miércoles, 16 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 48

Ella le sujetó el brazo fuertemente.

—Estaba tan… asustada. No podría soportar que te pasara algo.

—Pau…

Ella lo miró a los ojos. Pedro no expresaba nada en su rostro, y el impulso de decirle que lo amaba se frenó.

—Yo… Lo siento —dijo —. Supongo que he reaccionado de manera desmedida.

—No he querido asustarte. No estoy acostumbrado a que la gente esté tan pendiente de mí.

—¡No estoy pendiente de tí! ¡Estaba preocupada!

—De acuerdo, de acuerdo… No estoy acostumbrado a eso tampoco.

—¿Estás enfadado? —le preguntó ella tímidamente.

—No. Vayamos a casa.

—De acuerdo… Yo iba a bailar desnuda en la playa para tí, pero ahora tendrás que esperar hasta mañana.

—¿Ibas a hacer eso? —la puso de pie y sonrió—. ¿Sabes una cosa? Me gustas, Pau… Me gusta no saber nunca lo que vas a hacer. Empiezo a pensar que mi vida era demasiado predecible antes de conocerte.

No era una declaración de amor exactamente, pero, puesto que Pedro no hablaba nunca de sus sentimientos, significaba mucho. Mientras iban caminando de la mano hacia el búngalo, Paula sintió que era muy feliz.

En los tres días siguientes, Paula y Pedro hicieron el amor en la playa, bajo la luz de la luna, después de que ella bailase desnuda para él. Habían hecho el amor contra la puerta de la cocina y en el Jacuzzi, y en la piscina. Incluso habían hecho el amor en la cama.

Paula cantó en la ducha y llenó el búngalo de flores. Ni siquiera le molestó que Pedro se encerrara todas las mañanas con el ordenador y el fax. En esos momentos ella iba a dar un paseo por la playa. Miró los pájaros y recogió caracolas de la blanca arena. Era feliz. Muy feliz. Estaba muy enamorada de su marido, y se sentía optimista. Pedro le había demostrado ternura y pasión, y eso le hacía pensar que podía enamorarse de ella. Había dicho que ella le gustaba. Era un paso hacia el amor. Volvió al búngalo. Pedro seguía con el teléfono. Ella entró en la cocina para preparar un zumo.

Al día siguiente volaban a Vancouver. No le gustaba la idea de abandonar el sitio donde había sido tan feliz. Pero Pedro se quedaría unos días con ella en Vancouver. Era un modo de alargar la luna de miel, pensó. Y se encontró sonriendo estúpidamente frente al frigorífico. No se había dado cuenta nunca de lo maravilloso que era estar enamorada. Sonriendo, llevó un vaso de zumo al estudio. Llamó a la puerta. Pedro estaba con el teléfono. Entró y dejó el zumo en la mesa. Él estaba dando instrucciones, tomando notas. Y ni la miró. Era el otro lado de Pedro: el hombre de negocios, eficiente, duro. Ella salió rápidamente del estudio. Media hora más tarde Pedro se reunió con ella.

—Pau, te llevaré a la casa mañana. Pero no podré quedarme. Tengo que marcharme a Singapur inmediatamente, y no sé cuánto tiempo tendré que estar fuera.

Ella se sintió decepcionada, pero no quiso demostrárselo.

—¿Puedo ir contigo? No tengo que estar en Londres para las conferencias hasta la semana próxima.

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