miércoles, 23 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 10

—No quiero hacerte daño, Pedro. Y te haría daño si fueras tras de mí; porque, como acabas de señalar, nuestros valores son distintos. Así que voy a terminar esto ahora mismo, antes de que empiece.

—No dejo que las mujeres se acerquen lo bastante a mí como para hacerme daño —dijo él en tono de advertencia.

Ella se enfadó.

—¿Caramba, cómo es que no me sorprende?

—Debes de haberle hecho daño a alguno de esos hombres —dijo él.

—Ellos sabían en dónde se metían y estuvieron dispuestos a seguirme la corriente.

Pedro se dijo que debía salir de aquello con un poco de dignidad. ¿Cuál era la alternativa? ¿Rogarle? No, ése no era su estilo. Se mordió la lengua, la rabia le subía por la garganta con la amargura de la bilis.

—Así que vas a lo seguro. A ignorar ese beso como si jamás hubiera ocurrido.

Paula hizo un esfuerzo y consiguió no apartar la mirada de la suya.

—Eso es.

—Entonces no hay nada más que decir —Pedro tomó la cuchara y dio una cucharada de sabrosa sopa de tomate.

Ella continuaba con el pescado. Pedro se dijo con pesar que Paula no había perdido el apetito. ¿Y por qué perderlo? Al fin y al cabo, él no le importaba a ella en absoluto. Racionalmente debería admirarla por darle la espalda con tanta resolución a todo su dinero. Pero desgraciadamente, en ese momento se sentía tan racional como un náufrago a quien pusieran delante a Miss Estados Unidos.

Paula apuró su vino.

—Estás enfurruñado.

Él dejó la cuchara sobre la mesa con cuidado exagerado.

—Si no sabes diferenciar entre estar enfurruñado y la pasión auténtica, entonces eres peor de lo que yo sospechaba.

Ella se puso pálida. No habría adivinado que ella no conocía lo que era la pasión auténtica, ¿Verdad? Metió la mano en el bolso, sacó un billete y anunció con frialdad:

—Eso es para pagar mi almuerzo. Adiós, Pedro.

Retiró la silla, se dió media vuelta y se marchó. Sus caderas se balanceaban bajo el vuelo de la falda de flores. Con gran esfuerzo, Pedro se quedó donde estaba y hundió los dedos en la silla. No pensaba levantarse para ir tras de ella. Tomó su copa y apuró el contenido antes de continuar con su guiso de marisco. Jamás volvería a pedir cioppino. Ni tampoco se acostaría con Paula Chaves. Si aquello se reducía a una batalla de ingenios, iba a ser él quien quedara encima; no ella. Así que mejor sería olvidar las fantasías eróticas que no le habían dejado dormir en toda la noche.

La silla vacía que tenía enfrente no era ninguna fantasía, ni el billete de veinte dólares que había junto al plato de Paula. El dinero era el insulto final. Se lo daría al primer mendigo que se encontrara por la calle. A través de la ventana de cristal,  observó las aguas de la bahía que brillaban al sol. Le pareció como si le hubieran presentado una joya de resplandor extremo. Pero antes de poder tocarla, se le había escapado.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Que táctica tan drástica usó Paula para sacárselo de encima! Pobre Pedro!

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