miércoles, 30 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 28

Frunció el ceño y lo miró.

—Esto no es lo que habías planeado para esta noche —dijo Paula.

Con la ayuda de él, terminó de quitarse el vestido y los zapatos dorados.

—Uno de mis lemas siempre ha sido el de capear el temporal. Retiró la ropa de cama y la  tumbó sobre las finas sábanas de algodón suavemente perfumadas con lavanda.

—Quédate tumbada y no te muevas —le ordenó—. ¿Quieres beber algo? ¿Un té de hierbas?

—Yo... no —balbuceó ella—. Pero has sido muy amable al preguntármelo —con un gesto que le llegó al alma, ella se acurrucó sobre la almohada—. Ya me siento mejor —suspiró—. Tal vez un relajante muscular me ayude con los calambres.

Pedro  le colgó el vestido en el armario antes de bajar para subirle las pastillas y una docena de rosas amarillas que había comprado para la mesa del comedor. Paula estaba casi dormida.

—Son preciosas —murmuró ella—. Y de mi color favorito. ¿Cómo lo sabías?

—No lo sabía. A lo mejor es también el mío.

—¿Entonces estamos hechos el uno para el otro? —preguntó ella con una sonrisa
débil.

—¿Quién sabe? —dijo,  con seriedad mientras le pasaba la pastilla y el vaso de agua—. Aquí estás, en mi cama, pero no como yo imaginaba.

Ella se recostó sobre los almohadones.

—¿Tienes bastante calor?

—Estoy muy a gusto —dijo ella en tono adormilado.

 Pedro le anotó el número de su móvil.

 —El teléfono está aquí junto a la cama por si me quieres llamar. Estaré de vuelta en quince minutos.

—Gracias —murmuró ella mientras cerraba los ojos.

Caminando entre la gente, Pedro iba pensando en Paula. La imagen de ella en su cama le llenaba de una emoción que no podía ni empezar a nombrar. ¿Qué era lo que le estaba ocurriendo? La había visto tan frágil, tan vulnerable, que todo su empeño había sido el de consolarla. Y para él, ésa era toda una experiencia. Cuando regresó al dormitorio,  estaba dormida boca arriba, con la cabeza ladeada y apoyada sobre la almohada. La intensidad del color de su cabello resaltaba aún más la palidez de su rostro. Dejó el paquete junto a la cama y corrió las cortinas de las dos estrechas ventanas. Esa noche no cenarían fuera; así que tenía que encargarse de la cena. Ribollita, pensaba  imaginando las rebanadas de pan frito con aceite de oliva, setas y tomate. Tenía dos porciones enormes del carísimo tiramisú de su pastelería favorita en la nevera y si a ella le gustaba tomar café después de comer, siempre tenía eso a mano.

Después de abrir una botella de vino tinto, se subió las mangas y empezó a preparar la sabrosa sopa de verduras. Un rato después, cuando la cocina estaba inundada del aroma a hierbas y a ajo,  notó de pronto que alguien lo observaba. Se dió la vuelta y vió a Paula a la puerta de la cocina, con su camisa que le llegaba a medio muslo y la cara delicadamente sonrosada.

—El delantal te sienta bien —le dijo ella. Él sonrió.

—Soy un cocinero pésimo. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor Pedro, debería volver a mi hotel. Tú...

—La cena está casi lista. ¿Quieres tomarla en la cama?

—¡No! Yo...

—Deja que te busque unos pantalones de chándal y un top y ahora comemos.

Ella fijó la vista en las peladuras de las verduras, en las hierbas picadas y en el bote de salsa de tomate.

—Has cocinado para mí... —dijo con incredulidad.

—Sí... —sacó un poco de caldo con un cacillo y fue hacia ella—. Cuidado, que quema. ¿Tiene bastante sal?

Ella lo probó con cuidado.

—Sabe a gloria.

—No tienes por qué decirlo tan sorprendida.

—No estoy acostumbrada a la idea de un hombre que sabe hacer ribollita como si fuera de aquí.

—Te he dicho que yo no era como los demás —comentó—. Comamos en la cocina.

La mesa y las sillas habían salido de una antigua granja de La Toscana y Pedro las había lijado con cariño hasta que habían quedado relucientes.

—Es preciosa —dijo Paula, preguntándose si él dejaría en algún momento de sorprenderla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario