miércoles, 16 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 46

—¿Bromeas? —¡Hace días que no me tocas!

—Estás embarazada… Pensé que si hacíamos el amor como lo hicimos en Nueva York, podría hacerte daño —dijo él entre besos. Era cierto a medias.

—¿Es cierto eso?

—¿Por qué, si no, crees que te he estado tratando como a una monja?

—¡Porque no me deseabas más! ¡He sido yo quien te ha atrapado en un matrimonio!

—Pau, para hacer un niño hacen falta dos personas. A mí ni se me ocurrió pensar en el control de la natalidad. Yo soy tan responsable como tú —presionó sus nalgas contra su excitación—. Seré suave, te lo prometo.

Ella se estremeció de deseo

—Hazme el amor, Pepe… ¡Oh! Por favor… Hazme el amor.

—Sí, sí —dijo él.

La primera vez Pedro la trató como si fuera de porcelana, la segunda vez ella lo sedujo para que perdiera el control. Después de alcanzar el éxtasis, se quedaron abrazados. Él tenía la cabeza entre sus pechos.

«Te amo», pensó ella. Aquellas palabras retumbaron en su mente. ¿Realmente se había enamorado de su marido en la primera noche de su luna de miel? Hubiera querido decirlas en voz alta, pero sabía que no era el momento todavía.

—¿Estás bien? —susurró ella.

—Sí, eres una gata salvaje, Pau —luego dijo sin pensarlo—. Aquella noche en Nueva York… Sí, fue un plan para bajarte los humos. Pero una vez que te tuve en la cama, me olvidé de todo lo demás. Y hasta la mañana siguiente no me acordé del plan —sonrió apenas—. Y entonces fue cuando te lo dije, como si lo hubiera tenido en mente toda la noche.

—¡Oh! ¡Oh! —dijo Paula. Ella frunció el ceño.

—¿Me crees? —preguntó Pedro.

—Sí, sí, te creo.

 Él quería preguntarle si lo había perdonado, pero no le salían las palabras. Entonces le acarició los hombros.

—Gracias por decírmelo —susurró Paula.

Cuando él alzó la vista los ojos de Paula estaban brillando con lágrimas. Y su suave sonrisa le hizo otro nudo en la garganta a él.

—Pareces Turnip cuando cazaba un ratón —dijo él.

—¡Qué poco romántico eres! —dijo ella.

—¿O sea que ya te estás quejando, señora Alfonso?

—No, no —dijo ella, con una radiante sonrisa.

—Tengo un regalo para tí —dijo él sonriendo.

—¿Otro?

Pedro salió y volvió con una caja de joyería.

—Espero que te guste. Sé que estoy haciendo esto al revés.

Ella abrió la cajita. Era un anillo con un zafiro.

—Pepe, ¡Es hermoso!

—¿Te gusta?

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