.

—¡La casa no tiene nada que ver con eso!

—Pero te gusta, ¿No, Pau?

—Me encanta —dijo ella.

Habían comprado una casa de granja del siglo dieciocho, restaurada, con doscientos acres de campo, a una hora de viaje de Manhattan. La casa estaba completa con granero, médanos, establos. Starlight y Rajah estaban allí. Habían sido regalos de Horacio antes de que naciera Baltazar. La casa era espaciosa, y combinabaperfectamente el encanto de lo antiguo y una calidez que Paula había notado desde el principio.

—¡Es muy distinta de la casa de Vancouver! —exclamó Paula—. Y siempre he querido una chimenea en el dormitorio.

—¿Incluso ahora que me tienes a mí?

—Sí —ella le rodeó el cuello con sus brazos—. ¿Te he dicho hoy que te amo? — le dijo mirándolo a aquellos ojos como los de su hijo.

—Me has dicho que adorabas la casa. Pero no recuerdo que me hubieras dicho eso otro.

—Te adoro a tí también —le dijo ella—. Pepe, no sé si alguien puede ser tan felíz como lo soy yo ahora.

—¿Realmente te hago felíz? —preguntó él, con humildad.

—Por supuesto.

—Bueno, no tan por supuesto. Durante mucho tiempo no te he hecho felíz.

—¡Oh, Pepe! ¡Eso fue hace mucho tiempo! Han cambiado muchas cosas. Tenemos una casa que nos encanta, un hijo precioso. Y… has aprendido a delegar en otros tu trabajo.

—Darío está encargado de la costa este. Gerardo está en el oeste, y Alfonso Incorporated, y aunque me desagrade admitirlo, está floreciendo en ambas zonas.

Paula se rió.

—No solo eso, tienes a la abogada más eficiente trabajando contigo…

—Por supuesto.

Paula no se refería solo a los viajes por asuntos de negocios con Pedro, aunque había hecho varios de ellos. Lo más importante era que él cada vez compartía más las decisiones con ella, y para regocijo de ella, frecuentemente le consultaba asuntos de derecho internacional, tanto que ella se estaba planteando hacer algún curso de posgrado cuando Baltazar fuera algo más mayor.

—Me he convertido en tu esposa en todos los sentidos. Y me encanta serlo.

—Podemos hablar más tarde acerca de la transferencia de Honolulú —le dijo él, acariciando su pecho—. Pero ahora tengo otras cosas que hacer.

—Tú siempre sabes qué hacer primero.

—Es uno de los secretos de mi éxito —dijo Pedro, llevándola a la cama—. ¿A qué hora llegarán los abuelos?

—Para almorzar.

—Entonces tengo dos horas para convencerte de que eres la mujer más irresistible del mundo.

—Supongo que lo lograrás.

—Haré todo lo posible —contestó Pedro.

Para satisfacción de ambos, lo logró. Y aunque cuando llegaron Alejandra y Horacio, Paula tenía las mejillas encendidas, y Pedro parecía un hombre profundamente enamorado y satisfecho con creces, Alejandra y Horacio no dijeron nada, por tacto o porque estaban muy excitados viendo a Baltazar.




FIN

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