domingo, 6 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 16

—¿Es tu madre la razón por la que tienes un trabajo que no te permite un compromiso?

—¿Te transformas en psiquiatra después de medianoche? —preguntó Paula.

 Él se rió por segunda vez.

—No has preguntado cuál es mi idea.

—Me asusta hacerlo —contestó ella.

—Es muy sencillo. Estoy muerto de hambre. Demasiados canapés y tarta de boda. Me comería una hamburguesa muy a gusto. ¿Qué te parece si asaltamos la cocina? —preguntó él.

—¿Hablas en serio?

—Sí, señora —le tomó la mano—. Ven.

A Paula le gustó sentir su mano. Y con los zapatos que había comprado en un bazar de Nueva Delhi era mucho más baja que él, algo que también le gustaba. Pero ella no pensaba tomarse la molestia de preparar hamburguesas. Había algo muy sexual en un filete. Él la llevó más allá del granero y la hizo pasar por una puerta lateral de la casa. Luego atravesaron un pasillo hasta la cocina, una habitación grande con todo tipo de equipamiento.

—Tu madre tiene idea de poner cortinas de volantes —dijo Pedro.

—A mi madre le encantan los volantes —respondió Paula—. Debiste ver el castillo de Dunton cuando nos marchamos.

—¿Encajes en los castrillos?

—Y guingas en la puerta de la mazmorra… ¿Sabes una cosa? Tengo hambre yo también… ¿Dónde tienes las cebollas?

Las hamburguesas estaban deliciosas. A Pedro le gustaban como a ella: con pepinillos, ketchup y queso fundido. Paula mordió el último bocado, suspiró y dijo:

—Mi colesterol debe de estar por los cielos, pero me siento mucho mejor.

Pedro se había manchado de grasa la camisa. De algún modo aquello lo hacía más humano. Y no había intentado tocarla en la última hora. Así que ella sonrió cuando él se acercó con una servilleta y dijo:

—Quédate quieta. Tienes ketchup en la barbilla.

—¿Solo ketchup?

 Él le frotó la barbilla mirándola a los ojos. Luego, como si no pudiera evitarlo, deslizó un dedo por la suave curva de su boca.

—Eres tan hermosa… —dijo con voz seductora. Aquel era el momento de salir corriendo, pensó Paula.

—He tenido cinco minutos para hacer las maletas… Estos son mis vaqueros más viejos y tengo el pelo hecho un desastre…

Pedro la miró de arriba abajo. Se le habían escapado algunos mechones de pelo. Su suéter le marcaba los pechos y sus pies estaban desnudos es las sandalias gastadas.

—Podrías llevar una bolsa de la compra y estarías más guapa que cualquier otra persona de la boda.

—Cuando me miras de ese modo, me derrito… como el queso —dijo Paula.

—Sabes mucho mejor que el cheddar —dijo él, y tiró de ella para ponerla de pie.

La besó hasta que ella se relajó y abandonó toda idea de salir corriendo, inmersa en aquella pasión. Ella lo besó también. Él le acarició uno de los pechos a través del jersey, y ella deseó el contacto directo de piel contra piel. De pronto Pedro la tomó en brazos y salió con ella a través de la puerta de la cocina. Contra su rodilla derecha ella podía sentir el latido de su corazón. Ella lo había rodeado con sus brazos instintivamente y de pronto sintió la seda del pelo de él, tan suave como ella se había imaginado. Él estaba subiendo unas escaleras que ella no había visto antes. Se reprimió las ganas de acariciarlo.

—Pero, bájame —le dijo.

—Ten cuidado con los codos —dijo él.

—Bájame, te he dicho. ¿Dónde vamos?

—¿Adonde crees tú? A la cama.

—¡No podemos hacer eso!

—Claro que sí. ¿Qué nos lo impide?

Ella se retorció. Se sentía impotente como un pez en un anzuelo.

—Para empezar no nos gustamos.

—Te gustará lo que haremos juntos —dijo él.

En aquel momento estaba yendo por un corredor con cuadros sobre caza a los lados. Debía de ser otra ala diferente de la casa, pensó Paula, confusa.

—No vamos a…

—Ya estamos casi allí —dijo él, tocando el picaporte de la puerta. Se abrió y apareció una suite que daba a los médanos y al bosque distante.

Pedro cerró la puerta y bajó a Paula, acariciándole los brazos y buscando su boca como si no pudiera esperar. La besó intensamente. Ella se quedó mareada. La lengua de él jugó dentro de su boca, y sus manos le acariciaron la espalda hacia arriba y hacia abajo, algo que le dió gran placer.

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