domingo, 27 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 16

A las tres y media de la madrugada, Pedro recostaba la cabeza sobre la almohada; a las seis menos veinte se despertó de una pesadilla en la que alguien con una jeringuilla lo aplastaba contra un colchón sucio y maloliente. Y a las ocho de esa tarde, volvía a bajar las escaleras de El Genoese. Paula tampoco apareció esa noche, ni había aparecido llegada la una y media de la noche siguiente. Llegado el viernes por la noche, las horas que él había pasado en el bar se habían convertido tanto en una prueba de su coraje y aguante, como en cualquier cosa que tuviera que ver con Paula. Tenía la intención de demostrarse a sí mismo que podría soportarlo una noche más; que el techo bajo y los rincones oscuros no lo empujarían a salir de allí, a abandonar.


Esa noche estaba bebiendo Cabernet Sauvignon. Le dolía la cabeza, llevaba noches sin dormir y estaba de un humor de perros. Sin duda no se sentía en absoluto romántico. A las dos menos cuarto Paula bajó las escaleras y se acercó a la barra. Pedro se sumergió en las sombras mientras ella se detenía al pie de las escaleras y miraba a su alrededor, con su melena igualmente rizada y despeinada. Había conjuntado un traje de pantalón color jade con una camisola crema que le ceñía los pechos con suavidad. Reprimió un gemido de deseo que lo enfureció. No pensaba postrarse a sus pies con gratitud sólo porque finalmente se hubiera presentado.

Desde donde él estaba pegado a la pared vió que ella paseaba la mirada de un extremo al otro del bar, mirando a los hombres que había a la barra, a la gente que bailaba en la pista, a los ruidosos grupos que charlaban en las mesas. Pedro vió su mirada de satisfacción, como si su aparente ausencia confirmara la idea que ella pudiera tener de él; pero también vió en sus ojos un pesar muy agudo, muy real. Y ese pesar le interesó más de lo que habría deseado.

Paula se abrió paso hacia la barra, mirando a un lado y a otro, pero no localizó a Pedro por ninguna parte. Así que no había superado «la prueba». Se había dado por vencido. Eso si había estado allí algún día. Le había dicho que la esperaría, pero había mentido. Una sensación de náusea se le asentó en la boca del estómago. De nuevo su baja opinión de los hombres había quedado confirmada, con mayor dolor que de costumbre. Se puso derecha y trató de relajar la tensión de la mandíbula; cuando llegó a la barra pidió una copa de vino y paseó de nuevo la mirada por la habitación. Dos hombres y una mujer se acercaron a ella; unos viejos amigos de Cannes. Se abrazó con cada uno de ellos, se tomó el vino y levantando la cabeza con desafío, salió a la pista a bailar con el más alto de los dos.

Pedro, que observaba desde su escondite, vió que el hombre le rodeaba la cintura y extendía los dedos por su cadera. Su rabia iba en aumento. Paula estaba tanteando el terreno, su especialidad... Él dejó el vaso en la mesa y cruzó la sala. Tocó al tipo en el hombro y subió la voz para que lo oyeran con la música.

—Es mía. Piérdase.

Paula emitió un gemido entrecortado.

—¡Pedro!

—¿Acaso pensaste que no estaría aquí? —le dijo él con desdén—. Dile a tu amigo que se largue, si le tiene apego a la vida.

—Hablamos después, Esteban—le dijo ella, mientras su corazón competía con los tambores—. No hay problema, conozco a Pedro.

—Oh, no, no me conoces —dijo Pedro, tan cerca de ella que distinguió una mota de máscara de pestañas en el párpado inferior—. Si me conocieras, no tendríamos que formar parte de esta estúpida charada.

—Tú accediste a ello —dijo Paula.

—¿Sabes lo que quiero hacer ahora mismo? Echarte al hombro, sacarte de éste horrible bar y llevarte hasta la cama más próxima.

Le pareció totalmente capaz de hacerlo.

—A los guardas de la puerta no les gusta que nadie haga esas cosas.

—Me sentiría muchísimo mejor, te lo aseguro —dijo Pedro.

—Te sugiero que nos tomemos algo, mejor.

—¿Me tienes miedo, Paula?

—¿De un hombre alto, fuerte y extremadamente enfadado? ¿Por qué iba a tener miedo?

—Me gustas —le dijo él.

 Ella pestañeó.

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